Efesios 2:19-22; Apocalipsis 2:2-3
El aspecto final
de la Iglesia como la casa de Dios en la tierra es el presentado en esta
Escritura; — a saber, el del templo. De 1a. Corintios capítulo 6
nosotros sabemos que el cuerpo de los creyentes es el templo del Espíritu
Santo, y de 2a. Corintios capítulo 6 que los creyentes, en su conjunto, son el
templo del Dios viviente; pero el templo en Efesios capítulo 2 difiere de estos
en que no está aún completo. El apóstol dice que los santos son
"edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (del Nuevo
Testamento, obviamente), siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo
mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un
templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados
para morada de Dios en el Espíritu." (Efesios 2: 19-22). Ellos eran
edificados así juntamente como la morada de Dios, pero el templo estaba en el
proceso de edificación — estaba creciendo.
Esto muestra muy
claramente que el templo, en este aspecto, incluye a todos los santos de Dios
de esta época de la gracia, desde el día de Pentecostés hasta el regreso del
Señor; mientras que la casa o la morada de Dios, tal como ha sido explicado
anteriormente, es considerada como completa en cualquier momento dado. Así es
también, de hecho, con respecto a la Iglesia como el cuerpo de Cristo. En
Efesios 1: 22, 23, nosotros leemos que Dios ha puesto todas las cosas bajo los
pies del Cristo resucitado, y Le ha constituido cabeza sobre todas las cosas,
con respecto a Su Iglesia, la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo
lo llena en todo. En otras Escrituras, donde el cuerpo de Cristo es mencionado,
este está compuesto de todos los creyentes que existen en cualquier momento
dado; pero en este lugar el cuerpo de Cristo es visto como compuesto de todos
los santos de esta época de la gracia — la Iglesia en su totalidad y compleción
(cualidad de completa). Por consiguiente, el templo "crecien-do" nos
recuerda que Cristo está edificando aún Su Iglesia, y que Él continuará
edificando hasta que el tiempo de Su paciencia finalice al levantarse Él de Su
asiento, cuando Él, habiendo ahora terminado Su obra como edificador, traerá a
Su esposa, y se la presentará a Sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tiene
mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que ha de ser santa y sin mancha.
Si volvemos ahora
una vez más a Apocalipsis 21 encontraremos los mismos dos aspectos — la Iglesia
como la esposa de Cristo, y como el tabernáculo (no aquí el templo de Dios).
"Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de
Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del
cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará
con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su
Dios.” (Apocalipsis 21: 2, 3). El primer cielo y la primera tierra no existían
ahora, y un cielo nuevo y una tierra nueva asumen existencia por la palabra de
Dios; una escena en la que la justicia podía morar eternamente. En una palabra,
la nueva creación, tanto interior como exterior, había sido consumada. La
Iglesia, la Esposa, la esposa del Cordero, que había estado asociada con Él en
los cielos en el perfecto disfrute de la intimidad de Su amor, desciende ahora
sobre la tierra nueva, y en relación con esto es que es hecha la proclamación,
"He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres.” En la tierra ella había
sido Su morada en el Espíritu, y ahora, completada como el templo, ella ha
llegado a ser Su tabernáculo por la eternidad, un privilegio especial que a los
santos de otras épocas — es decir, los "hombres" de esta Escritura,
bendecidos al máximo y de manera perfecta como ellos lo serán — no se les
permite compartir. Ellos rodean el tabernáculo, y Dios morará así con ellos, y
los traerá al disfrute de la relación con Él como Su pueblo, y Él estará con
ellos de manera manifiesta, y será su Dios.
La pregunta puede
ser planteada en cuanto a la significancia de los diferentes apelativos que
hemos mencionado — casa, templo, y tabernáculo. El término "casa",
como será evidente para el lector más sencillo, lleva siempre con él la idea de
una morada, una habitación. La Iglesia como la casa de Dios es, por tanto, Su
morada — Su morada en la tierra, como no se puede dejar de recordar muy
frecuentemente. El pensamiento conectado con "templo" en los tres
lugares en los que se encuentra (1a. Corintios capítulos 3 y 6; 2a.
Corintios capítulo 6), es el pensamiento de santidad; como, por ejemplo,
"el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es." Pero lo que
constituye la santidad del templo es el hecho de la presencia divina, y por
otra parte, juntamente con eso, quizás puede ser asociado el pensamiento
adicional de lo que es debido a Aquel de quien es el templo. Dios, el cual
reside en el templo, es santo, y aquellos que lo forman deben ser santos, tal
como, de hecho, leemos en los Salmos, "La santidad conviene a tu casa, Oh
Jehová, por los siglos y para siempre." (Salmo 93:5). Y, además,
"Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad." (Salmos 29:2;
96:9). Por tanto, hay sin duda un motivo muy especial para el uso de la palabra
tabernáculo en Apocalipsis 21. El lenguaje usado proporciona la clave.
Retrocediendo al libro de Levítico leemos, "Y pondré mi morada en medio de
vosotros, y mi alma no os abominará; y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro
Dios, y vosotros seréis mi pueblo." (Levítico 26: 11, 12). Este fue el
deseo del corazón de Dios — un deseo frustrado por el pecado y la iniquidad de
Su pueblo. Él "dejó, por tanto, el tabernáculo de Silo (véase Josué 18:1),
La tienda en que habitó entre los hombres, Y entregó a cautiverio su poderío, Y
su gloria en mano del enemigo." (Salmo 78: 60, 61). Y después que el
templo de Salomón había sido edificado, Jehová habló por medio de Jeremías con
respecto a él, "(Yo) pondré esta casa como Silo, y esta ciudad la pondré
por maldición para todas las naciones de la tierra." (Jeremías 26:6 -
LBLA). Jehová fue fiel a Su palabra, porque Su pueblo se mofaba "de los
mensajeros de Dios, y despreciaban las palabras de él, y hacían escarnio de sus
profetas, en grado que subió de punto la ardiente indignación de Jehová contra
su pueblo, hasta no haber remedio. Por lo cual él trajo contra ellos al rey de
los Caldeos, que mató a espada sus guerreros escogidos en la Casa de su
Santuario; ... Y todos los vasos de la Casa de Dios, así grandes como pequeños,
con los tesoros de la Casa de Jehová, y los tesoros del rey y de sus príncipes,
lo hizo llevar todo a Babilonia. Incendiaron también la Casa de Dios,” etc.
(2°. Crónicas 36: 16-19 - VM). Después de setenta años el remanente que regresó
de Babilonia edificó de nuevo la casa de Jehová; pero cuando Él vino
súbitamente a Su templo (Malaquías 3:1), Su pueblo Le rechazó y Le crucificó, y
finalmente este templo, juntamente con Jerusalén, fue destruido por los
Romanos.
Por lo tanto,
Dios no pudo morar en medio de Su pueblo, tal como Él deseó. En consecuencia,
encontramos al profeta Ezequiel hablando de una época futura, cuando Israel
habrá sido restaurado en su propia tierra, y cuando el David verdadero será rey
sobre ellos, entregando este mensaje, "Estará en medio de ellos mi
tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo"
(Exequiel 37:27); y esta promesa no fue más que parcialmente cumplida. Por lo
tanto, es evidente que el término tabernáculo en Apocalipsis 21 se refiere a
estas Escrituras; es evidente que, de hecho, la primera expresión externa del
propósito de Dios de tener Su eterna morada en medio de Su pueblo es vista en
el campamento de Israel; que Su tabernáculo en el desierto, rodeado por las
doce tribus, fue tanto un tipo como una profecía, y que una vez más la morada
más perfecta del milenio llega a ser también una figura de Su perfeccionado
tabernáculo en la eternidad.
Por consiguiente,
la escena en Apocalipsis 21 es la consumación de los eternos propósitos de
gracia de Dios, y, por tanto, el resultado pleno de la eficacia de la sangre
preciosa de Cristo. Juan el Bautista había anunciado a nuestro Señor como el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; y aquí encontramos que la obra
está hecha. Por eso leemos, "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de
ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque
las primeras cosas pasaron." (Apocalipsis 21:4). Una vez quitado el
pecado, su amargo fruto, con todos sus dolores, ha desaparecido también; y así
Dios ha enjugado para siempre las lágrimas de Su pueblo. Además, una
consecuencia adicional es que Él puede morar ahora de esta manera perfecta en
medio de los redimidos. Él es ahora todo en todo; Él mismo en todo lo que Él es,
como Padre, Hijo, y Espíritu Santo, llena la escena, la fuente eterna de la
felicidad eterna de sus santos glorificados.
Esta es la
revelación final de la Iglesia como la morada de Dios. Pero durante los mil
años, después que la Iglesia ha sido arrebatada a las nubes, al encuentro del
Señor, en el aire, Jehová morará una vez más en la tierra. Primero el templo
será reconstruido en incredulidad, y no será reconocido por Jehová (véase
Isaías 66: 16); pero este será sustituido por uno edificado por medio de instrucciones
divinas, y según medidas divinas. (Véase Ezequiel capítulos 40 a 42). A este
templo Dios regresa, como es visto en visión por el profeta: "y he aquí la
gloria del Dios de Israel, que venía del oriente; y su sonido era como el
sonido de muchas aguas, y la tierra resplandecía a causa de su gloria. Y el
aspecto de lo que vi era como una visión, como aquella visión que vi cuando
vine para destruir la ciudad; y las visiones eran como la visión que vi junto
al río Quebar; y me postré sobre mi rostro. Y la gloria de Jehová entró en la
casa por la vía de la puerta que daba al oriente. Y me alzó el Espíritu y me
llevó al atrio interior; y he aquí que la gloria de Jehová llenó la casa."
(compárese con Éxodo 40:35; 2°. Crónicas 5:14; Hechos 2:2). "Y oí uno que
me hablaba desde la casa; y un varón estaba junto a mí, y me dijo: Hijo de
hombre, este es el lugar de mi trono, el lugar donde posaré las plantas de mis
pies, en el cual habitaré entre los hijos de Israel para siempre; y nunca más
profanará la casa de Israel mi santo nombre," etc. (Ezequiel 43: 2-7;
véase asimismo Ezequiel capítulos 44 y 45).
Vemos por tanto
que Dios ha tenido, y tendrá, Su morada en la tierra en cada época o
dispensación sobre la base de la redención. Habiendo sacado a Su pueblo de Egipto,
Él habló a Moisés, diciendo, "que hagan un santuario para mí, para que yo
habite entre ellos." (Éxodo 25:8 - LBLA). De allí en adelante, tal como
hemos trazado de la lectura de las Escrituras, Él continuó morando en la
tierra. El templo tomó el lugar del tabernáculo, la Iglesia sustituyó al
templo, el templo será reedificado una vez más en el milenio; y al final de
todo, cuando las primeras cosas hayan pasado, y todos los propósitos de Dios en
gracia y redención hayan sido cumplidos, la Iglesia es vista en la tierra nueva
como el tabernáculo de Dios. En un aspecto, el mismo pensamiento es expresado
por la casa en cada época o dispensación; a saber, el gozo de Dios rodeándose
Él mismo de Su pueblo redimido, y el deleite de Dios por ser Él la fuente del
objeto del gozo de ellos y el objeto de la adoración y alabanza de ellos. Sin
embargo, Sus moradas en la tierra no son más que las anticipaciones de Su casa
perfeccionada en el estado eterno — de ese templo que está creciendo
silenciosamente incluso ahora, cuando piedra tras piedra es colocada en su
lugar señalado sobre el Fundamento viviente, y que, cuando dicho templo sea
completado, después de la finalización de todas las dispensaciones terrenales,
llegará a ser Su tabernáculo por toda la eternidad.
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