Es el mensaje de la salvación que Dios ofrece
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La decisión
¿Es
preciso decidir?
Los
temas de las secciones anteriores son de cosas personales. No podemos
evitarlos. La salvación para la vida eterna es de tanta importancia que
conviene a cada cual recapacitar bien. El dejar de decidir es de hecho optar
por rechazar.
Pilato preguntó: “¿Qué, pues, haré de Jesús llamado
el Cristo?” Mateo 27.22. Él se lavó las manos delante de todos como inocente
del rechazamiento de Cristo, pero su neutralidad le condenó. Cristo había
dicho: “El que no es conmigo, contra mí es”, Mateo 12.30. Al no haber pasado
por la puerta que es Jesús, estamos en el camino ancho; al no tomar el paso de
fe, vamos rumbo a la condenación.
¿Cuándo
debe uno decidir?
Agripa
contestó a Pablo, después de oir su presentación del evangelio: “Por poco me
persuades a ser cristiano”, Hechos 26.28. Luego él aplazó la decisión y nunca
llegó a ser cristiano. Otro gobernador romano, Félix, dijo: “Ahora vete; pero
cuando tenga oportunidad te llamaré”, Hechos 24.25 al 27. Pero, a pesar de
haber conversado con Pablo durante dos años siguientes, nunca llegó a ser
salvo. “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones”, Hebreos
3.15. El Diablo siempre dice Mañana,
pero ese mañana no llega nunca. Dios dice Hoy:
“He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”,
2 Corintios 6.2.
Cristo dice en Apocalipsis 3.20: “Estoy a la puerta
y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él,
y él conmigo”. Está claro que Él no habla de la puerta de la salvación que
estudiamos en la sección 7. Elocuentemente las Escrituras emplean figuras para
que entendamos con facilidad: Cristo espera a “la puerta” de cada individuo. La
proclama de Isaías 1.2 fue: “Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla
Jehová…” y en seguida, 1.18: “Venid, luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si
vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si
fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”.
¿Cómo se puede decidir?
Si
uno reconoce la verdad de la evaluación divina del ser humano, y ve el peligro
que corre, ya está cerca del reino de Dios. Sin embargo, falta la cosa
principal: apropiarse de la salvación. Por ejemplo, el médico receta el remedio
apropiado para el enfermo, pero de nada vale hasta que el enfermo siga la
indicación y se valga de la solución a su alcance. El hambriento puede tener el
pan en la mano sin dudar que le saciaría, pero sigue con hambre hasta
comérselo. Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá
hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”, Juan 6.35.
Por
esto, cada uno tiene que apropiarse de la oferta para sí mismo. Es de balde.
“La paga del pecado es muerte, más la dádiva [el regalo] de Dios es vida eterna
en Cristo Jesús Señor nuestro”, Romanos 6.23”. A todos los que le recibieron …
les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”, Juan 1.12.
La decisión se hace, pues, con sencilla fe en
Cristo: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la
palabra de fe que predicamos: que, si confesores con tu boca que Jesús es el
Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás
salvo”, Romanos 10.8,9. Bueno es doblar la rodilla en oración a Cristo, pero no
delante de imagen alguna, para darle las gracias por su salvación.
¿Qué será el resultado?
Si
la decisión es negativa, Hebreos 2.3 pregunta: “¿Cómo escaparemos nosotros si
descuidamos una salvación tan grande?” A su vez, Pedro pregunta: “¿Cuál será el
fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?” 1 Pedro 4.17. Si
bien “el que en él cree, no es condenado”, Juan 3.18, el resto de la cita es:
“el que no cree, ya ha sido condenado”.
Para
quienes toman el gran paso de fe son las palabras: “Habéis sido lavados, ya
habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor
Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”, 1 Corintios 6.11. Las tales
personas dirán con el apóstol Pablo: “No me avergüenzo del evangelio, porque es
poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”, Romanos 1.16.
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