Salmo 39:11
Una institución sin disciplina vendría a ser un lugar de confusión,
arbitrariedad y desventura. La disciplina empieza en el hogar y aquellos hijos
levantados en la rectitud del orden y la obediencia vendrán a ser mañana los
hombres que legislan, que enrumban la familia, que guían los pueblos, o son
aptos para pastorear la grey del Señor.
No me
propongo dar clases de cívica, ni lecciones de moral. Tampoco pienso establecer
reglas sobre el caso. Quiero hablar de tres disciplinas impuestas a Pedro que
le resultaron de un fuerte sostén para la edificación de la vida espiritual.
Disciplina privada, o reprensión personal para quitarle el miedo a la
cruz y alentarle al sufrimiento.
“Entonces volviéndose
dijo a Pedro: quítate de delante de mí, Satanás; me eres escándalo; no
entiendes lo que es de los hombres ... Si alguno quiere seguir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame.” (Mateo 16:23,24)
Disciplina de tiempo, tres días para quitarle el orgullo y la confianza en
su yo.
“Entonces vuelto el
Señor, miró a Pedro: y Pedro se acordó de la palabra que el Señor como le había
dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces ... Y saliendo fuera
Pedro, lloró amargamente.” (Lucas 22:61,62)
Disciplina pública, delante de todos, reprensión en la cara.
Medida profiláctica, pues había contaminado a otros. “Empero viniendo
Pedro a Antioquía lo resistí en la cara, porque era de condenar.” (Gálatas
2:11-14)
“El
que tiene en poca la disciplina, su alma menosprecia; más el que escucha la
corrección, tiene entendimiento.” (Proverbios 15:32)
Hasta
aquí parece que Pedro ignoraba que en la vida es menester pasar por dos clases
de sufrimiento. Los sufrimientos físicos que provienen de conseguir “el pan con
el sudor del rostro,” y los sufrimientos que se adquieren para entrar al reino
de los cielos. Son estos sufrimientos morales e involuntarios que combaten
adentro y afuera. Todavía a Pedro le faltaba mucho que aprender de los sufrimientos
por la cruz de Cristo.
En esta ignorancia el
hombre torpe cree que puede aconsejar a Dios. (Mateo 16:22) Hay gentes en el
mundo que nunca han sabido, ni han querido llevar una cruz y al no tener esa
experiencia se burlan de las aflicciones de los creyentes o procuran persuadir
a otros para que no lleven la cruz. (Gálatas 6:12)
Sin que ninguna
pretenda encaramarse sobre sus hermanos, porque debemos “considerarnos a
nosotros mismos que no seamos también tentados,” debemos ser francos con
nuestros hermanos. Si el caso amerita una reprensión fuerte personal, debemos
hacerlo habiendo tenido antes ejercicio delante del Señor. Si el hermano se
ofende porque se le dice la verdad, peor para él porque ya no será secreto de
dos; Mateo 18:16,17.
No podemos negar la
veracidad y la ligereza de Pedro en sus decisiones; tampoco ignoramos que el
orgullo de Pedro estaba intacto, porque muchas veces dio demostración de él en
su manera de actuar. Orgullo natural y altivo, orgullo que llega hasta el
sepulcro; y por ironía, sólo quien humilla el orgullo son los gusanos. Mientras
más elevada es la posición del individuo, más orgullo se pone.
Hace algún tiempo, una
hermana de cierta posición social pecó porque se puso a recibir lecciones de
los llamados Testigos de Jehová. Aquella señora se enfermó y no quería admitir
que había errado. En su gravedad nos mandó a llamar; estaba en la cama casi
inconsciente, los ojos cerrados, el rostro duro; parecía que estaba lejos del
lugar. Dijimos en voz clara y fuerte: “Señora, ¿se retracta usted de haber
recibido doctrinas heréticas de los Testigos de Jehová?” Aquella señora dijo, “¡Nooo!.”
Días después confesó que había errado y enseguida murió.
La mejor disciplina
para el orgullo es poner a la luz del sujeto sus propios errores. A veces el
orgullo es cubierto con una falsa humildad. Muchas veces la pena también es
indicio de orgullo disfrazado.
¡Qué ejemplo más
elevado de humildad tenemos en el Señor! “Quien cuando le maldecían no
retornaba maldición, cuando padecía no amenazaba, sino remitía la causa al que
juzga rectamente.” (1 Pedro 2:23) “Señor, enséñame a saber lo que no sé, y a
reconocer en las pruebas la disciplina, hasta que, en una experiencia vivida,
llegue a aprender: ‘Y ya no vivo yo’.”
La
tercera disciplina de Pedro en mi concepto la juzgo más grave. Ya que era
viejo, sabía con certeza la fidelidad del Señor, “de estar con los suyos hasta
el fin.” Pedro se había enfrentado a los representantes de la nación y les
había imputado el crimen de haber dado muerte al Señor. Ciertamente testificó
sin orgullo y sin miedo ante las mismas autoridades que le condenaron, de su fe
en Cristo. Pedro había recibido una revelación especial de no hacer distinción
entre judíos y gentiles: “Lo que Dios limpió no lo llames tú común.” (Hechos
10:15)
El pecado de Pedro fue
la simulación y en esta malicia habían sido otros contaminados; hasta el gran
Bernabé era llevado también. “Un pecador destruye mucho bien.” Además de
necesaria, era buena la disciplina o reprensión pública, porque en Pedro era
“la mosca muerta en el perfume al estimado por sabiduría y honra.” (Eclesiastés
10:1)
¿Qué sería de
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