Por S.
J. Saword
En
el capítulo 21 del libro que lleva su nombre, Job denuncia el egoísmo que
prevalecía en su tiempo, protestando que el hombre natural quiere excluir a
Dios de sus pensamientos. “¿Quién es el Todopoderoso, para que le sirvamos”,
dice, “y de qué nos aprovechará que oremos a él?” ¡En estos tiempos de
materialismo, su protesta sigue vigente!
Elifaz le contesta en el capítulo 22, comenzando con
preguntas que retan al creyente en Cristo: (1) ¿Traerá el hombre provecho a
Dios? (2) ¿Tiene contentamiento el Omnipotente en que tú seas justificado, o
provecho de que tú hagas perfectos tus caminos? (3) ¿Acaso te castiga, o viene
a juicio contigo, a causa de tu piedad?
A todo esto, contestamos que sí. El hombre puede traer
provecho a Dios; sí le complace al Omnipotente justificar al que cree; y, El sí
castiga a todo hijo que recibe.
Pero la primera pregunta — la que nos interesa por el
momento — suscita otra en el corazón del cristiano: ¿Por qué debo ser
provechoso a Dios? O, si quiere, ¿por qué perfeccionar mi camino?
Podemos ofrecer de una vez tres razones:
1. Porque todo creyente en Cristo ha sido comprado a precio
infinito. “Habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en
vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”, 1 Corintios 6.20.
2. Porque hemos sido salvos con el fin de glorificar a Dios y ser sus
testigos fieles por vida y labios mientras Él nos deje aquí. “No te avergüences
de dar testimonio de nuestro Señor...”, 2 Timoteo 1.8.
3. Porque el tribunal de Cristo está por delante. “Si permaneciere
la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa”, 1 Corintios 3.14. Si
le servimos a él fielmente aquí, habrá oro, plata y piedras preciosas para
nosotros en aquel día. Si no, veremos consumidos la madera, heno y hojarasca
que hemos acumulado aquí.
Esto es algo de interés a todos en la familia de la fe. Se
observa un gran afán por la preparación que permitirá a uno obtener un buen
empleo o superarse en las ocupaciones lícitas que ofrecen buenas perspectivas.
Hay muchos que quieren traer provecho a sí mismos, aunque no negamos que puedan
tener a la vez ideales altruistas.
Esta
diligencia es loable hasta cierto punto, porque una norma que debe prevalecer
en el cristiano es: “En lo que requiere diligencia, no perezosos”, Romanos
12.11. Pero otra en el mismo versículo es, “Sirviendo al Señor”. El lenguaje
nuestro debe ser siempre, “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Para saber cómo es
la sabiduría que es de lo alto, uno va a Santiago 3.17.
La
educación más avanzada es la que se obtiene en la escuela de Dios, donde Cristo
mismo es el Director. Allí aprendemos “a Cristo” y somos por él enseñados”,
Efesios 4.20, 21. Él quiere que aprendamos de él, porque Él es manso y humilde
de corazón, y quiere imponer su yugo y su carga sobre los suyos.
Es de esta manera que Dios nos prepara para
traerle provecho a él. El Omnipotente tiene contentamiento en llamar a un
servicio especial suyo, sea en su propia tierra o en otra, a los que han
aprendido a Cristo, sea para que les presenten a otros en ministerio público o
en otra esfera.
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