domingo, 16 de octubre de 2022

¿Qué es el Evangelio?

 


4 ¾ El pecado


¿Qué es el pecado?

Algunos creen que el pecado comprende apenas los crímenes e injusticias mayores. En cambio, el apóstol Pablo afirma que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”, Romanos 3.23. El pecado no es tan sólo hacer algo que la sociedad no aprueba; es encontrarse falto de la intachable justicia de Dios. Todo ser humano está por naturaleza en esta triste condición.

Santiago ve el germen del pecado en la concupiscencia y malos deseos, como verá en la trágica secuencia que figura en Santiago 1.14,15. Uno va cuesta abajo, dice, empezando por la tentación y terminando con la muerte. Los pensamientos malos, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez son pecados, lo mismo como el adulterio y el homicidio. Todos contaminan al hombre; Marcos 7.21 al 23.

“Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”, Santiago 4.17. Así, la falta de cumplir nuestro deber es pecado. El que hace acepción de personas comete pecado, porque Dios dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, Santiago 2.8,9. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos”, 1 Juan 1.8. El pecado es, entonces, todo movimiento de la voluntad humana contra la voluntad de Dios, sea consciente o inconsciente.

¿Cómo se originó el pecado?

El Diablo, transformado en serpiente, engañó a Eva con astucia en el Edén, 2 Corintios 11.3. Los primeros capítulos del Antiguo Testamen­to relatan mayores detalles. Dicen que los primeros humanos, Adán y Eva, vivían en la inocencia y gloria, con dominio sobre sí mismos y sobre la creación que Dios había encomendado a su custodia.

Dios les dio todo en aquel paraíso. Pero, en su sabiduría divina, retuvo una sola cosa: el conocimiento del bien y del mal. Tal conocimiento fue representado en un árbol, y Dios dijo claramente a Adán que podía gozar de todo en aquel paraíso excepto de dicho árbol. La tal cosa les traería no sólo el conocimiento del mal sino también la participación en él. Adán y Eva desobedecieron. Su actuación fue rebeldía contra Dios, y se convirtieron en pecadores.

¿Qué resultado trae el pecado?

“El pecado entró en el mundo por un hombre [Adán], y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. Y, “la paga del pecado es muerte”, Romanos 5.12, 6.23. Adán murió espiritualmente de una vez al pecar; es decir, la amistad que tenía con Dios fue rota, y él fue separado de la presencia divina. Físicamente, él murió muchos años más tarde.

Esta es la regla divina, aun para nosotros. El pecado rompe la comunión entre Dios y el hombre. Trae la miseria. Tarde o temprano, trae la muerte física también.

¿Somos nosotros pecadores?

Adán pecó y toda la raza pecó en él, de manera que existe la raíz del pecado en todo ser humano. Es así aun antes de que uno cometa un acto voluntario de pecado. En Mateo 15.18 al 20 Cristo habla del mal que hay en el corazón del hombre: “Del corazón salen los malos pensamientos…” Pablo escribe en Romanos 3.10 al 12: “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles. No hay quien haga lo bueno; no hay ni siquiera uno”.

Es cuando Dios nos despierta que le buscamos de verdad; por naturaleza queremos hacer según nuestra voluntad propia.

¿Tenemos nosotros la culpa?

Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios, porque Dios no tienta a nadie; Santiago 1.13. No podemos echar la culpa a Dios, ni a Adán. “Por la transgresión de uno [Adán] vino la condenación a todos los hombres; de la misma manera por la justicia de uno [Cristo] vino a todos los hombres la justificación de vida”, Romanos 5.18.

Por medio de su Hijo, el Dios y Padre salva de los resultados del peca­do. Él nos ofrece el perdón y nos libra de la condenación del pecado. Nadie se perderá por ser hijo de Adán, sino por no haber recibido la salvación que Dios provee por medio de Cristo.

La condenación, aclara Juan 3.18,19, es que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz porque sus obras eran malas. Y, valga añadir, fue Jesús, y sólo Él, quien pudo decir: “Yo soy la luz del mundo”, Juan 8.12.

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