Uno de los privilegios más grandes del creyente es estar asociado
con Dios en la importante tarea de ganar almas para el Señor Jesucristo
(Proverbios 11:30). Pocas de las cosas que el hombre puede hacer llegan tan
lejos en términos de consecuencias. Ciertamente, el obrero afecta la eternidad,
y recibirá recompensas eternas (Daniel 12:3).
Dios se identifica a tal punto con
los ganadores de almas que hasta les permite hablar como si ellos mismos fueran
capaces de salvar almas. Por ejemplo, en Romanos 11:14, Pablo habla de salvar
a algunos de su propio pueblo: “Por si en alguna manera pueda... hacer salvos a
algunos de ellos". Y otra vez en 1 Corintios 9:22, escribe: “A todos me
he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos”. Todos sabemos que
Pablo no podía salvar a nadie por sí mismo. Sin embargo, Dios, en Su gracia, le
permite usar este lenguaje por la manera tan cercana en la que se vincula con
los instrumentos humanos por medio de los que Él extiende Su obra.
Pero el trabajo personal no es solo
un privilegio, es también una tarea solemne. Los siguientes son tan solo tres
de los muchos pasajes del Nuevo Testamento que enfatizan la responsabilidad de
cada cristiano respecto a este tema, y el plan divino de la evangelización
mundial a través del testimonio individual.
El primero es la Gran Comisión,
Mateo 28:19-20. Aquí el Señor les encomienda a sus discípulos que:
1.
Vayan y hagan discípulos a todas las
naciones;
2.
Los bauticen en el nombre del Padre, y del
Hijo y del Espíritu Santo;
3.
Les enseñen a guardar todas las cosas que Él
ha mandado.
No tiene sentido discutir si este
mandamiento estaba dirigido solo a un grupo particular, o para un determinado
período de tiempo. Es una orden del Señor para todo aquel a quien Él ha
comprado con Su sangre.
El segundo pasaje, Efesios 4:11-12,
también enseña sobre la importante verdad del evangelismo. A continuación,
algunos pensamientos sobre estos versículos:
1.) v. 11. Él, el
Cristo que ascendió, les dio dones a los hombres. ¿Cuáles fueron estos dones?
Ellos eran hombres con cualidades divinas para propagar la fe cristiana.
Algunos de estos hombres eran apóstoles, algunos profetas, otros evangelistas,
pastores y maestros.
2.) v. 12. ¿Por
qué dotó el Señor a estos hombres así? La respuesta es para que, a través de
ellos, todos los santos sean perfeccionados para continuar en la obra del
ministerio, y así el cuerpo de Cristo sea edificado.
Este es un punto muy importante. Los
dones no les fueron dados para que los santos pudieran relajarse, disfrutar de
su ministerio y depender perpetuamente de ellos. Por el contrario, los dones
tienen el fin de capacitar a todos los santos para la obra del ministerio.
(Esto, por supuesto, no significa que se espera que todos los creyentes sean
predicadores desde el pulpito; el propósito de Dios es que cada santo se
dedique a hacer que Cristo sea conocido.)
Por tanto, los dones en sí mismos
son, de alguna manera, prescindibles. Su propósito es capacitar a cada hijo de
Dios para el servicio cristiano activo. Y esto no excluye a las ocupaciones
seculares, pero sí requiere que los intereses de Cristo estén en primer lugar,
y que nuestras ocupaciones solo tengan el propósito de permitirnos dar testimonio
activo del Señor.
El último pasaje se encuentra en 2
Timoteo 2:2. El apóstol Pablo, dirigiéndose a Timoteo, escribe: “Lo que has
oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean
idóneos para enseñar también a otros.” Este versículo es importante porque nos
enseña el plan que debemos seguir en el evangelismo personal. Cada uno de
nosotros debería mostrar la verdad a otros, instruir a esos otros a hacer lo
mismo, para que el conocimiento de Cristo se esparza en círculos cada vez más
amplios, cual las ondas en un estanque. Alguien señaló una vez que aparecen
cuatro generaciones de cristianos en este versículo (2 Ti. 2:2). ¡Qué
rápidamente puede crecer la familia! Comenzando con un hombre, si cada año se
pudiera duplicar el número de cristianos, habría 2,1471483,648 creyentes al
final de 31 años.
Vemos esta ley de reproducción en la
naturaleza que nos rodea. En 3 años, un grano de trigo o arroz se multiplicará
para producir miles de cavanes [unidad de medida de áridos que equivale a 35.24
litros, N.E.). No es sorprendente, entonces, que la Biblia utilice con frecuencia
el proceso de siembra para ilustrar la obra de evangelismo (Salmos 126:6;
Eclesiastés 11:6; Mateo 13:1-23).
Para resumir, hemos aprendido que el
trabajo personal es:
1. Un privilegio tremendo, que
afecta la eternidad.
2. Una responsabilidad solemne, que
involucra a todo cristiano.
3. El método divino para alcanzar a
la mayor cantidad de gente en el tiempo más corto.
La pregunta a la que cada uno de
nosotros debe enfrentarse ahora es la siguiente: ¿Qué voy a hacer al respecto?
A cualquiera que vacile en responder, simplemente le aconsejamos leer el
siguiente párrafo escrito por un ATEO.
“Si creyera firmemente, como
millones dicen hacerlo, que el conocimiento y la práctica de la religión en
esta vida influyen el destino de la otra, la religión entonces significaría
todo para mí. Calificaría el deleite terrenal como escoria, los intereses
terrenales como insensateces, y los pensamientos y sentimientos mundanos como vanidad.
La religión sería mi primer pensamiento al levantarme, y mi última imagen
antes que el sueño me hundiera en la inconsciencia. Trabajaría solo por su
causa. Una sola alma ganada para el cielo valdría la pena de una vida entera de
sufrimiento. Las consecuencias terrenales jamás deberían interponerse, ni
sellar mis labios. La tierra, con sus alegrías y sus angustias, no ocuparía ni
un solo momento de mis pensamientos. Me esforzaría por fijar mi vista solo en
la eternidad, y en las almas inmortales que me rodean, que pronto serán
eternamente felices o miserables. Iría al mundo a predicarle a tiempo y fuera
de tiempo, y mi lema sería: ‘¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el
mundo, y perdiere su alma?"' (Un ateo)
“Lo último que el diablo quiere que
usted haga es que gane un alma definitivamente para Cristo. Si no lo cree,
solo inténtelo. El diablo le permitirá ir a reuniones de oración, lo dejará
hablar de temas religiosos, y realizar ‘muchas cosas poderosas,’ si eso le
impide persuadir a los hombres a que acepten a Cristo como Señor, y lo
confiesen abiertamente delante de los demás.” (Charles M. Alexander).
“Que Dios impida
Que hoy me encuentre con
un alma
Que con el paso del
tiempo pueda decir,
Que yo no le indiqué el
Camino.”
William Macdonald
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