Isaías
y su visión
Nunca faltan las
personas que hablan de sus visiones. El joven tiene visiones de una riqueza y
fama futura; el soñador afirma que por una visión sabe que le vendrá buena o
mala suerte. Pero pocos reconocen las visiones que hayan tenido de su condición
espiritual delante de Dios. Pocos obedecen la verdadera luz que por algún medio
hayan recibido.
El profeta Isaías tuvo sus visiones.
Viendo a los demás, pronunció sus ayes contra casi todos sus conciudadanos. “Ay
de los que se levantan de mañana para seguir la embriaguez”. “Ay de los que
traen la iniquidad con cuerdas de vanidad”. “Ay de los que juntan casa a casa,
y allegan heredad, hasta acabar el término”. Los hay hoy día que asimismo
condenan a los demás.
El compararse el hombre con sus
semejantes parece resultar a menudo a la vanidad. Nunca falta quien parezca más
bajo que nosotros. Pero, qué de necedad compararnos los unos con los otros. Es
ante Dios que tendremos que comparecer. No nos juzgarán los hombres, sino el
Dios del cielo; y no conforme a las reglas humanas, sino según la santidad
suya. Compárese usted a esa santidad y vea si no está condenado de una vez por
su propia conciencia.
El desespero se apoderó de Isaías al
ver la santidad divina. Veía imposible que un inmundo estuviese en la presencia
de un Ser tan santo. Imposible. ¿Acaso el hombre no podría purificarse a sí
mismo? Lo mismo sería como mandar una fuente sucia a limpiarse de su
inmundicia. Pero, lo que el hombre no pudo hacer para sí mismo, lo hizo otro.
Cuando Isaías reconoció su desgracia e ineptitud para cam-biar su estado, el
Señor se hizo presente a bendecirle.
Uno de los serafines volvió hacia
él, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con tenazas.
Tocando con el carbón la boca del inmundo, dijo: “He aquí esto tocó tus labios,
y es quitada tu culpa y limpio tu pecado”.
El altar de donde el serafín tomó el
carbón encendido llevaba siempre puesto un fuego, sobre el cual ardía a
continuo un sacrificio por el pecado. En llevarle ese carbón del altar para
purificarle, tocando sus labios, le hizo a Isaías comprender que sólo por el
sacrificio de otro hay salvación. Ninguno puede purificarse a sí mismo; sólo
hay salud espiritual por la muerte de un sustituto.
Dios habla todavía a los hombres por
la muerte de sus semejantes y por otras circunstancias, pero principalmente por
medio de las Sagradas Escrituras.
Encontrado y aplicado el medio de
limpieza, Dios le pronunció a Isaías limpio, y éste tuvo paz y gozo en creerlo.
Así en el sacrificio de Cristo en el Calvario Dios ha provisto para la
salvación de todo ser humano. Él anuncia su perfecta satisfacción en la obra de
Jesús. Al decir de Isaías 53. 6, Él cargó en él pecado de todos nosotros.
Valiéndose usted de
esa obra,
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