No anduvieron los hijos [de Samuel] por los
caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y
pervirtiendo el derecho. (1 Samuel
8:3)
Cuando pensamos en el error que cometió Samuel al establecer a sus hijos como jueces, nos preguntamos hasta qué punto esto demuestra su gran fracaso en la crianza de sus hijos. ¿Habrá imitado inconscientemente la debilidad de Eli, cuyo fracaso familiar fue tan severo que acarreó el juicio de Dios? Esto parece poco probable, pues él había recibido la advertencia de parte de Dios mismo, cuando en su niñez Dios le dio un mensaje para Eli con respecto a este mismo asunto, y además fue testigo de la captura del arca y la muerte de los hijos de Eli. Su fidelidad a Dios, la cual se manifestó frente al pueblo, y su constancia en la oración, nos prohíben pensar que fue negligente o indiferente a su responsabilidad en el hogar.
Por
otro lado, también leemos que Abraham iba a mandar “a sus hijos y a su casa
después de sí”, y que Josué dijo: “yo y mi casa serviremos a Jehová”. ¿No nos
muestran estos ejemplos el vínculo que existe entre un padre y su familia?
¿Acaso no leemos en el Nuevo Testamento que un requisito indispensable para ser
un conductor del pueblo de Dios es que “gobierne bien su casa”?
Claramente, Samuel no era
completamente inocente. Bien podemos pensar que sus frecuentes ausencias en el
hogar y el absorbente interés en los asuntos de toda la nación, lo hicieron
ciego a sus responsabilidades en el hogar. Sin embargo, su servicio público no
lo eximía para nada de sus obligaciones como padre de familia. “Mi viña, que
era mía, no guardé” ha menudo se ha convertido en la triste confesión de
quienes han trabajado en las viñas de otros. Esto no es una excusa, sino que
nos recuerda que todos corremos el mismo peligro, más si pensamos que alguien
como Samuel fracasó en este asunto. ¡Qué Dios tenga misericordia de los jefes
de familia, dándoles gracia, dependencia y perseverancia en la oración, para
que sus familias puedan ser ejemplos de la sumisión al orden divino!
Samuel
Ridout
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