Sus orígenes
¿Acaso
Jabes es sólo una persona desconocida que por algún oscuro motivo aparece en
los registros de las Crónicas? Sería erróneo pensar así, pues el Espíritu de
Dios le dedica a este hombre dos importantes versículos, los cuales no sólo no
han perdido su valor, sino que además logran que nos interesemos en la lista de
nombres que aparecen allí. ¿Quién fue Jabes? Es probable que haya sido un
descendiente de los Ceneos que luego fue incorporado a la tribu de Judá (Jueces
1:16; 4:11; 1° Samuel 1:6; 1° Crónicas 2:55). Por lo tanto, inicialmente él no
pertenecía al pueblo de Dios. Utilizando las palabras que Pablo escribió en
Efesios 2:12, podemos decir que Jabes estaba alejado de la ciudadanía de Israel
y ajeno a los pactos de la promesa. Efectivamente, sólo por la bondad de Dios,
él recibió un lugar en dicha nación, y nada menos que en la tribu de Judá, que
significa «alabanza».
En este pasaje de 1° Crónicas 4, hallamos la
oración que Jabes eleva para alabar a su Dios, al nuevo Dios que había hallado.
Como leemos en estos versículos, él invoca al Dios de Israel. Esto confirma el
pensamiento de que como extranjero él se había unido a la nación de Dios y
había hallado refugio en el Dios de Israel, tal como en tiempos anteriores lo
habían hecho Rahab y Ruth. Jabes comprendió que estaría seguro bajo la
protección de este Dios, el Dios vivo y verdadero, por lo cual se encomienda
por completo a Él. La oración de este hombre es un testimonio de su gran fe.
Su
nombre
La historia de Jabes comienza con dolor y
tristeza. La palabra "dolor" es utilizada doce veces. Su madre le
había dado el nombre de Jabes (=que causa dolor), debido a que ella lo había
dado a luz con mucho sufrimiento (v. 9c). Jabes pide en oración ser librado del
daño del mal (v. 10d). Aun cuando fue un hijo nacido del dolor, él fue
prominente entre sus hermanos. Leemos que incluso fue más ilustre que sus
hermanos (v. 9 a). Jabes nos hace pensar en Benjamín, quien fue llamado por
Raquel "hijo de mi aflicción", pero a quien Jacob llamó "hijo de
mi diestra" (Génesis 35:18). El sufrimiento y la aflicción son
consecuencias del pecado del hombre ("con dolor darás a luz los
hijos" Génesis 3: 16).
Pero a estos sufrimientos les
sigue la gloria: la gloria de Dios que se revela en toda la tierra, la gloria
que a la diestra de Dios es ahora real para la fe. Esto fue real para Benjamín,
como también lo fue para Jabes. Pero, por sobre todo, es aplicable al Señor
Jesús, y a nosotros, cristianos, también. Los sufrimientos de la cruz fueron
seguidos por la exaltación de Cristo a la diestra de Dios en los cielos. Como
creyentes, también somos llamados a participar de los sufrimientos de Cristo, y
debido a que el Espíritu de gloria reposa sobre nosotros, sabemos que un día
seremos glorificados juntamente con Cristo (1.a Pedro 4: 13,14).
Su
oración
Detengámonos
en algunos detalles de la oración de Jabes. Podemos dividirla en cinco partes:
La
primera parte es: "¡Oh, si me dieras bendición...!" Jabes reconocía
que el Dios de Israel al que él estaba invocando era la Fuente de toda
bendición. Como también nos enseña Santiago: "Toda buena dádiva y todo don
perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces..." (Santiago 1:17).
Jabes, consciente de esto, tenía una gran fe y podía entonces orar por una bendición
abundante. Sin lugar a dudas, su fe no fue despreciada. Esto mismo puede
aplicarse a nosotros. Nuestro Señor, en su gracia, nos ha dado vida, y vida en
abundancia (Juan 10:10). Como cristianos sabemos que hemos sido bendecidos con
toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo (Efesios 1:13).
Todo
esto nos conduce a considerar la segunda parte. Jabes oraba para que su
territorio fuera ensanchado. Cristo se hizo pobre para que nosotros fuéramos
enriquecidos. En Él, en el Hombre que está a la diestra de Dios, nosotros
tenemos una herencia celestial. Poseemos un rico campo de bendiciones
espirituales y eternas en los lugares celestiales, un hogar mucho mejor que la
tierra de Canaán. En este sentido, todos los creyentes somos «hacendados» que
esperan un ensanchamiento de su territorio. Hallamos un hermoso ejemplo de esto
en el Antiguo Testamento, cuando Josué recibió la promesa: "Yo os he
entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de
vuestro pie" (Josué 1:3). Nosotros también deberíamos conquistar paso a
paso la Tierra Prometida y reclamar la herencia que nos ha sido dada en Cristo.
Cuando Él nos otorga la victoria sobre nuestros enemigos, podemos decir como
Isaac: "Porque ahora Jehová nos ha prosperado, y fructificaremos en la
tierra" (Génesis 26:22c).
En
este sentido es que Jabes deseaba ensanchar su territorio. Acsa, la hija de
Caleb, tenía un deseo similar. Ella pidió tierras y también fuentes de aguas
(Josué 15:18,19; Jueces 1: 14,15). Y a ella se le concedió lo que pedía. De la
misma manera leemos aquí acerca de Jabes: "Y le otorgó Dios lo que
pidió". Dios desea bendecirnos; es su deseo porque Él nos contempla, en
Cristo, favorablemente.
En
tercer lugar, Jabes le ruega a Dios: "...y si tu mano estuviera
conmigo..." Él no confiaba en sus propias fuerzas ni en su conocimiento,
sino que descansaba en la ayuda y la guía de Dios. Él deseaba ser llevado por
la mano de Dios, de manera que pone -por así decirlo- su mano en la mano de
Dios. Jabes conocía muy bien los milagros que esas poderosas manos eran capaces
de hacer. Con "mano poderosa" Israel había sido librada de Egipto y
traída a la tierra de Canaán (Éxodo 6:1; 14:8). ¿Acaso la mano del Señor puede
acortarse? (Números 11:23). "La mano de Dios es para bien sobre todos los
que le buscan" (Esdras 8:22). ¿Hemos puesto nuestra mano en la mano de
Dios? ¿Reconocemos que el Señor está a nuestro favor y que por lo tanto todos
los poderes que nos hostigan deben retroceder? (Romanos 8:31).
"Y me libraras de mal", es la cuarta parte de
la oración de Jabes. Esta expresión puede interpretarse de dos maneras: el mal
como pecado o el mal como algo que nos daña, por ejemplo, algo adverso.
Nosotros no seremos guardados siempre de recibir daños. Para los israelitas,
sin embargo, la prosperidad terrenal era una clara señal del favor de Dios.
Cuando un israelita era protegido de sufrir daños, esto significaba que la mano
de Dios estaba sobre él. Para nosotros, que somos cristianos, las cosas son muy
diferentes ya que nuestras bendiciones pertenecen a otro nivel, tienen un
carácter espiritual y celestial. No obstante, como discípulos de Cristo,
también debemos pedir en oración que seamos guardados de la tentación y
librados del mal (cfr. Mateo 6:13). En cuanto al mal en el sentido de cometer actitudes
o hechos pecaminosos, también es nuestra responsabilidad huir de tales males
(cfr. Job 1:1).
Todos
estos conceptos pueden ser aplicados a la quinta parte de la oración:
"Para que no me dañe" o "para que no me cause dolor" (V.M).
Es muy triste que las personas cedan al mal y luego sean traspasadas con muchos
dolores (1.a Timoteo 6:10). El Señor desea protegernos de todo esto,
pero debemos caminar con Él. No obstante, vivimos en una creación sujeta a la
futilidad, en un valle de lágrimas y de dolores, de manera que, tarde o
temprano, hallaremos en nuestros caminos dolores y tristezas. Pero, si nos
encomendamos al Señor, el daño nunca más nos provocará "dolor".
La oración de Jabes, que seguramente
tiene mucho más para enseñarnos, fue contestada. El versículo 10 concluye:
"Y le otorgó Dios lo que pidió". Dios escucha nuestras oraciones:
estemos absolutamente seguros de ello. ¡Es el feliz mensaje que resuena en
estas palabras finales y que nos alienta a seguir el ejemplo de Jabes!
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