La palabrería es completamente dañosa a la vida espiritual. La verdadera vida de nuestros espíritus sale en nuestra plática, y, por consiguiente, toda plática vana es un desgaste de las fuerzas vitales del corazón. En los árboles frutales sucede, muchas veces, que la flor en exceso evita una buena cosecha y aún impide por completo el fruto. Cuando hay mucha habladuría, el alma se gasta en la flor de la palabra, y no hay fruto. Esto no se refiere a los pecadores, ni tampoco al testimonio dado en palabra para el Señor Jesús, sino de la parlería incesante de algunos que profesan piedad. Es una de las cosas que más arruina el alma y la comunión profunda con Dios. Fijémonos cuántas veces contamos las mismas cosas a otros, aumentándolas, aun cuando son insignificantes, con una verdadera multitud de palabras, especialmente cuando se trata de algo que nosotros mismos hemos hecho; cómo contendemos sobre cosas que no valen la pena; cómo las cosas profundas del Espíritu están tratadas con ligereza, hasta que el que tiene deseo de estar quieto, tiene que separarse a un lugar silencioso donde pueda recobrar la tranquilidad de su mente para descansar en Dios.
No
solamente necesitamos la limpieza del pecado, sino que también la naturaleza
vieja tiene que morir a su propia bulla, actividad y mundanalidad.
Consideremos
algunos de los resultados de la parlería:
PRIMERO,
disipa el poder espiritual. El pensamiento y sentimiento del alma son como el
vapor y la pólvora, que cuando son concentrados tienen más poder. El vapor bien
comprimido, puede llevar un tren a sesenta millas por hora, pero si ese vapor
se escapa inútilmente, no puede ni aun mover ese mismo tren una pulgada. Así
cada acción del corazón, si se expresa en palabras dirigidas por el Espíritu
Santo, permanecerá en las mentes de los oyentes mucho tiempo, pero si está
disipada en una parlería, probablemente nunca llevará fruto “La palabra a su
tiempo, ¡cuán buena es!” (Pr. 15.23)
Aún en la
oración, Dios nos enseña la misma cosa; “Y orando, no seáis prolijos, como los
Gentiles; que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues,
semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad,
antes que vosotros le pidáis” (Mt. 6.7,8).
SEGUNDO,
es pérdida de tiempo. Si las horas que se gastan en pláticas inútiles, fueran
gastadas en oración o en la lectura de la Palabra de Dios, pronto alcanzaríamos
una altura de vida espiritual y paz divina que ni aún soñábamos, ‘‘Bienaventurado
el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo sentado es camino de
pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; antes en la ley de
Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Y será como el
árbol plantado junto a arroyos de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su
hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará” (Sal 1.1-8).
TERCERO,
la parlería inevitablemente nos lleva a hablar imprudentemente de muchas cosas
que son desagradables a Dios y sin provecho para el hombre. “En las muchas
palabras no falta pecado: más el que refrena sus labios es prudente” (Pr. 10.19).
Tenemos que decir que, aunque todos somos más o menos parleros y habladores,
nos toca vivir quietos y humildes como cristianos. Tenemos que guardar nuestros
labios, como un centinela guarda su fortaleza, y debemos respetar a los demás a
nuestro al derredor, retirándonos muchas veces, para guardar la comunión con el
Señor, si los otros empiezan a hablar demasiado.
El remedio para la parlería viene de un ejercicio íntimo;
muchas veces tenemos que ser metidos por Dios en hornos de aflicción para
curarnos de ella, consumiendo así la excesiva efervescencia de la mente, o por
una revelación al alma de la majestad de Dios y de la eternidad que calman
completamente las facultades naturales. Para andar en el Espíritu debemos
evitar hablar de los demás, por el solo placer de hacerlo o por entretener a la
gente. Para hablar eficazmente debemos saber cuándo y qué quiere Dios que
hablemos y hablar en harmonía con el Espíritu Santo.
“Detiene sus
dichos el que tiene sabiduría: De prudente espíritu es el hombre entendido” (Pr.
17.27).
“En quietud y en
confianza será vuestra fortaleza” (Is. 30.15).
“No te des priesa
con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios:
porque Dios está en el cielo,
y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras. Porque de la mucha
ocupación viene el sueño, y de la multitud de las palabras la voz del necio” (Ec.
6.2,3).
“El hombre bueno
del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas; y el hombre malo del mal
tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo, que toda palabra ociosa que hablaren
los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras
serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mt 12.35-37).
“El que guarda su
boca y su lengua, su alma guarda de angustias” (Pr.-21.3).
“Con ella (la
lengua) bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, los
cuales son hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición
y maldición. Hermanos míos, no conviene que estas cosas sean así hechas” (Stg.
3.9,10).
Los
cristianos son los que son llamados a reflejar a Cristo Jesús en un mundo donde
todos están listos para fijarse en nuestros disparates e inconsistencias, y
reprochan así el nombre de nuestro bendito Señor. Examinémonos en la presencia
de Dios. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor
los unos con los otros” (Jn. 13.35).
Los días
son malos, y el carácter de la Iglesia es el de Laodicea. Velemos, pues, para
no perder nuestro gozo, y para que no hagamos caer al flaco en la fe con
nuestra parlería.
Tr. Por G. G.
Contendor por la fe, N° 51,52, 1944.
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