jueves, 9 de abril de 2020

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (43)

Los valientes de David




En los días en que el rey Saúl perseguía a David, se le juntaron a él unos cuatrocientos hombres de toda clase, y le hicieron su capitán. Por algún tiempo acamparon en la cueva de Adulam. Sin duda era un lugar poco atractivo y de muchos peligros, pero ellos se gozaron del privilegio de estar con David. Sufrían, pero contentos por estar al lado de aquél.
Desde el día en que David salió solo para enfrentar el gigante Goliat en el valle de Ela, y le venció con la honda y la piedra tomada del arroyo, fue claro para muchos que él era destinado a ser rey. Sin que ningún humano le ayudara, él había roto la tiranía del enemigo, y así merecía el afecto de todo su pueblo.
Sin embargo, por lo pronto Saúl se arrogaba el título de rey. Rechazado por la mayoría del pueblo, David la pasaba en los desiertos y escondrijos del país. De día en día le venían aquellos que se hallaban en la miseria y angustia. David los recogía, les daba asilo con él y los usaba según sus aptitudes en sus guerrillas.
Varios de ellos llegaron a ser capitanes y oficiales renombrados. Cuando al fin llegó David a ocupar el trono de todo Israel, el premio que dio a estos valientes fue grande. David no pudo olvidar el amor que le habían mostrado cuando sufrían con él los rigores del destierro y los apuros causados por los ataques de Saúl.
La victoria sobre el gigante que desafiaba y amenazaba a Israel nos sirve de figura de la terrible lucha de Cristo con las fuerzas de Satanás en el Calvario. A solas Él se encargó de la obra de nuestra redención. Pero, gracias a Dios, salió victorioso. Ninguno de sus apóstoles, ni aun su bendita madre, pudo acompañarle en los sufrimientos por nuestros pecados. Él solamente es el Redentor. Bendita verdad: ¡Él puede vencer!
El amor tan manifiesto de sus valientes para con David corresponde fielmente al sentir de los que hoy día se dan cuenta de su apuro como pecadores y acuden a Cristo por la fe. Él los recoge con gracia y amor, les perdona y les salva. Una vez salvados por su gracia, sin ningún mérito propio, ellos muestran su gratitud por un fiel y constante servicio. ¿Y será olvidado?
Por ahora la gran mayoría rechazan a Cristo. No hay lugar para Él en sus corazones y vidas; menosprecian su grande obra de redención; no quieren tomar la cruz del vituperio suyo para seguir en pos de él. Los pocos que sí acuden, se apartan del mundo y sus costumbres, no en un convento por la fuerza de paredes y cerraduras, sino por el poder de la gracia de Dios en sus corazones. Se gozan cuando su Señor les tiene por dignos de sufrir por su nombre. Esperan con paciencia el día cuando Jesús, su Señor y Maestro, será glorificado y ellos premiados con él

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