Esta
es la victoria que vence al mundo, nuestra fe
“El deseo de la
carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se
oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis”. (Gálatas 5:17)
· El creyente que
no tiene lucha es porque ha sido vencido.
· El creyente que
no es tentado, es porque es tentación para otros.
· El creyente que
no sufre, es porque tiene miedo o contemporiza con el siglo presente.
David no podía quedar insensible ante la afrenta que
infligía Goliat al pueblo de Dios. El insulto de aquel filisteo desbordó los
nobles sentimientos de David. “¿Qué harán al hombre que venciere a este
filisteo, y quitare el oprobio de Israel? Porque ¿quién es este filisteo
incircunciso para que provoque los escuadrones del Dios viviente?” (1 Samuel
17:26) Las armas del rey Saúl eran nuevas para David, v. 39. El mismo Saúl
consideraba ineficaces sus propias armas; y nada decía, ya que Goliat tenía
cuarenta días provocando a Israel. No podemos combatir al enemigo con las armas
de otro. Cada uno con su habilidad y capacidad que el Señor repartió. El
mensaje y la actitud del hermano no es mi mensaje; de otra manera sería
imitación, y la única imitación que Dios acepta es la de la piedad. Si no
debemos imitar la actitud de los hermanos, ¡cuánto menos las armas, costumbres,
modas y vanidades del mundo!
David, pues, ocurrió a sus propias armas originales
con las cuales había combatido a enemigos más poderosos que Goliat, v. 34. Él
escogió cinco piedras lisas del arroyo; no eran piedras cualesquiera. v. 40. Yo
digo que las piedras eran redondas, vivas, antiguas, húmedas. En todo esto
tenemos tipo del carácter de nuestro Señor Jesucristo. Redondas, como el “que no tiene principio de días, ni fin de vida”.
(Hebreos 7:3, Apocalipsis 1:7) Lisas:
La ofrenda de flor de harina fue emblema de su carácter suave, sin aspereza. En
Isaías 53:7,9 se ve esta suavidad: Él no abrió su boca para quejarse ni para
defenderse, ni para mentir. Húmedas:
se ve su carácter tierno, compasivo, sentimental. Se estremeció ante las
lágrimas de la viuda de Naín; lloró ante el dolor de sus amigos de Betania; se
compungió ante la miseria del leproso, ante el ruego de la mujer cananea. “En
toda angustia de ellos él fue angustiado”. (Isaías 63:9)
Se apresuró a recoger la oreja de Malco y restaurarla
a su lugar, mandando a Pedro a guardar la espada. Reprendió a los hijos de
Zebedeo cuando propusieron pedir fuego del cielo para consumir a los
samaritanos. Siendo inocente, fueran atadas sus manos y fue abofeteado por un
esclavo, pero se limitó a preguntarle: “¿Por qué me hieres?” En la cruz
presiente la ira del cielo contra sus matadores, e interviene: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Él es la Roca viva
fundamento de su Iglesia, piedra que desmenuzará a sus enemigos. Es la Roca
antigua: “de la Roca que te creó te
olvidaste”. (Deuteronomio 32:18)
Pero qué ejemplo tan patente nos dan las armas del rey
Ezequías. Ante el insulto de su persona, el desprecio a su pueblo, y la
blasfemia contra Dios que profirió Senaquerib rey de Asiria, “el pueblo calló,
y no le respondió palabra; porque había mandamiento del rey, el cual había
dicho no le respondáis”. (2 Reyes 18:36) Las armas de Ezequías eran su oración
y confianza en su Dios. “Tomó Ezequías las cartas (injuriosas) de manos de los
embajadores y después que les hubo leído, subió a la casa de Jehová, y las extendió
Ezequías delante de Jehová”. (2 Reyes 19:14,15) Hay que librar estas batallas
para que el creyente se despoje de sus propias armas, y llegue a adquirir la
experiencia que “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. (Filipenses 4:13)
Pablo fue diestro en las armas espirituales, y las
pruebas templaron el acero de su carácter de tal modo que hablaba con
confianza. “No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro
ministerio no sea vituperado. En palabra de verdad, en poder de Dios, con armas
de justicia a diestra y a siniestra”. (2 Corintios 6:3-10)
Contra tres soberanos poderes tiene que enfrentarse el
creyente. Son las asechanzas del diablo, las huestes espirituales de maldad y
el día malo. (Efesios 6:11,12) Siete armas tiene el creyente a su favor para
combatir contra esos poderes.
Las asechanzas del diablo se combaten con el escudo de
la fe y la espada del Espíritu. Enseñándonos que nada puede minar nuestra fe en
el Señor, y que nada escapa a la penetración de la palabra de Dios, el alma, el
Espíritu y todo lo que forma y emana del cuerpo. (Hebreos 4:12)
Las huestes espirituales de maldad se combaten con la
verdad por ceñidura de los lomos, sin transigir. (Gálatas 2:5) La justicia como
peto para proteger el pecho, pagando “al tributo, tributo; al que, impuesto,
impuesto; al que respeto, respeto”. (Romanos 13:7,8) Y “el yelmo de la
salvación”. Capacete en la cabeza para resguardarla de las malicias profanas.
“Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo
amable, todo lo de buen nombre, si hay virtud alguna, si algo digno de
alabanza, en esto pensad”. (Filipenses 4:8)
“El
día malo”: este día merece una reseña especial, porque hay muchos creyentes que
piensan que el día malo es algo que está reservado para el futuro. El día malo
siempre está en el presente. Abraham, Jacob, David, Pedro, Pablo y miles han
experimentado los azotes del día malo. ¿Habéis oído del tremendo choque que
tuvo Don Santiago Saword? ¿Estáis informados del dolor agudo que sintió la
familia Gil de Nirgua cuando pereció trágicamente su hijo? ¿Habéis oído de un
hermano en Estado Lara que perdió su casa y todos sus enseres en un incendio?
Todos esos son los efectos del día malo en diferentes maneras, y del cual
ninguno de los hijos de Dios estamos exentos.
Dos
armas nos quedan para combatir el día malo. “Los pies calzados con el apresto
del evangelio de paz (servicio), y la oración que es el arma más poderosa, vv
14-18, que sobrepasa las demás armas, porque penetra los cielos y desarma al
mismo Dios, diciéndolo con reverencia.
Entonces
reconocemos que estamos librando una lucha con enemigos espirituales poderosos,
y lo que se requiere es firmeza en el combate. Sama, hijo de Age, fue uno de
los valientes de David. Cuando los filisteos vinieron para pelear, Sama se
situó en un pequeño terreno lleno de lentejas. “Entonces Sama se paró en medio
de aquel terreno y lo defendió, y mató a los filisteos, y Jehová dio una gran
victoria”. “Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe”. (2 Samuel
23:11,12, 1 Juan 5:5)
José Naranjo
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