jueves, 9 de abril de 2020

LA INTERVENCIÓN DIVINA


"Entonces Faraón mandó a todo su pueblo, diciendo: Echad en el río todo hijo que naciere, y a toda hija reservad la vida” (Ex. 1.22). ¡He aquí el poder de Satanás!
El río era el lugar de la muerte, y por la muerte, el enemigo procuraba desvanecer el designio de Dios. En todos los tiempos, la serpiente antigua ha velado con ojo maligno sobre los instrumentos que Dios quería usar para cumplir sus propósitos y consejos de misericordia. El enemigo procuró interrumpir, por medio de la muerte, la corriente de la acción divina, pero cuando Satanás ha agotado su potencia, Dios empieza a manifestarse.
“Y la hija de Faraón descendió a lavarse al río, y paseándose sus doncellas por la ribera del río, vio ella la arquilla en el carrizal, y envió una criada suya a que la tomase. Y como la abrió, vio al niño; y he aquí que el niño lloraba, Y teniendo compasión de él. dijo: De los niños de los hebreos es éste” (Ex. 2.5,6).
La respuesta divina empieza a hacerse oír en los oídos de la fe, con los más dulces acentos. Dios intervenía en todo esto. Qué importa que el racionalista, el incrédulo, el ateo, se rían de ello; la fe también se ríe, pero de muy distinta manera. La risa de los primeros es la risa fría, desdeñosa que no acepta la idea de la intervención divina en un acontecimiento tan trivial, como es el paseo de una princesa; la risa de la fe es la risa de la felicidad, de gozo, al pensar que Dios interviene en todo lo que acontece, y si alguna vez la intervención de Dios se ha mostrado de una manera especial y palpable fue, sin duda alguna, en este paseo de la hija de Faraón, aunque ni ella misma lo sabía.
Una de las más dichosas ocupaciones del alma regenerada, es seguir las huellas de la intervención divina en las circunstancias y acontecimientos, en los cuales un espíritu ligero no ve más que el ciego azar, o el destino cruel. Sucede con frecuencia que la cosa más insignificante viene a ser un importante eslabón en la cadena de acontecimientos que Dios hace concurrir para desarrollar sus grandes designios.
¡Cuán lejos estaba la princesa de pensar que con su paseo iba a contribuir al desarrollo de los planes de "Jehová, el Dios de los Hebreos” ¡No soñaba ciertamente, que ese niño, llorando en la arquilla de juncos, era el instrumento escogido por Jehová para quebrantar a Egipto hasta sus cimientos! Sin embargo, así era. Jehová puede hacer que la ira del hombre, le acarree alabanza (Sal. 76.10).
"Entonces su hermana dijo a la hija de Faraón; ¿Iré a llamarte un ama de las hebreas, para que te críe este niño? Y la hija de Faraón respondió; Ve, Entonces fue la doncella, y llamó a la madre del niño, a la cual dijo la hija de Faraón: Lleva este niño, y críamelo, y yo te lo pagaré. Y la mujer tomó al niño, y criólo. Y como creció el niño, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó, y púsole por nombre Moisés, diciendo: porque de las aguas lo saqué”.
La fe de la madre de Moisés halla aquí su plena recompensa; Satanás es confundido y la maravillosa sabiduría de Dios es manifestada. ¿Quién se hubiera imaginado que aquél mismo que había dicho: ‘‘Si fuere hijo, matadlo”’, y que añadió luego: ‘‘Echad en el río todo hijo que naciere”, tendría en su corte uno de los tales hijos, y tal hijo?
EL DIABLO FUE VENCIDO POR SUS PROPIAS ARMAS, porque Faraón de quien quería servirse para destruir el propósito de Dios, fue usado por Dios mismo para alimentar y educar a ese Moisés, que debía ser su instrumento para confundir el poder de Satanás.
Todo el poder de la tierra y del infierno juntos no pueden cambiar o frustrar los planes y propósitos de Dios. Ciertamente, ‘‘También esto salló de Jehová de los ejércitos, para hacer maravilloso el consejo y engrandecer la sabiduría” (Is. 28.29).
Confiemos en Él con más sencillez, y entonces nuestro sendero será más gozoso y nuestro testimonio más eficaz.
‘‘Y todos los moradores de la tierra por nada son contados; y en el ejército del cielo, y en los habitan­tes de la tierra, hace según su voluntad: ni hay quien estorbe su mano, y le diga: ¿Qué haces?” Dn. 4.35.
Contendor por la fe, 1944, N° 51 y 52

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