domingo, 17 de enero de 2021

Ganando Almas a la manera bíblica

 

INTRODUCCIÓN

            Uno de los privilegios más grandes del creyente es estar asociado con Dios en la importante tarea de ganar almas para el Señor Jesucristo (Proverbios 11:30). Pocas de las cosas que el hombre puede hacer llegan tan lejos en términos de consecuencias. Ciertamente, el obrero afecta la eternidad, y recibirá recompensas eternas (Daniel 12:3).


            Dios se identifica a tal punto con los ganadores de almas que hasta les permite hablar como si ellos mismos fueran capaces de salvar al­mas. Por ejemplo, en Romanos 11:14, Pablo habla de salvar a algunos de su propio pueblo: “Por si en alguna manera pueda... hacer salvos a algunos de ellos". Y otra vez en 1 Corintios 9:22, escribe: “A to­dos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos”. Todos sabemos que Pablo no podía salvar a nadie por sí mismo. Sin embargo, Dios, en Su gracia, le permite usar este lenguaje por la ma­nera tan cercana en la que se vincula con los instrumentos humanos por medio de los que Él extiende Su obra.

            Pero el trabajo personal no es solo un privilegio, es también una ta­rea solemne. Los siguientes son tan solo tres de los muchos pasajes del Nuevo Testamento que enfatizan la responsabilidad de cada cristia­no respecto a este tema, y el plan divino de la evangelización mundial a través del testimonio individual.

            El primero es la Gran Comisión, Mateo 28:19-20. Aquí el Señor les encomienda a sus discípulos que:

1.    Vayan y hagan discípulos a todas las naciones;

2.    Los bauticen en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo;

3.    Les enseñen a guardar todas las cosas que Él ha mandado.

            No tiene sentido discutir si este mandamiento estaba dirigido solo a un grupo particular, o para un determinado período de tiempo. Es una orden del Señor para todo aquel a quien Él ha comprado con Su sangre.

            El segundo pasaje, Efesios 4:11-12, también enseña sobre la impor­tante verdad del evangelismo. A continuación, algunos pensamientos sobre estos versículos:

1.) v. 11. Él, el Cristo que ascendió, les dio dones a los hombres. ¿Cuáles fueron estos dones? Ellos eran hombres con cualidades divinas para propagar la fe cristiana. Algunos de estos hombres eran apósto­les, algunos profetas, otros evangelistas, pastores y maestros.

2.) v. 12. ¿Por qué dotó el Señor a estos hombres así? La res­puesta es para que, a través de ellos, todos los santos sean perfec­cionados para continuar en la obra del ministerio, y así el cuerpo de Cristo sea edificado.

            Este es un punto muy importante. Los dones no les fueron dados para que los santos pudieran relajarse, disfrutar de su ministerio y de­pender perpetuamente de ellos. Por el contrario, los dones tienen el fin de capacitar a todos los santos para la obra del ministerio. (Esto, por supuesto, no significa que se espera que todos los creyentes sean predicadores desde el pulpito; el propósito de Dios es que cada santo se dedique a hacer que Cristo sea conocido.)

            Por tanto, los dones en sí mismos son, de alguna manera, prescin­dibles. Su propósito es capacitar a cada hijo de Dios para el servicio cristiano activo. Y esto no excluye a las ocupaciones seculares, pero sí requiere que los intereses de Cristo estén en primer lugar, y que nues­tras ocupaciones solo tengan el propósito de permitirnos dar testimo­nio activo del Señor.

            El último pasaje se encuentra en 2 Timoteo 2:2. El apóstol Pablo, dirigiéndose a Timoteo, escribe: “Lo que has oído de mí ante mu­chos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.” Este versículo es importante porque nos enseña el plan que debemos seguir en el evangelismo personal. Cada uno de nosotros debería mostrar la verdad a otros, instruir a esos otros a hacer lo mismo, para que el conocimiento de Cristo se espar­za en círculos cada vez más amplios, cual las ondas en un estanque. Alguien señaló una vez que aparecen cuatro generaciones de cris­tianos en este versículo (2 Ti. 2:2). ¡Qué rápidamente puede crecer la familia! Comenzando con un hombre, si cada año se pudiera dupli­car el número de cristianos, habría 2,1471483,648 creyentes al final de 31 años.

            Vemos esta ley de reproducción en la naturaleza que nos rodea. En 3 años, un grano de trigo o arroz se multiplicará para producir miles de cavanes [unidad de medida de áridos que equivale a 35.24 litros, N.E.). No es sorprendente, entonces, que la Biblia utilice con fre­cuencia el proceso de siembra para ilustrar la obra de evangelismo (Salmos 126:6; Eclesiastés 11:6; Mateo 13:1-23).

            Para resumir, hemos aprendido que el trabajo personal es:

            1. Un privilegio tremendo, que afecta la eternidad.

            2. Una responsabilidad solemne, que involucra a todo cristiano.

            3. El método divino para alcanzar a la mayor cantidad de gente en el tiempo más corto.

            La pregunta a la que cada uno de nosotros debe enfrentarse ahora es la siguiente: ¿Qué voy a hacer al respecto? A cualquiera que vacile en responder, simplemente le aconsejamos leer el siguiente párrafo escrito por un ATEO.

            “Si creyera firmemente, como millones dicen hacerlo, que el cono­cimiento y la práctica de la religión en esta vida influyen el destino de la otra, la religión entonces significaría todo para mí. Calificaría el deleite terrenal como escoria, los intereses terrenales como insensateces, y los pensamientos y sentimientos mundanos como vanidad. La religión se­ría mi primer pensamiento al levantarme, y mi última imagen antes que el sueño me hundiera en la inconsciencia. Trabajaría solo por su causa. Una sola alma ganada para el cielo valdría la pena de una vida entera de sufrimiento. Las consecuencias terrenales jamás deberían interponerse, ni sellar mis labios. La tierra, con sus alegrías y sus angustias, no ocupa­ría ni un solo momento de mis pensamientos. Me esforzaría por fijar mi vista solo en la eternidad, y en las almas inmortales que me rodean, que pronto serán eternamente felices o miserables. Iría al mundo a predi­carle a tiempo y fuera de tiempo, y mi lema sería: ‘¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?"' (Un ateo)

            “Lo último que el diablo quiere que usted haga es que gane un al­ma definitivamente para Cristo. Si no lo cree, solo inténtelo. El diablo le permitirá ir a reuniones de oración, lo dejará hablar de temas reli­giosos, y realizar ‘muchas cosas poderosas,’ si eso le impide persuadir a los hombres a que acepten a Cristo como Señor, y lo confiesen abier­tamente delante de los demás.” (Charles M. Alexander).

“Que Dios impida

Que hoy me encuentre con un alma

Que con el paso del tiempo pueda decir,

Que yo no le indiqué el Camino.”


William Macdonald

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