domingo, 28 de enero de 2024

LEYENDO DIA A DIA EFESIOS (10)

 

5.22 al 33: La sagrada hermosura del matrimonio


Este pasaje tan llamativo es una exhortación a la sumisión mutua y al afecto. Es primeramente un llamado a la sumisión de las esposas a sus maridos y después (en el capítulo 6) de los hijos a sus padres, de los trabajadores a sus patronos. Es a la vez una exposición del deber de los esposos, los padres y los patronos.

Para el hombre natural es irritante someterse a quien sea. Pero, cuando niño, el Señor del universo se sometió a sus padres imperfectos, y posteriormente a gobernadores injustos. Reconoció que toda autoridad procede de Dios; Lucas 2.51, Juan 19.11. Por cierto, aprendemos de 1 Corintios 15.28 que Él se sujetará de nuevo a Dios, estando aún en una humanidad perfecta y glorificada, una vez que todos sus enemigos hayan sido puestos como estrado de sus pies.

Por lo tanto, no se da a entender en esta sumisión en Efesios alguna idea de inferioridad. Tal como el varón es cabeza de la mujer, la sumisión de ésta debe ser como al Señor propiamente. Además, será una sumisión como la que la Iglesia debe tener ante Cristo. No se trata de una obediencia temerosa sino de una respuesta voluntaria a un amor que la merece.

Es igualmente exigente la responsabilidad que tienen los maridos, a saber, la de amar a la esposa como Cristo ama a su Iglesia. Esto encierra una consideración espontánea y una renuncia deliberada en bien de la esposa. Sin duda las exhortaciones como ésta deben gobernar los pensamientos antes de que uno entre en una relación matrimonial de por vida. Estamos en la obligación de cultivar nuestras relaciones con nuestros semejantes; casados o no, el espíritu de Cristo debe ser el nuestro. Es más: esposo y esposa son uno, de manera que el marido debe cuidar a su esposa como a su propio cuerpo. Al considerar los intereses de su prójimo, él está considerando los suyos propios.

Se nos resalta en esta lectura la dignidad del concepto de lo precioso y santo de la unión conyugal. Se asemeja a la que existe entre Cristo y su Iglesia, una relación única por la cual Él se dio a sí mismo. ¡Es un gran privilegio ser miembro de esta comunidad! El propósito de su sacrificio fue de santificar a la Iglesia, apartándola para sí, habiéndola lavado, así como cada miembro se lava por la purificación espiritual de la Palabra hablada por Dios. Así, la Iglesia es apta para su divino Amado, como lo fue Eva para Adán, para serle presentada gloriosa, sin mancha que ensucie ni arruga que desfigure, como “una esposa ataviada para su marido”, Apocalipsis 21.2.

“Amad … como Cristo amó … y se entregó a sí mismo”, 5.25.

K.T.C. Morris 

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