sábado, 18 de julio de 2020

LA LEY Y LA GRACIA (2)


¿Qué podemos decir de la idea de que la gracia vino con el objeto de ayudarnos a guardar la ley, de modo que vayamos al cielo de esa manera?

Sencillamente que esto es totalmente opuesto a la Escritura. En primer lugar, la idea de que guardar la ley faculta a una persona a ir al cielo es una falacia. Cuando el intérprete de la ley le preguntó al Señor: “Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”, él fue referido a la ley y, después de haber dado un correcto resumen de sus demandas, Jesús respondió: “Bien has respondido; haz esto, y vivirás” (Lucas 10:25-28). No se dice ni una palabra acerca de ir al cielo. La vida sobre la tierra es la recompensa por guardar la ley.

En segundo lugar, la gracia fue introducida, no para ayudarnos a guardar la ley, sino para traernos salvación de su maldición por Otro que llevó esta última por nosotros. El capítulo 3 de Gálatas nos muestra esto muy claramente.

Si se requiere no obstante una confirmación adicional, léase Romanos capítulo 3, y nótese que cuando la ley ha declarado culpable a un hombre y ha hecho cerrar su boca (v. 9-19), la gracia, a través de la justicia, justifica “sin la ley” (v. 20-24).

Léase también 1.ª Timoteo. La ley fue hecha para condenar a los impíos (v. 9-10). El evangelio de la gracia presenta a Cristo Jesús quien “vino al mundo para salvar a los pecadores” (v. 15), y no, nótese bien, a ayudar a los pecadores a guardar la ley para que así puedan salvarse a sí mismos.

 

Si la ley no fue dada para que la guardemos y seamos así justificados, ¿para qué entonces fue dada?

Dejemos que la Escritura misma conteste:

 

o   “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice… para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Romanos 3:19).

o   “Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase” (Romanos 5:20).

o   “Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones” (Gálatas 3:19).

 

La ley, como toda otra institución de Dios, logró significativamente su propósito. Fue perfectamente capaz de declarar culpable y cerrar la boca del religioso más obstinado y presuntuoso. Sólo la gracia lo puede salvar.

 

¿Ha puesto a un lado la gracia entonces a la ley, y la ha anulado para siempre?

La gracia, personificada en Jesús, ha llevado la maldición de la ley quebrantada, redimiendo así de su maldición a todos los que creen (Gálatas 3:13).

Además, nos ha redimido de estar bajo la ley misma, y ha puesto todas nuestras relaciones con Dios sobre una plataforma totalmente nueva (Gálatas 4:4-6).

Ahora bien, si el creyente ya no está más bajo la ley, sino bajo la gracia, no debemos suponer que la ley misma es anulada ni puesta de lado. Su majestad nunca fue más tenida en alto que cuando Aquel justo sufrió como Sustituto bajo su maldición, y multitudes retrocederán de terror ante su acusación en el día del juicio (Romanos 2:12).

 

¿Qué daño se produce en un cristiano que adopta la ley como regla de vida?

Un gran daño. Al hacerlo, el cristiano “cae de la gracia” (Gálatas 5:4), porque la gracia no sólo lo salva, sino que también le enseña (Tito 2:11-14).

Al vivir guardando la ley, el cristiano rebaja la norma divina. Cristo, y no la ley, es la norma del creyente. Éste además se apodera así de un poder de motivación erróneo. Uno por recelo puede intentar, aunque insatisfactoriamente, guardar la ley, y tratar de regular el poder de la “carne” dentro de sí. Pero el Espíritu Santo es el poder que controla la carne y que conforma al creyente a Cristo (Gálatas 5:16-18).

Por último, él hace violencia a las relaciones en que está por la gracia de Dios. Aun cuando es un hijo en la libertad de la casa y del corazón del Padre, ¡él insiste en ponerse bajo el código de reglas formulado para hacerse cumplir en el recinto de los domésticos!

¿No hay nada de malo en todo esto? Creemos que sí.

 

Si se enseñara que el cristiano no está bajo la ley, ¿no conduciría eso a todo tipo de males?

Lo haría en el caso de que una persona profesara ser cristiana sin haber nacido de nuevo, o mostrara arrepentimiento, sin estar bajo la influencia de la gracia y sin haber recibido el don del Espíritu Santo.

Puesto que nadie es cristiano sin estas características, el caso toma un matiz diferente, y razonar de la manera sugerida no hace más que poner de manifiesto una deplorable ignorancia de la verdad del Evangelio.

El argumento se reduce simplemente a esto: que la única manera de que los cristianos pueden vivir vidas santas es guardando la ley, como si ellos tuviesen tan sólo una especie de naturaleza puerca, y la única manera de guardarlos fuera del fango fuese con palos. La verdad es que, aunque la carne está todavía en el creyente, él también tiene la nueva naturaleza, y con ella Dios lo identifica. El creyente tiene el Espíritu de Cristo como guía, y de ahí que pueda ser puesto con seguridad bajo la gracia; porque después de todo es la gracia la que domina.

Si la gente quiere contender con esto, su contienda es contra la Escritura citada al principio.

 

“El pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:14).

 

            Hombres inconversos pueden tratar de hacer uso de la gracia como excusa para el mal, pero ésa no es ninguna razón para negar la verdad declarada en ese versículo. ¿Qué verdad hay en la Biblia de la que los hombres perversos no hayan cometido abusos?

 

¿Indica la Escritura la manera en que la gracia mantiene al creyente en orden, a fin de que pueda vivir una vida que agrade a Dios?

Efectivamente. Tito 2:11-15 nos proporciona la respuesta:

 

 “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie.”

 

En el cristianismo la gracia no solamente salva, sino que además enseña; y ¡qué maestro efectivo resulta ser! Ella no llena nuestras cabezas de frías reglas y reglamentos, sino que somete nuestros corazones bajo la influencia del amor de Dios. Aprendemos lo que agrada a Dios tal como se ve manifestado en Jesús. Y, al tener el Espíritu Santo, comenzamos a vivir una vida sobria, justa y piadosa.

Hay una gran diferencia entre los hijos de una familia mantenidos en orden por temor al azote a causa de su mala conducta, y aquellos que viven en un hogar donde reina el amor. El orden puede reinar en el primer caso, pero terminará en una gran explosión antes que los niños entren en años. En el segundo caso, no sólo hay obediencia, sino también una respuesta gozosa a los deseos del padre, fruto de los correspondientes afectos.

Dios gobierna a sus hijos sobre la base del principio del amor, y no sobre el principio del castigo con la vara.

¡Que vivamos nuestras vidas cristianas con la feliz conciencia de esto!


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