"Entonces
Faraón mandó a todo su pueblo, diciendo: Echad en el río todo hijo que naciere, y a toda hija
reservad la vida” (Ex. 1.22). ¡He aquí el poder de Satanás!
El río
era el lugar de la muerte, y por la muerte, el enemigo procuraba desvanecer el
designio de Dios. En todos los tiempos, la serpiente antigua ha velado con ojo
maligno sobre los instrumentos que Dios quería usar para cumplir sus propósitos
y consejos de misericordia. El enemigo procuró interrumpir, por medio de la muerte,
la corriente de la acción divina, pero cuando Satanás ha agotado su potencia,
Dios empieza a manifestarse.
“Y la
hija de Faraón descendió a lavarse al río, y paseándose sus doncellas por la
ribera del río, vio ella la arquilla en el carrizal, y envió una criada suya a
que la tomase. Y como la abrió, vio al niño; y he aquí que el niño lloraba, Y
teniendo compasión de él. dijo: De los niños de los hebreos es éste” (Ex. 2.5,6).
La
respuesta divina empieza a hacerse oír en los oídos de la fe, con los más
dulces acentos. Dios intervenía en todo esto. Qué importa que el racionalista,
el incrédulo, el ateo, se rían de ello; la fe también se ríe, pero de muy
distinta manera. La risa de los primeros es la risa fría, desdeñosa que no
acepta la idea de la intervención divina en un acontecimiento tan trivial, como
es el paseo de una princesa; la risa de la fe es la risa de la felicidad, de
gozo, al pensar que Dios interviene en todo lo que acontece, y si alguna vez la
intervención de Dios se ha mostrado de una manera especial y palpable fue, sin
duda alguna, en este paseo de la hija de Faraón, aunque ni ella misma lo sabía.
Una de
las más dichosas ocupaciones del alma regenerada, es seguir las huellas de la
intervención divina en las circunstancias y acontecimientos, en los cuales un
espíritu ligero no ve más que el ciego azar, o el destino cruel. Sucede con
frecuencia que la cosa más insignificante viene a ser un importante eslabón en
la cadena de acontecimientos que Dios hace concurrir para desarrollar sus
grandes designios.
¡Cuán
lejos estaba la princesa de pensar que con su paseo iba a contribuir al
desarrollo de los planes de "Jehová, el Dios de los Hebreos” ¡No soñaba
ciertamente, que ese niño, llorando en la arquilla de juncos, era el
instrumento escogido por Jehová para quebrantar a Egipto hasta sus cimientos!
Sin embargo, así era. Jehová puede hacer que la ira del hombre, le acarree
alabanza (Sal. 76.10).
"Entonces
su hermana dijo a la hija de Faraón; ¿Iré a llamarte un ama de las hebreas,
para que te críe este niño? Y la hija de Faraón respondió; Ve, Entonces fue la
doncella, y llamó a la madre del niño, a la cual dijo la hija de Faraón: Lleva
este niño, y críamelo, y yo te lo pagaré. Y la mujer tomó al niño, y criólo. Y
como creció el niño, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó, y
púsole por nombre Moisés, diciendo: porque de las aguas lo saqué”.
La fe
de la madre de Moisés halla aquí su plena recompensa; Satanás es confundido y
la maravillosa sabiduría de Dios es manifestada. ¿Quién se hubiera imaginado
que aquél mismo que había dicho: ‘‘Si fuere hijo, matadlo”’, y que añadió
luego: ‘‘Echad en el río todo hijo que naciere”, tendría en su corte uno de los
tales hijos, y tal hijo?
EL
DIABLO FUE VENCIDO POR SUS PROPIAS ARMAS, porque Faraón de quien quería servirse para destruir el
propósito de Dios, fue usado por Dios mismo para alimentar y educar a ese
Moisés, que debía ser su instrumento para confundir el poder de Satanás.
Todo el
poder de la tierra y del infierno juntos no pueden cambiar o frustrar los
planes y propósitos de Dios. Ciertamente, ‘‘También esto salló de Jehová de los
ejércitos, para hacer maravilloso el consejo y engrandecer la sabiduría” (Is.
28.29).
Confiemos
en Él con más sencillez, y entonces nuestro sendero será más gozoso y nuestro
testimonio más eficaz.
‘‘Y
todos los moradores de la tierra por nada son contados; y en el ejército del
cielo, y en los habitantes de la tierra, hace según su voluntad: ni hay quien
estorbe su mano, y le diga: ¿Qué haces?” Dn. 4.35.
Contendor por la fe, 1944, N° 51 y 52
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