La promesa
El Capítulo 12 del Génesis empieza con una gran
revelación de Dios a su siervo Abraham, y termina con un gran fracaso de parte
de aquel patriarca.
Dios le dijo: “Engrandeceré tu nombre, y serás bendición
... y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Sólo por los
sufrimientos de Cristo, la simiente de Abraham, hecho Él maldición por
nosotros, se podría realizar esta promesa. Su pleno cumplimiento está en el
futuro todavía, pero los propósitos de Dios en cuanto a Abraham eran que él
fuese un canal de bendición.
Y, sus propósitos en el caso de todo verdadero creyente
son que seamos lo mismo, desde el día de la conversión hasta el fin de nuestros
días sobre la tierra. Es por nosotros que el río de la gracia puede llevar hoy
día el agua de vida a la humanidad sedienta.
Pero estos propósitos divinos
dependen en parte del comportamiento del creyente. Abraham empezó muy bien su
carrera como peregrino, llegando a Siquem que quiere decir hombro o fortaleza,
siendo así un tipo de Cristo. De allí pasó a Bet-el, “casa de Dios”, donde
levantó su segundo altar y estableció contacto con el cielo. Allí le vino una prueba
que no pudo soportar y él sufrió un lapso de fe. Se desvió del camino de la
voluntad de Dios y descendió a Egipto, tipo del mundo.
La prueba
Llegó el
momento de la prueba, cuando el temor del hambre desvió al patriarca de la
voluntad de Dios. En una falta de fe, se apoderó de Abraham en Egipto el temor
del hombre, que le hizo confeccionar una mentira. La puso en boca de su esposa,
exponiéndola a la humillación y al riesgo del adulterio. En ese momento crítico
hubo la intervención divina y Dios hirió a Faraón y su casa con grandes plagas,
salvando a Abraham y Sara de un gran desastre. Hay en esto una lección para
nosotros, y es que consecuencias serias pueden resultar de apartarnos a buscar
refugio o comodidad en el mundo de los impíos, aun cuando podamos razonar que
estamos “obligados” a hacerlo por las circunstancias.
En vez de traer a Faraón la
bendición de Dios, Abraham por su mal comportamiento trajo sobre aquel rey la
maldición de Dios. Luego notamos la indignación de Faraón. El había tenido un alto
concepto de Abraham como hombre de Dios, y no le creía capaz de traer sobre él
y su casa tan grande mal. El patriarca fue despedido de Egipto como persona no
grata, su testimonio perdido en cuanto a ese rey.
Un contraste
¡Cuán
distinta es la historia de José en el capítulo 39! Él fue llevado a Egipto en
los propósitos de Dios; su comportamiento fue gobernado siempre por el temor de
Dios y él no cedió a la tentación. Por eso Dios pudo bendecir la casa de
Potifar. José supo darle la gloria a Dios; él diría después que, “No está en
mí; Dios será el que dé respuesta propicia a Faraón”, Génesis 41.16.
Más
adelante la nación de Egipto fue salvada de hambre por intermedio de José, y
finalmente éste llegó a ser el instrumento de Dios para la bendición de todos
sus hermanos. Sin lugar a dudas, “Rama fructífera es José, rama fructífera
junto a una fuente, cuyos vástagos se extienden sobre el muro”, 49.22.
Su vida irreprensible y su temor de
Dios le salvaron del desastre. De acuerdo con la promesa divina, él mismo fue
bendecido y hecho un vaso de bendición en las manos de Dios para los demás. El
temor de Dios salvó a José del desastre, cuando el temor del hombre había
puesto a Abraham al borde del colapso.
Nosotros también
Nosotros también,
por nuestro proceder recto, viviendo diariamente en el temor de Dios, podemos
ser los vasos escogidos para comunicar bendición a nuestros hermanos y a otros.
Sepamos, hermanos, el propósito de Dios para nosotros: “No volviendo mal por
mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo; sabiendo que vosotros sois llamados para
que poseáis bendición en herencia”, 1 Pedro 3.9.
Aun los
que no son del Señor esperan una conducta proba en la vida del cristiano, y no
pocas veces son los primeros en censurar algo fuera de orden en nuestras vidas.
Estamos dando un ejemplo, sea para hacer tropezar a otros o para conducirlos al
Señor Jesucristo.
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