2. LAS CONSOLACIONES DEL
PIADOSO EN EL DÍA DE RUINA
Capítulo 1
(V.
8). Habiéndonos recordado el espíritu de santo denuedo que nos ha sido dado, el
Apóstol puede decir de inmediato, "No te avergüences pues del testimonio
de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo." (VM). El testimonio de nuestro
Señor es el testimonio de la gloria de Cristo establecido como Hombre en poder
supremo después de haber triunfado sobre todo el poder de Satanás. Pedro no se
avergonzó del testimonio de nuestro Señor, pues él testificó con denuedo,
diciendo, "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este
Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo."
(Hechos 2:36). Como alguien ha dicho, 'Después que el diablo hubo conducido al
hombre a llevar a cabo todo lo que pudo hacer contra Cristo, he aquí que,
después de todo, Jesús es coronado con gloria y honra. Ahora bien, ¡con toda
seguridad eso es victoria!'
De
modo que, en este día, cuando la ruina ha entrado entre el pueblo de Dios,
cuando el triunfo de Satanás es tal que Pablo está encarcelado, los santos le han
abandonado y el mal está aumentando, el Apóstol, aunque esté sintiendo
profundamente todo esto, es sostenido a través de todo y elevado por sobre todo
ello por la comprensión de que el Señor Jesús está en el lugar supremo de poder
sobre toda influencia de Satanás. El Señor en gloria es su recurso. Por consiguiente,
él dice, "El Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas" y,
"El Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para
su reino celestial." (4: 17, 18).
Nosotros
hablamos mucho, y debidamente, de Cristo en Su senda terrenal, de Cristo en la
cruz, y de Cristo regresando, pero cuán raramente hablamos de Cristo donde Él
está actualmente en la gloria de Dios, y con todo, este es el
testimonio del Señor - el gran testimonio que se necesita para el
momento, el testimonio del cual se nos advierte que no nos avergoncemos.
No
obstante, la magnitud de la ruina, no obstante, el fracaso entre el pueblo de
Dios, cualesquiera sean las dificultades que debemos enfrentar, no obstante, el
abandono de los santos (1:15), la voluntad propia de aquellos que se oponen (2:
25, 26), o la maldad de los que puedan procurar causarnos mal (4:14),
nuestro recurso infalible es que nos encontramos en el Señor Jesús a la diestra
de Dios. Mirándole a Él encontraremos, como el Apóstol, que seremos elevados
por sobre todos los fracasos, ya sea en nosotros o en los demás.
¡Lamentablemente! en nuestras dificultades podemos empeorar las cosas
procurando corregirlas en nuestra propia fuerza; mientras que si nos
volviésemos al Señor hallaríamos, como Pablo, que el Señor está con nosotros
para fortalecernos y para librarnos de toda obra mala.
Cuán
necesario es, entonces, que rindamos un testimonio claro a la presente posición
del Señor en el lugar de supremacía y poder como un Hombre en la gloria, en
quien está todo recurso para sostenernos en los días más oscuros.
Además,
cuidémonos de avergonzarnos de aquellos que, en un día de alejamiento, buscan
con denuedo dar al Señor Su lugar; y estemos preparados para soportar el mal,
si es necesario, en el mantenimiento del evangelio, conociendo que podemos
contar con el poder de Dios para sostenernos.
(Vv.
9, 10). Habiéndonos advertido de que no nos avergoncemos del testimonio del
Señor, ni de uno que testifica de Su lugar supremo como Señor y sufre oprobio a
causa de su testimonio, y habiéndonos estimulado a participar de las
aflicciones del evangelio, el Apóstol procede a recordarnos la grandeza de ese
evangelio, que es poder de Dios para los que se salvan y para los llamados (1
Corintios 1: 18, 24). La comprensión de la gloria del Señor y la grandeza del
evangelio nos guardará de avergonzarnos del testimonio y nos prepara para
soportar aflicciones con el evangelio.
Queda claro a
partir de estos versículos que los dos grandes temas del evangelio son la
salvación y el llamamiento. Por una parte, el evangelio proclama la manera de
ser salvo; por otra parte nos presenta el propósito de Dios para el cual somos
salvados. Nosotros somos propensos a limitar el evangelio al importante asunto
de nuestra salvación; pero haciendo esto perdemos la bendición mucho más
profunda conectada con el propósito eterno de Dios, y de esta manera nos
privamos de entrar en el llamamiento celestial. Es claro que el primer gran
objetivo del evangelio es nuestra salvación, y Dios no iba a dejar al creyente
en incertidumbre en cuanto a esta salvación, como leemos en esta Escritura, Él
"nos salvó." El efecto bendito de la muerte y resurrección del
Señor Jesucristo es situar al creyente fuera del juicio que se merece a causa
de sus pecados, y librarle de la maldición de este mundo. Por lo cual leemos
que Él "se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente
siglo malo." (Gálatas 1:4). Aunque por ahora estamos, de hecho, en el
mundo, nosotros no somos, al estar libres de su poder e influencia, moralmente
de él.
Esta es la primera
parte del evangelio, y con esta parte la mayoría del pueblo de Dios procuraría
estar satisfecha. No obstante, el evangelio proclama bendiciones mucho mayores,
pues nos habla del llamamiento de Dios. No sólo Dios nos ha salvado, sino que
leemos que Él nos "llamó con llamamiento santo." En este pasaje el
llamamiento es mencionado como un "llamamiento santo"; también se
habla de él como de un "llamamiento celestial" (Hebreos 3:1), y de un
"supremo llamamiento" (Filipenses 3:14). La salvación nos libra de
nuestros pecados y del mundo condenado a juicio: el llamamiento nos une con el
cielo y con todas esas bendiciones espirituales que Dios ha determinado para
nosotros en los lugares celestiales en Cristo. Por lo tanto, las bendiciones
del llamamiento de Dios son "no conforme a nuestras obras", ni a
nuestros pensamientos, ni a nuestros méritos, sino "según el propósito
suyo y la gracia."
No
se trata solamente de que todas nuestras deudas han sido pagadas, y que hemos
sido librados de la influencia y el poder de la escena en la cual incurrimos en
las deudas, sino que aprendemos para nuestra admiración que, conforme al
propósito de Dios, hay cosas preparadas para los que le aman que "ojo no
vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre." (1 Corintios 2:9).
En el llamamiento de Dios se nos revela el secreto de Su corazón mientras Él
despliega ante nosotros una vasta perspectiva de bendiciones celestiales, y nos
asegura que toda esta bendición fue determinada para nosotros en Cristo antes
de la fundación del mundo. Aprendemos así que mucho antes de que nosotros
hubiésemos pecado, o incurrido en una sola responsabilidad, Dios tenía un
propósito establecido para nuestra eterna bendición. Ningún mal que nosotros
hayamos hecho, ningún fracaso en responsabilidad en la Iglesia, pueden alterar
el propósito de Dios, del mismo modo que ningún bien que podamos hacer puede
conseguirlo.
Este
propósito eterno ahora ha sido manifestado por la aparición de nuestro Salvador
Cristo Jesús, quien abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad
por medio del evangelio. Cristo al morir ha enfrentado, para el creyente, el
juicio de muerte que permanecía sobre nosotros, y nos abrió una nueva escena de
vida e incorrupción. La muerte ya no puede evitar que el creyente entre en esta
escena de vida y bendición conforme al propósito de Dios. No se trata solamente
de que el alma pase de muerte a vida, sino que el cuerpo se vestirá de
incorrupción. De este modo, por medio del evangelio, es traída a la luz una
esfera de vida e incorruptibilidad que nunca más podrá ser estropeada por la
muerte o la corrupción. En el poder del Espíritu se puede disfrutar de esta
nueva escena incluso ahora.
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