Con mucha claridad habló el Señor referente a los
frutos que deben dar los hijos de Dios. Tres características de estos frutos
acreditan que somos nacidos de simiente incorruptible. (1 Pedro 1:23)
· Por los buenos frutos somos conocidos en el
mundo que somos discípulos de Cristo: los
frutos de nuestra identificación (Mateo 7:16).
· Por la abundancia de los frutos demostramos que
somos pámpanos limpios en la vid: los
frutos de nuestra filiación (Juan 15:5)
· Por dar el fruto a tiempo indicamos que somos
regados por el poder de arriba: frutos a
satisfacción (Juan 7:38)
“Todo pámpano que en mí no lleva fruto,
le quitará: y todo aquel que lleva fruto, le limpiará, para que lleve más
fruto.” (Juan 15:2) La medida es drástica: el que no lleva fruto es cortado con
la horqueta, y el que lleva fruto es podado en los cogollos para que lleve más
fruto.
Leí de una hermana a quien se le
infectó la herida de un brazo. Los médicos no encontraron remedio sino amputar
el brazo, porque la gangrena había empezado. La hermana tuvo conformidad y
aprendió una gran lección. Dijo: “Ahora comprendo que con mis dos brazos nada hice
para el Señor. Él me ha enviado esta poda para que yo lo reconozca, pero con su
ayuda y con un solo brazo, haré más de lo que no hice con los dos.” De modo,
hermanos, que, si hay ramas viciosas, sin frutos, el Señor las va a podar por
medio de la disciplina, las pruebas o el castigo. (Hebreos 12:5-17)
Ahora bien, en Lucas 13:6-9 el Señor
extiende su misericordia y otorga sus privilegios. Nunca en su historia recibió
Israel más bendiciones que en los tres años del ministerio del Señor. Con todo
esto no dió los frutos que el Señor buscaba. Entonces prolongó su gracia y
resolvió excavar y estercolar. Para el pueblo del Señor hoy, el período ha sido
más largo, las oportunidades más grandes y, en toda la luz de estos
privilegios, “A cualquiera que fue dado mucho, mucho será vuelto a demandar de
él.” (Lucas 12:48)
Muchas veces este abono viene por
visitaciones, prosperidad, libertad de cultos y muchas bendiciones más, para
que demos los frutos que el Señor quiere. A la iglesia de Tiatira el Señor
dijo: “Yo le he dado tiempo para que se arrepienta de la fornicación; y no se
ha arrepentido.” (Apocalipsis 2:21)
En
Mateo 21:18-20 son los dos extremos. El dueño de la viña en ocasiones
anteriores había venido a buscar fruto de su viña y no lo halló; sin embargo,
“No retuvo para siempre su enojo, porque es amador de misericordia.” (Miqueas
7:18) Ahora el Señor de la viña tiene hambre y la higuera (su pueblo) no tiene
frutos.
Hermanos,
en Juan 15 los frutos son amor. “Si guardareis mis mandamientos, estaréis en mi
amor.” (15:10). En Lucas 18 los privilegios son por gracia, v. 8. “más cuando
se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los
hombres, no por obras de justicia que nosotros habíamos hecho ...” (Tito 3:4,5)
En
Mateo 21:18,19 el juicio a la higuera es por esterilidad. El Señor tiene hambre
de más oración, más amor, más consagración, más santidad. Religión exterior no
da frutos. Nabal, el del Carmelo, era muy rico y en el esquileo parecía ser un
árbol con mucho fruto, pero cuando David, que había guardado y protegido sus
intereses, envió a buscar fruto se encontró con hojas solamente. (1 Samuel
25:1-38)
Ningún
discípulo de Cristo ha regado su árbol como Pablo; nunca menguó en sus nuevos
frutos. (Gálatas 5:22,23). Tan solícito era que hizo así: “Me he hecho a los
flacos flaco, por ganar a los flacos: a todos me he hecho todo, para que de
todo punto salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, por hacerme
juntamente participante de él.” (1 Corintios 9:22,23)
La Sana Doctrina (1958
a 1981)
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