sábado, 18 de julio de 2020

LA PALABRERÍA

La palabrería es completamente dañosa a la vida espiritual. La verdadera vida de nuestros espíritus sale en nuestra plática, y, por consiguiente, toda plá­tica vana es un desgaste de las fuerzas vitales del corazón. En los árboles frutales sucede, muchas veces, que la flor en exceso evita una buena cosecha y aún impide por completo el fruto. Cuando hay mu­cha habladuría, el alma se gasta en la flor de la pala­bra, y no hay fruto. Esto no se refiere a los pecado­res, ni tampoco al testimonio dado en palabra para el Señor Jesús, sino de la parlería incesante de algu­nos que profesan piedad. Es una de las cosas que más arruina el alma y la comunión profunda con Dios. Fijémonos cuántas veces contamos las mismas cosas a otros, aumentándolas, aun cuando son insignifican­tes, con una verdadera multitud de palabras, espe­cialmente cuando se trata de algo que nosotros mis­mos hemos hecho; cómo contendemos sobre cosas que no valen la pena; cómo las cosas profundas del Espí­ritu están tratadas con ligereza, hasta que el que tie­ne deseo de estar quieto, tiene que separarse a un lugar silencioso donde pueda recobrar la tranquilidad de su mente para descansar en Dios.

            No solamente necesitamos la limpieza del pecado, sino que también la naturaleza vieja tiene que morir a su propia bulla, actividad y mundanalidad.

            Consideremos algunos de los resultados de la par­lería:

            PRIMERO, disipa el poder espiritual. El pen­samiento y sentimiento del alma son como el vapor y la pólvora, que cuando son concentrados tienen más poder. El vapor bien comprimido, puede llevar un tren a sesenta millas por hora, pero si ese vapor se es­capa inútilmente, no puede ni aun mover ese mismo tren una pulgada. Así cada acción del corazón, si se expresa en palabras dirigidas por el Espíritu Santo, permanecerá en las mentes de los oyentes mucho tiem­po, pero si está disipada en una parlería, probable­mente nunca llevará fruto “La palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!” (Pr. 15.23)

            Aún en la oración, Dios nos enseña la misma cosa; “Y oran­do, no seáis prolijos, como los Gentiles; que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; por­que vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis” (Mt. 6.7,8).

            SEGUNDO, es pérdida de tiempo. Si las horas que se gas­tan en pláticas inútiles, fueran gastadas en oración o en la lec­tura de la Palabra de Dios, pronto alcanzaríamos una altura de vida espiritual y paz divina que ni aún soñábamos, ‘‘Bienaven­turado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo sentado es camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; antes en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Y será como el árbol plantado junto a arroyos de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará” (Sal 1.1-8).

            TERCERO, la parlería inevitablemente nos lleva a hablar imprudentemente de muchas cosas que son desagradables a Dios y sin provecho para el hombre. “En las muchas palabras no falta pecado: más el que refrena sus labios es prudente” (Pr. 10.19). Tenemos que decir que, aunque todos somos más o menos parleros y habladores, nos toca vivir quietos y humildes como cristianos. Tenemos que guardar nuestros labios, como un centinela guarda su fortaleza, y debemos respetar a los demás a nuestro al derredor, retirándonos muchas veces, para guardar la comunión con el Señor, si los otros empiezan a hablar demasiado.

            El remedio para la parlería viene de un ejercicio íntimo; muchas veces tenemos que ser metidos por Dios en hornos de aflicción para curarnos de ella, consumiendo así la excesiva efervescencia de la mente, o por una revelación al alma de la majestad de Dios y de la eternidad que calman completamente las facultades naturales. Para andar en el Espíritu debemos evitar hablar de los demás, por el solo placer de hacerlo o por entretener a la gente. Para hablar eficazmente debemos saber cuándo y qué quiere Dios que hablemos y hablar en harmonía con el Espíritu Santo.

*      “Detiene sus dichos el que tiene sabiduría: De prudente espíritu es el hombre entendido” (Pr. 17.27).

*      “En quietud y en confianza será vuestra fortaleza” (Is. 30.15).

*      “No te des priesa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios: porque Dios está en el cielo,
y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras. Porque de la mucha ocupación viene el sueño, y de la multitud de las palabras la voz del necio” (Ec. 6.2,3).

*      “El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas; y el hombre malo del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo, que toda palabra ociosa que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mt 12.35-37).

*      “El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias” (Pr.-21.3).

*      “Con ella (la lengua) bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, los cuales son hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, no conviene que estas cosas sean así hechas” (Stg. 3.9,10).

            Los cristianos son los que son llamados a reflejar a Cristo Jesús en un mundo donde todos están listos para fijarse en nuestros disparates e inconsistencias, y reprochan así el nombre de nuestro bendito Señor. Examinémonos en la presencia de Dios. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn. 13.35).

            Los días son malos, y el carácter de la Iglesia es el de Laodicea. Velemos, pues, para no perder nuestro gozo, y para que no hagamos caer al flaco en la fe con nuestra parlería.

Tr. Por G. G.

Contendor por la fe, N° 51,52, 1944.


No hay comentarios:

Publicar un comentario