jueves, 9 de abril de 2020

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO(3)

2. LAS CONSOLACIONES DEL PIADOSO EN EL DÍA DE RUINA

Capítulo 1



(V. 8). Habiéndonos recordado el espíritu de santo denuedo que nos ha sido dado, el Apóstol puede decir de inmediato, "No te avergüences pues del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo." (VM). El testimonio de nuestro Señor es el testimonio de la gloria de Cristo establecido como Hombre en poder supremo después de haber triunfado sobre todo el poder de Satanás. Pedro no se avergonzó del testimonio de nuestro Señor, pues él testificó con denuedo, diciendo, "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo." (Hechos 2:36). Como alguien ha dicho, 'Después que el diablo hubo conducido al hombre a llevar a cabo todo lo que pudo hacer contra Cristo, he aquí que, después de todo, Jesús es coronado con gloria y honra. Ahora bien, ¡con toda seguridad eso es victoria!'
         De modo que, en este día, cuando la ruina ha entrado entre el pueblo de Dios, cuando el triunfo de Satanás es tal que Pablo está encarcelado, los santos le han abandonado y el mal está aumentando, el Apóstol, aunque esté sintiendo profundamente todo esto, es sostenido a través de todo y elevado por sobre todo ello por la comprensión de que el Señor Jesús está en el lugar supremo de poder sobre toda influencia de Satanás. El Señor en gloria es su recurso. Por consiguiente, él dice, "El Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas" y, "El Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial." (4: 17, 18).
         Nosotros hablamos mucho, y debidamente, de Cristo en Su senda terrenal, de Cristo en la cruz, y de Cristo regresando, pero cuán raramente hablamos de Cristo donde Él está actualmente en la gloria de Dios, y con todo, este es el testimonio del Señor - el gran testimonio que se necesita para el momento, el testimonio del cual se nos advierte que no nos avergoncemos.
         No obstante, la magnitud de la ruina, no obstante, el fracaso entre el pueblo de Dios, cualesquiera sean las dificultades que debemos enfrentar, no obstante, el abandono de los santos (1:15), la voluntad propia de aquellos que se oponen (2: 25, 26), o la maldad de los que puedan procurar causarnos mal (4:14), nuestro recurso infalible es que nos encontramos en el Señor Jesús a la diestra de Dios. Mirándole a Él encontraremos, como el Apóstol, que seremos elevados por sobre todos los fracasos, ya sea en nosotros o en los demás. ¡Lamentablemente! en nuestras dificultades podemos empeorar las cosas procurando corregirlas en nuestra propia fuerza; mientras que si nos volviésemos al Señor hallaríamos, como Pablo, que el Señor está con nosotros para fortalecernos y para librarnos de toda obra mala.
         Cuán necesario es, entonces, que rindamos un testimonio claro a la presente posición del Señor en el lugar de supremacía y poder como un Hombre en la gloria, en quien está todo recurso para sostenernos en los días más oscuros.
         Además, cuidémonos de avergonzarnos de aquellos que, en un día de alejamiento, buscan con denuedo dar al Señor Su lugar; y estemos preparados para soportar el mal, si es necesario, en el mantenimiento del evangelio, conociendo que podemos contar con el poder de Dios para sostenernos.

         (Vv. 9, 10). Habiéndonos advertido de que no nos avergoncemos del testimonio del Señor, ni de uno que testifica de Su lugar supremo como Señor y sufre oprobio a causa de su testimonio, y habiéndonos estimulado a participar de las aflicciones del evangelio, el Apóstol procede a recordarnos la grandeza de ese evangelio, que es poder de Dios para los que se salvan y para los llamados (1 Corintios 1: 18, 24). La comprensión de la gloria del Señor y la grandeza del evangelio nos guardará de avergonzarnos del testimonio y nos prepara para soportar aflicciones con el evangelio.
Queda claro a partir de estos versículos que los dos grandes temas del evangelio son la salvación y el llamamiento. Por una parte, el evangelio proclama la manera de ser salvo; por otra parte nos presenta el propósito de Dios para el cual somos salvados. Nosotros somos propensos a limitar el evangelio al importante asunto de nuestra salvación; pero haciendo esto perdemos la bendición mucho más profunda conectada con el propósito eterno de Dios, y de esta manera nos privamos de entrar en el llamamiento celestial. Es claro que el primer gran objetivo del evangelio es nuestra salvación, y Dios no iba a dejar al creyente en incertidumbre en cuanto a esta salvación, como leemos en esta Escritura, Él "nos salvó." El efecto bendito de la muerte y resurrección del Señor Jesucristo es situar al creyente fuera del juicio que se merece a causa de sus pecados, y librarle de la maldición de este mundo. Por lo cual leemos que Él "se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo." (Gálatas 1:4). Aunque por ahora estamos, de hecho, en el mundo, nosotros no somos, al estar libres de su poder e influencia, moralmente de él.
Esta es la primera parte del evangelio, y con esta parte la mayoría del pueblo de Dios procuraría estar satisfecha. No obstante, el evangelio proclama bendiciones mucho mayores, pues nos habla del llamamiento de Dios. No sólo Dios nos ha salvado, sino que leemos que Él nos "llamó con llamamiento santo." En este pasaje el llamamiento es mencionado como un "llamamiento santo"; también se habla de él como de un "llamamiento celestial" (Hebreos 3:1), y de un "supremo llamamiento" (Filipenses 3:14). La salvación nos libra de nuestros pecados y del mundo condenado a juicio: el llamamiento nos une con el cielo y con todas esas bendiciones espirituales que Dios ha determinado para nosotros en los lugares celestiales en Cristo. Por lo tanto, las bendiciones del llamamiento de Dios son "no conforme a nuestras obras", ni a nuestros pensamientos, ni a nuestros méritos, sino "según el propósito suyo y la gracia."
         No se trata solamente de que todas nuestras deudas han sido pagadas, y que hemos sido librados de la influencia y el poder de la escena en la cual incurrimos en las deudas, sino que aprendemos para nuestra admiración que, conforme al propósito de Dios, hay cosas preparadas para los que le aman que "ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre." (1 Corintios 2:9). En el llamamiento de Dios se nos revela el secreto de Su corazón mientras Él despliega ante nosotros una vasta perspectiva de bendiciones celestiales, y nos asegura que toda esta bendición fue determinada para nosotros en Cristo antes de la fundación del mundo. Aprendemos así que mucho antes de que nosotros hubiésemos pecado, o incurrido en una sola responsabilidad, Dios tenía un propósito establecido para nuestra eterna bendición. Ningún mal que nosotros hayamos hecho, ningún fracaso en responsabilidad en la Iglesia, pueden alterar el propósito de Dios, del mismo modo que ningún bien que podamos hacer puede conseguirlo.
         Este propósito eterno ahora ha sido manifestado por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio. Cristo al morir ha enfrentado, para el creyente, el juicio de muerte que permanecía sobre nosotros, y nos abrió una nueva escena de vida e incorrupción. La muerte ya no puede evitar que el creyente entre en esta escena de vida y bendición conforme al propósito de Dios. No se trata solamente de que el alma pase de muerte a vida, sino que el cuerpo se vestirá de incorrupción. De este modo, por medio del evangelio, es traída a la luz una esfera de vida e incorruptibilidad que nunca más podrá ser estropeada por la muerte o la corrupción. En el poder del Espíritu se puede disfrutar de esta nueva escena incluso ahora.

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