sábado, 18 de julio de 2020

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (46)

Salomón, el sabio


Se reconoce que de todos los sabios de la historia ninguno excede a Salomón, hijo de David, rey de Israel. En los propósitos de Dios, y como resultado de las grandes conquistas de su padre David, el período de su reino fue casi sin guerra alguna. 
            La prosperidad consecuente era de una paz notable, hasta que la plata en Jerusalén llegó a ser abundante como las piedras de la calle. El negocio marítimo con naciones lejanas y la agricultura dentro del país crecieron fenomenalmente; el progreso en todo el territorio llamó la atención de las demás naciones. Tanto fue así que la reina de Saba hizo largo viaje para averiguar lo que había oído de él.
            En todo caso semejante de paz y prosperidad, hay alguna razón, patente a los que la quisieran reconocer. El secreto de la grandeza y poder del rey Salomón se encuentra en la Biblia. El era sabio suficiente para ser humilde. Impresionado por la bondad y misericordia de Dios en elevarlo al trono, confesó y dijo: “Yo soy muchacho, que no sé cómo entrar ni salir ... da pues a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, para discernir entre lo bueno y lo malo”, 1 Reyes 3.7 al 9.
            ¡Sabiduría! ¡Cuán rara vez la buscan del cielo!
            Este rey hebreo escribió tres de los libros que componen la Santa Biblia, inspirados por el Espíritu de Dios: Proverbios, Cantares y Eclesiastés.
            Sus centenares de proverbios son reconocidos como de los más sabios y prácticos. El estilo con que personifica la Sabiduría, llamando a los jóvenes a participar de sus delicados manjares y tener una vida feliz, nos sirve de tipo de la llamada de Cristo al corazón humano, ofreciendo satisfacerlo como no puede ningún otro. Además, representa el mundo bajo la figura de la mujer extraña, engañosa e infiel.
            En su libro de Eclesiastés, este gran rey declara haber probado todas las cosas “debajo del sol”, para descubrir solamente que todo es vanidad y aflicción de espíritu. Los incrédulos han torcido este libro para hacerlo sostener sus dudas en cuanto a la eterna existencia del ser humano, haciendo ellos caso omiso de esta clave que hemos señalado: El hombre fue hecho por y para el Dios del cielo, y no puede hallar satisfacción en las cosas materiales, las cosas “debajo del sol”.
            Aquí el sabio hijo de David discurre sobre lo que hay en el mundo y la búsqueda por la satisfacción en lo que el mundo puede dar. Siglos después, el apóstol lo definiría como los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida; 1 Juan 4.16. Disponiendo de riquezas y oportunidad sin límite, él pudo dedicarse de todo corazón a saciarse, pero llegó a reconocer: “He aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu… El hombre no es mejor que el animal. Pasa, se va y es olvidado”.
            ¿El que lee es uno de aquellos que busca la satisfacción en las cosas debajo del sol? El animal se satisface con comer, descansar y procrear, pero no tiene espíritu como tiene todo ser humano. El hombre no puede estar satisfecho sin Dios. Expresamente para esto vino el Salvador, para reconciliar la criatura con el Creador. Cuando aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos.
            El tercer libro escrito por Salomón, El Cantar de los Cantares, se reconoce como una poesía exquisita. Según 1 Reyes 4.32, es solamente uno de muchas obras literarias que este hombre redactó. Bajo el símil del afecto de dos enamorados, él prefigura el santo amor que existe entre Cristo el Esposo y la Iglesia su esposa. Volviendo al Nuevo Testamento, se declara que El ganó esta esposa al dar su vida en redención de ella. Se compone de los que, arrepentidos de sus pecados, han hallado misericordia por su fe en la sangre de Cristo.
            ¿Tiene usted parte en esta Iglesia a de Cristo? ¿Es salvo por la gracia de Dios? Si no, no podrá tener parte con Cristo cuando Él llegue a reinar en su gloria eterna. Será desconocido de él entonces, y arrojado a la perdición eterna. Hoy día Cristo, como la sabiduría en persona, llama a la puerta del corazón humano. En prueba de su divino amor, muestra las heridas en sus manos, pies y costado. Las sufrió por salvar a los hombres, las mujeres y los menores. ¿No dirá usted, “El sufrió por mí?” El herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados.

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