domingo, 16 de abril de 2023

Los Profesantes hipócritas

 

Los hipócritas, los incrédulos y los inconformes

Pablo es llamado el apóstol de la fe, Pedro es llamado el apóstol de la esperanza, Juan es llamado el apóstol del amor, Santiago es llamado el apóstol de las obras y pienso que Judas debería llamarse el apóstol de los juicios, ya que nos introduce en siete juicios que iremos descubriendo por artículos.


Ahora empezaré con los profesantes hipócritas.

“Algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo”. (Judas 4)

Aun antes de la formación de la Iglesia se introdujeron los hipócritas empezando por el mismo Judas el traidor. No es extraño que hoy más que nunca abunda la simonía. (Hechos 8:18-20, 24:26) Abundan los “milagreros y curanderos”. (Mateo 7:21-23) Abundan los russellistas llamados Testigos de Jehová, que niegan la divinidad y deidad de nuestro Señor Jesucristo. (1 Juan 2:22)

Hay los incrédulos voluntarios.

Estos ocupan el segundo lugar en los juicios que Judas describe. “Quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no creyeron”. (Judas 5)

Se equivocan grandemente los que llaman incrédulo a Tomás; las experiencias de Tomás dieron lugar a las evidencias que quitan toda intriga, sospecha o temor. Tomás no era el incrédulo inveterado que después de ver reacciona diciendo que eso es apariencia, sugestión, artificio. (Juan 20:28) Convengo en dudar si alguno me dijera que los árboles van a tener las raíces arriba y el follaje debajo de la tierra, o que Dios va a perdonar al diablo, como dijo Papini. Pero dudar de las cosas hechas, y millares de ellas hechas en nuestros propios ojos, es sólo la acción del necio. Aquel pueblo insensato había visto, oído y palpado la demostración del poder de Dios entre ellos, y esta familiaridad y honor concedido de parte de Dios los llevó a despreciar y poner en tela de juicio las misericordias de Dios.

Así hicieron sus descendientes con nuestro Señor Jesucristo, y así somos nosotros. Los beneficios de ayer pronto se nos olvidan, y en una pequeña prueba pronto estamos dispuestos a murmurar y a quejarnos de mal humor. Hay un principio dañoso cuando el creyente empieza a olvidar los favores que Dios le dispensa; así se puede llegar a olvidar “la purificación de sus antiguos pecados”, llegando a la incredulidad y negar al Señor que nos rescató. (2 Pedro 1:10, 2:1) Una joven que parecía muy humilde y que gozaba de todos los privilegios de un miembro activo, cuando la visitamos nos dijo: “¿Quién sabe que podemos ser salvos?”

Hay los inconformes estando en dignidad.

Que el Señor nos haya salvado y dado lugar con “los reyes y sacerdotes” es dignidad incomparable, pues “él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros”. (Efesios 4:11) Si servir al Señor es uno de los mayores privilegios para nosotros, ¿qué llevó a los ángeles que pecaron a esa inconformidad? “S los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día”. (Judas 6).

La envidia es del diablo, y cuando la siembra lo que brota es “raíz de amargura, por ella muchos son contaminados”. (Hebreos 12:15) Hace unos meses un visitante a la casa de unos creyentes nos dijo del pueblecito de Estado Monagas donde nació. Cuando muchacho hubo de trabajar duro en el campo, y al fin se vino a Caracas sin tener preparación alguna. Después de algún tiempo se le ocurrió aprender una mediana profesión y se aplicó a ellos. Fue surgiendo, y hoy está ganando Bs 1200 mensual y con las prestaciones alcanzadas por el gremio sale con casi Bs 1700 mensual. Pero el jefe nos dijo: “Se lo lleva todo; nosotros somos los que tenemos que trabajar; yo creo que pronto lo he de suplantar y las cosas serán mucho mejores”. Este es el retrato auténtico del inconforme; se olvida de su origen, de su principio y de todos los beneficios alcanzados.

A veces se levantan en la iglesia hombres así; murmuran de los ancianos porque quieren ser principales como Diótrefes, o lisonjeros como Absalón. Se sienten incómodos con el don o la prosperidad de otro hermano.

Por envidia el Señor fue entregado a la muerte. Lamentar por no tener lo que otro tiene es envidia, y eso ha conducido a muchos hasta el crimen y la ruina para obtener lo que no pueden. La envidia es uno de los pecados que no se ve; en el silencio elabora a su programa. La envidia conduce a la avaricia; los ojos de Giezi no admiraron el milagro que Dios hizo en Naamán, sólo miraban los diez talentos de plata. ¡Ah hermanos, guardemos sobre toda cosa el corazón! Detengámonos como Asaf. Entremos en el santuario en oración, para que el Señor nos libre de la envidia y nos muestre la ruina de los arrogantes e impíos. (Salmo 73:1-24)
José Naranjo

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