Los hipócritas, los incrédulos y los inconformes
Pablo es llamado el apóstol de la fe, Pedro es llamado
el apóstol de la esperanza, Juan es llamado el apóstol del amor, Santiago es
llamado el apóstol de las obras y pienso que Judas debería llamarse el apóstol
de los juicios, ya que nos introduce en siete juicios que iremos descubriendo
por artículos.
Ahora empezaré con los profesantes hipócritas.
“Algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde
antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que
convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único
soberano, y a nuestro Señor Jesucristo”. (Judas 4)
Aun antes de la formación de
Hay los
incrédulos voluntarios.
Estos ocupan el segundo lugar en los juicios que Judas
describe. “Quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor,
habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no
creyeron”. (Judas 5)
Se equivocan grandemente los que llaman incrédulo a
Tomás; las experiencias de Tomás dieron lugar a las evidencias que quitan toda
intriga, sospecha o temor. Tomás no era el incrédulo inveterado que después de
ver reacciona diciendo que eso es apariencia, sugestión, artificio. (Juan
20:28) Convengo en dudar si alguno me dijera que los árboles van a tener las
raíces arriba y el follaje debajo de la tierra, o que Dios va a perdonar al
diablo, como dijo Papini. Pero dudar de las cosas hechas, y millares de ellas
hechas en nuestros propios ojos, es sólo la acción del necio. Aquel pueblo
insensato había visto, oído y palpado la demostración del poder de Dios entre
ellos, y esta familiaridad y honor concedido de parte de Dios los llevó a
despreciar y poner en tela de juicio las misericordias de Dios.
Así hicieron sus descendientes con nuestro Señor
Jesucristo, y así somos nosotros. Los beneficios de ayer pronto se nos olvidan,
y en una pequeña prueba pronto estamos dispuestos a murmurar y a quejarnos de
mal humor. Hay un principio dañoso cuando el creyente empieza a olvidar los
favores que Dios le dispensa; así se puede llegar a olvidar “la purificación de
sus antiguos pecados”, llegando a la incredulidad y negar al Señor que nos
rescató. (2 Pedro 1:10, 2:1) Una joven que parecía muy humilde y que gozaba de
todos los privilegios de un miembro activo, cuando la visitamos nos dijo:
“¿Quién sabe que podemos ser salvos?”
Hay los inconformes estando en dignidad.
Que el Señor nos haya salvado y dado lugar con “los
reyes y sacerdotes” es dignidad incomparable, pues “él mismo constituyó a unos,
apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y
maestros”. (Efesios 4:11) Si servir al Señor es uno de los mayores privilegios
para nosotros, ¿qué llevó a los ángeles que pecaron a esa inconformidad? “S los
ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada,
los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran
día”. (Judas 6).
La envidia es del diablo, y cuando la siembra lo que
brota es “raíz de amargura, por ella muchos son contaminados”. (Hebreos 12:15)
Hace unos meses un visitante a la casa de unos creyentes nos dijo del pueblecito
de Estado Monagas donde nació. Cuando muchacho hubo de trabajar duro en el
campo, y al fin se vino a Caracas sin tener preparación alguna. Después de
algún tiempo se le ocurrió aprender una mediana profesión y se aplicó a ellos.
Fue surgiendo, y hoy está ganando Bs 1200 mensual y con las prestaciones
alcanzadas por el gremio sale con casi Bs 1700 mensual. Pero el jefe nos dijo:
“Se lo lleva todo; nosotros somos los que tenemos que trabajar; yo creo que
pronto lo he de suplantar y las cosas serán mucho mejores”. Este es el retrato
auténtico del inconforme; se olvida de su origen, de su principio y de todos
los beneficios alcanzados.
A veces se levantan en la iglesia hombres así;
murmuran de los ancianos porque quieren ser principales como Diótrefes, o lisonjeros
como Absalón. Se sienten incómodos con el don o la prosperidad de otro hermano.
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