No cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra" (Colosenses 1 :9-10).
Si un hijo nunca buscó conocer
los pensamientos y los deseos de su padre, es de prever que, en presencia de
una dificultad, difícilmente entenderá lo que sería del agrado de ese padre.
Ocurre lo mismo en nuestras relaciones con Dios. Hay cosas que Dios deja bajo
forma de generalidades para poner a prueba la condición individual del alma.
Muchos quisieran un medio fácil de conocer la voluntad de Dios, una suerte de
receta para cada caso difícil: no existe nada parecido. A menudo nos atribuimos
una demasiado grande importancia al emprender un trabajo por propia voluntad;
quizá Dios no tenga nada que decirnos al respecto, sino que tomemos un lugar
más humilde.
A veces, también, buscamos
conocer la voluntad de Dios para saber cómo deberíamos obrar en ciertas
circunstancias, referentes a las cuales tal voluntad sería simplemente que no
nos halláramos en ellas. Y si nuestra conciencia fuese sensible, su primer impulso
sería hacernos salir de ellas. Nuestra propia voluntad nos colocó en ellas y,
pese a esto, quisiéramos tener la satisfacción de ser guiados por Dios en un
camino que nosotros mismos hemos elegido.
Una cosa cierta es que, si nos
mantenemos en comunión con Dios, no nos será difícil saber lo que Él quiere de
nosotros. "El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz
de la vida" (Juan 8: 12), dijo Jesús. Para seguirle es necesario conocerle
cual Salvador personal, conocer sus pensamientos mediante la lectura de la
palabra de Dios y obedecer a sus enseñanzas.
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