En esta exhortación se indican dos circunstancias
contrastadas. La primera es: separación; la segunda: atracción. Es el carácter
y poder de Cristo que inspira el acto de dar las espaldas a todo lo que le es
contrario. El sufrió por nosotros “fuera de la puerta”; en verdad, la
comprensión de esto y todo lo que significó para el Señor impulsará al creyente
a una completa separación de lo que es inconsistente con su voluntad y deseo.
Andar con el Señor es “salir fuera del real”. Esto tiene un significado mucho más amplio que una mera abstención de todo lo que constituya ritualismos legales y exteriores, pues más que esto involucra la idea de ir “a Él”. En un aspecto, se refiere a toda forma de religión sistematizada y arreglada por las tradiciones de los hombres, cuyo resultado es el apartamiento denominacional de las enseñanzas de la Palabra de Dios. Así como el judaísmo estableció su propia religión como sustituto de lo que Dios había prescripto en su Palabra, el llamado cristianismo ha resultado una esfera en la cual la tradición humana, eclesiástica u otra, ha reemplazado las instrucciones y principios del Nuevo Testamento por enseñanzas y prácticas adoptadas por guías religiosas. Todo esto está representado por “el real”. Salir de él para ir a Cristo significó y todavía significa vituperio. Pero lo importante es que es “SU vituperio”; es un privilegio y gozo para el verdadero seguidor de Cristo poderse identificar así con Él.
Cuando pensamos que todo esto fue a nuestro favor, no
sólo para librarnos de la perdición eterna, sino también para “santificarnos
con su propia sangre”, ¿cómo podremos desistir de “salir a El”? Su gracia
santificadora, haciéndonos suyos y separándonos para El, es suficiente para
inspirarnos una devoción superlativa. Es fácil evitar el vituperio. Demas lo
evitó “amando más a este siglo”, lo que fue para él una pérdida irreparable.
Tenemos un triple enemigo contra nuestros más altos intereses de lealtad para
Cristo: el mundo, la carne y el diablo. “Salir a Él” señala una victoria sobre
el mundo en todos sus aspectos; es lo que permite decir al verdadero
cristiano: “el mundo me ha sido crucificado a mí y yo al mundo” y experimentar
que “los que son de Cristo Jesús (los que no sólo le pertenecen, pero
participan de su mente, su carácter y su voluntad) han crucificado la carne con
sus pasiones y concupiscencias” (Gál. 5:24).
Despertémonos pues para dar una respuesta más decidida a
su atrayente poder, para comprender más profundamente nuestra deuda para con el
Señor, y para identificarnos más con su causa “fuera del real”, considerando
que “no tenemos aquí ciudad permanente, más esperamos la por venir”.
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