domingo, 17 de enero de 2021

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (52)

 


Isaías y su visión

                Nunca faltan las personas que hablan de sus visiones. El joven tiene visiones de una riqueza y fama futura; el soñador afirma que por una visión sabe que le vendrá buena o mala suerte. Pero pocos reconocen las visiones que hayan tenido de su condición espiritual delante de Dios. Pocos obedecen la verdadera luz que por algún medio hayan recibido.

            El profeta Isaías tuvo sus visiones. Viendo a los demás, pronunció sus ayes contra casi todos sus conciudadanos. “Ay de los que se levantan de mañana para seguir la embriaguez”. “Ay de los que traen la iniquidad con cuerdas de vanidad”. “Ay de los que juntan casa a casa, y allegan heredad, hasta acabar el término”. Los hay hoy día que asimismo condenan a los demás.

            Se asomó el espectro de la muerte, llevando como víctima a Uzías, rey de Israel. Sea por la impresión hecha por aquella defunción, o por alguna otra causa, le vino al profeta Isaías visión, ya no de sus prójimos, sino de sí mismo ante la presencia de Dios. En medio de la gloria y santidad divina, las voces de serafines exclamaron: “¡Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos!” Esto le hizo temblar y reconocer: “¡Ay de mí! Que soy muerto, que siendo hombre inmundo de labios … han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos”.

            El compararse el hombre con sus semejantes parece resultar a menudo a la vanidad. Nunca falta quien parezca más bajo que nosotros. Pero, qué de necedad compararnos los unos con los otros. Es ante Dios que tendremos que comparecer. No nos juzgarán los hombres, sino el Dios del cielo; y no conforme a las reglas humanas, sino según la santidad suya. Compárese usted a esa santidad y vea si no está condenado de una vez por su propia conciencia.

            El desespero se apoderó de Isaías al ver la santidad divina. Veía imposible que un inmundo estuviese en la presencia de un Ser tan santo. Imposible. ¿Acaso el hombre no podría purificarse a sí mismo? Lo mismo sería como mandar una fuente sucia a limpiarse de su inmundicia. Pero, lo que el hombre no pudo hacer para sí mismo, lo hizo otro. Cuando Isaías reconoció su desgracia e ineptitud para cam-biar su estado, el Señor se hizo presente a bendecirle.

            Uno de los serafines volvió hacia él, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con tenazas. Tocando con el carbón la boca del inmundo, dijo: “He aquí esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa y limpio tu pecado”.

            El altar de donde el serafín tomó el carbón encendido llevaba siempre puesto un fuego, sobre el cual ardía a continuo un sacrificio por el pecado. En llevarle ese carbón del altar para purificarle, tocando sus labios, le hizo a Isaías comprender que sólo por el sacrificio de otro hay salvación. Ninguno puede purificarse a sí mismo; sólo hay salud espiritual por la muerte de un sustituto.

            Dios habla todavía a los hombres por la muerte de sus semejantes y por otras circunstancias, pero principalmente por medio de las Sagradas Escrituras. La Biblia revela el único medio de salvación y limpieza de pecado: “Así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo”, Romanos 5.21.

            Encontrado y aplicado el medio de limpieza, Dios le pronunció a Isaías limpio, y éste tuvo paz y gozo en creerlo. Así en el sacrificio de Cristo en el Calvario Dios ha provisto para la salvación de todo ser humano. Él anuncia su perfecta satisfacción en la obra de Jesús. Al decir de Isaías 53. 6, Él cargó en él pecado de todos nosotros.

Valiéndose usted de esa obra, la Palabra de Dios le asegura de perfecta salvación. No añada obras ni ceremonia, ni pensar que se trataría de una solución pasajera, pues Tito 3.5 proclama que, “No por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia nos salvó”. 

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