En el Nuevo Testamento encontramos numerosos ejemplos de personas poseídas por espíritus inmundos, los que en diversos lugares son llamados demonios. Véase, por ejemplo, Marcos 5: 1-20 y Mateo 8: 16 y 28-34.
Pasajes tales como
el de Marcos 3: 22-30 muestran con evidencia que estos demonios eran satánicos.
En efecto, cuando los escribas dicen del Señor: "que por el príncipe de
los demonios echaba fuera los demonios", Jesús les dice: "¿Cómo puede
Satanás echar fuera a Satanás?". Esta observación es importante, porque
algunos afirman que los demonios o espíritus eran los espíritus de personas
que habían muerto, mientras que el Señor nos dice que eran de Satanás. Podemos
añadir que no está probado que la expresión "espíritus" se refiera a
los de aquellos que han muerto. Efectivamente, la Escritura emplea este término
al hablar de los ángeles (Hebreos 1: 7) y de demonios (Marcos 3:11), así como
de hombres, sean justos (Hebreos 12:23) o malos (1 Pedro 3: 19). En esto reside
la diferencia entre el hombre y la bestia. Ésta, además de un cuerpo material,
es un ser viviente (Génesis 1: 20), o sea que tiene una vida animal, sin
ninguna relación inteligente con Dios, mientras que esta relación existe para
todos aquellos que tienen un espíritu. Lo que se dice en Eclesiastés 3:21 no
constituye una excepción, ya que la palabra traducida por
"espíritu", es una expresión general que significa
"respiración" (v. 19). Pero incluso aquí, sin querer entrar más en
el sentido del pasaje, existe una diferencia clara entre la respiración de la
bestia que desciende a la tierra —que no es más que eso: "la respiración"—
y la del hombre que sube al cielo. Exteriormente se trata de la misma
respiración, pero en realidad la del hombre es mucho más: "vuelve a Dios
que lo dio" (Eclesiastés 12: 7), en lugar de descender a la tierra.
Estos
demonios de los cuales hemos hablado tenían poder. Ello es evidente, ya que
también se necesitaba poder para echarlos fuera, poder que naturalmente el
Señor poseía y que podía transmitir a sus discípulos (Mateo 10:8; Marcos 3: 15
y Lucas 9: 1). Este poder era divino (Mateo 12:28). Sabemos muy poco acerca del
poder de Satanás. Él es llamado el "príncipe de la potestad del aire"
(Efesios 2: 2). Los verdaderos cristianos son librados "de la potestad de
las tinieblas" (Colosenses 1:13), expresión empleada por el Señor en Lucas
22: 53, cuando todo el poder del Enemigo, príncipe de este mundo, se
concentraba contra Él, sirviéndose de la enemistad de los hombres malvados para
acosarle en las últimas horas de su vida aquí en la tierra.
Cuando
los pecadores se convierten, se vuelven "de las tinieblas a la luz, y de
la potestad de Satanás a Dios" (Hechos 26: 18). Nuestro deseo es que todo
hijo de Dios pueda tener un sentimiento creciente de la potestad del gran
adversario, entre cuyas manos se encontraba antaño cautivo, contra las astucias
del cual es preciso estar siempre atento y despierto, hasta el fin de la
carrera, lo que nos obliga a revestirnos de toda la armadura de Dios (Efesios
6:11). Ojalá pueda también ver siempre en aumenta su convicción acerca de la
gracia y el poder que fue capaz —y aún lo es— de librarle de semejante
adversario, convicción de la cual tenemos necesidad para introducirnos sanos y
salvos en el escenario en el cual toda traza de la presencia del adversario
habrá desaparecido para siempre.
No
encontramos en ningún lugar de la Escritura un solo indicio de que el hombre,
en su estado actual, pueda tener cualquier tipo de relación con los espíritus
de los muertos. Al contrario, como lo hemos podido ver, el Señor tiene
"las llaves de la muerte y del Hades" (Apocalipsis 1:18) y solamente
él tiene poder para hacer salir de allí a los espíritus, lo que hará en las dos
únicas ocasiones ya mencionadas, o sea en la primera resurrección para los
santos (1 Tesalonicenses 4: 16) y en la resurrección de juicio para los
malvados (Juan 5: 29). Mientras le esperamos, el espíritu del creyente muerto
está con el Señor, "ausentes del cuerpo, y presentes al Señor" (2
Corintios 5:8); para nosotros, que vivimos en la tierra, él ha partido
(Filipenses 1: 23), pero los espíritus de los malos están
"encarcelados" (1 Pedro 3: 19), motivo por el cual no tienen la
libertad de salir cuando se les llama.
En
aquellos tiempos, como ahora, había personas que pretendían tener y procurar
comunicaciones con los espíritus. Los hijos de Dios son alertados contra tales
actividades. Deben probar los espíritus, no consultándoles, sino empleando con
respecto a ellos esta piedra de toque: «¿Confiesan a Jesús venido en carne?»
No basta confesar que Jesús ha venido en carne, sino que es imprescindible
confesarle o reconocerle a Él como Dios venido así. En cada uno de los pasajes
de 1 Juan 4: 2-3 y 2 Juan 7 (según el texto original griego) se habla de
confesar a Jesús venido en carne y no de confesar que Jesús vino en carne,
porque ya existía antes, de siempre como Persona divina y eterna. Los demonios
no reconocen voluntariamente que Jesús es el Señor, si bien al final, cuando
tenga lugar el juicio, serán forzados a confesarle como tal (Filipenses 2: 10).
El rechazo a reconocer la deidad del Hombre Cristo Jesús es el espíritu del
Anticristo. Satanás es el instigador de todo ataque contra la humanidad sin
mancha o contra la verdadera deidad del Señor Jesucristo.
Había en
el tiempo de los apóstoles falsos profetas que estaban bajo la influencia
satánica, así como había verdaderos profetas que hablaban siendo inspirados por
el Espíritu Santo de Dios (2 Pedro 1:21; 1 Corintios 12: 1-11); pero nótese que
cada vez que se trata de un profeta divinamente inspirado se habla del Espíritu
de Dios y no de espíritus. Hay diversidad de dones, pero un solo Espíritu, o
sea el Espíritu de Dios. Es de gran importancia para el hijo de Dios recordar
todo esto, pues el Espíritu habita en él (1 Corintios 6: 19), es guiado por el
Espíritu (Romanos 8: 14), es enseñado por el Espíritu (Juan 14:26; 16:13; 1
Corintios 2:9-16) y por todo ello es independiente de todas las revelaciones
espirituales, pretendidas o reales. Este Espíritu de Dios siempre glorifica a
Cristo (Juan 16: 14) y siempre produce en el alma la sumisión a la Palabra de
Dios. "Nosotros (los apóstoles) somos de Dios; el que conoce a Dios, nos
oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad
y el espíritu de error" (1 Juan 4: 6).
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