domingo, 17 de enero de 2021

¿Qué es el espiritismo? (3)

 En el Nuevo Testamento encontramos numerosos ejemplos de personas poseídas por espíritus inmundos, los que en diversos lugares son llamados demonios. Véase, por ejemplo, Marcos 5: 1-20 y Mateo 8: 16 y 28-34.


Pasajes tales como el de Marcos 3: 22-30 muestran con evidencia que estos demonios eran satánicos. En efecto, cuando los escribas dicen del Señor: "que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios", Jesús les dice: "¿Cómo puede Satanás echar fuera a Satanás?". Esta observación es importante, porque algu­nos afirman que los demonios o espíritus eran los espí­ritus de personas que habían muerto, mientras que el Señor nos dice que eran de Satanás. Podemos añadir que no está probado que la expresión "espíritus" se refiera a los de aquellos que han muerto. Efectivamente, la Escritura emplea este término al hablar de los ángeles (Hebreos 1: 7) y de demonios (Marcos 3:11), así como de hombres, sean justos (Hebreos 12:23) o malos (1 Pedro 3: 19). En esto reside la diferencia entre el hombre y la bestia. Ésta, además de un cuerpo material, es un ser viviente (Génesis 1: 20), o sea que tiene una vida animal, sin ninguna relación inteligente con Dios, mientras que esta relación existe para todos aquellos que tienen un espíritu. Lo que se dice en Eclesiastés 3:21 no constituye una excepción, ya que la palabra tra­ducida por "espíritu", es una expresión general que sig­nifica "respiración" (v. 19). Pero incluso aquí, sin que­rer entrar más en el sentido del pasaje, existe una dife­rencia clara entre la respiración de la bestia que des­ciende a la tierra —que no es más que eso: "la respira­ción"— y la del hombre que sube al cielo. Exteriormente se trata de la misma respiración, pero en realidad la del hombre es mucho más: "vuelve a Dios que lo dio" (Eclesiastés 12: 7), en lugar de descender a la tie­rra.

Estos demonios de los cuales hemos hablado tenían poder. Ello es evidente, ya que también se necesitaba poder para echarlos fuera, poder que naturalmente el Señor poseía y que podía transmitir a sus discípulos (Mateo 10:8; Marcos 3: 15 y Lucas 9: 1). Este poder era divino (Mateo 12:28). Sabemos muy poco acerca del poder de Satanás. Él es llamado el "príncipe de la potestad del aire" (Efesios 2: 2). Los verdaderos cristia­nos son librados "de la potestad de las tinieblas" (Colosenses 1:13), expresión empleada por el Señor en Lucas 22: 53, cuando todo el poder del Enemigo, príncipe de este mundo, se concentraba contra Él, sirviéndose de la enemistad de los hombres malvados para acosarle en las últimas horas de su vida aquí en la tierra.

Cuando los pecadores se convierten, se vuelven "de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios" (Hechos 26: 18). Nuestro deseo es que todo hijo de Dios pueda tener un sentimiento creciente de la potestad del gran adversario, entre cuyas manos se encontraba antaño cautivo, contra las astucias del cual es preciso estar siempre atento y despierto, hasta el fin de la carrera, lo que nos obliga a revestirnos de toda la arma­dura de Dios (Efesios 6:11). Ojalá pueda también ver siempre en aumenta su convicción acerca de la gracia y el poder que fue capaz —y aún lo es— de librarle de semejante adversario, convicción de la cual tenemos necesidad para introducirnos sanos y salvos en el esce­nario en el cual toda traza de la presencia del adversario habrá desaparecido para siempre.

No encontramos en ningún lugar de la Escritura un solo indicio de que el hombre, en su estado actual, pueda tener cualquier tipo de relación con los espíritus de los muertos. Al contrario, como lo hemos podido ver, el Señor tiene "las llaves de la muerte y del Hades" (Apocalipsis 1:18) y solamente él tiene poder para hacer salir de allí a los espíritus, lo que hará en las dos únicas ocasiones ya mencionadas, o sea en la primera resurrección para los santos (1 Tesalonicenses 4: 16) y en la resurrección de juicio para los malvados (Juan 5: 29). Mientras le esperamos, el espíritu del creyente muerto está con el Señor, "ausentes del cuerpo, y pre­sentes al Señor" (2 Corintios 5:8); para nosotros, que vivimos en la tierra, él ha partido (Filipenses 1: 23), pero los espíritus de los malos están "encarcelados" (1 Pedro 3: 19), motivo por el cual no tienen la libertad de salir cuando se les llama.

En aquellos tiempos, como ahora, había personas que pretendían tener y procurar comunicaciones con los espíritus. Los hijos de Dios son alertados contra tales actividades. Deben probar los espíritus, no consul­tándoles, sino empleando con respecto a ellos esta pie­dra de toque: «¿Confiesan a Jesús venido en carne?» No basta confesar que Jesús ha venido en carne, sino que es imprescindible confesarle o reconocerle a Él como Dios venido así. En cada uno de los pasajes de 1 Juan 4: 2-3 y 2 Juan 7 (según el texto original griego) se habla de confesar a Jesús venido en carne y no de confesar que Jesús vino en carne, porque ya existía antes, de siempre como Persona divina y eterna. Los demonios no reconocen voluntariamente que Jesús es el Señor, si bien al final, cuando tenga lugar el juicio, serán forzados a confesarle como tal (Filipenses 2: 10). El rechazo a reconocer la deidad del Hombre Cristo Jesús es el espíritu del Anticristo. Satanás es el instigador de todo ataque contra la humanidad sin mancha o contra la verdadera deidad del Señor Jesucristo.

Había en el tiempo de los apóstoles falsos profetas que estaban bajo la influencia satánica, así como había verdaderos profetas que hablaban siendo inspirados por el Espíritu Santo de Dios (2 Pedro 1:21; 1 Corintios 12: 1-11); pero nótese que cada vez que se trata de un profeta divinamente inspirado se habla del Espíritu de Dios y no de espíritus. Hay diversidad de dones, pero un solo Espíritu, o sea el Espíritu de Dios. Es de gran importancia para el hijo de Dios recordar todo esto, pues el Espíritu habita en él (1 Corintios 6: 19), es guiado por el Espíritu (Romanos 8: 14), es enseñado por el Espíritu (Juan 14:26; 16:13; 1 Corintios 2:9-16) y por todo ello es independiente de todas las revelaciones espirituales, pretendidas o reales. Este Espíritu de Dios siempre glorifica a Cristo (Juan 16: 14) y siempre produce en el alma la sumisión a la Palabra de Dios. "Nosotros (los apóstoles) somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error" (1 Juan 4: 6).

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