domingo, 28 de enero de 2024

¿Puede el creyente caído ser restaurado?

 


                ¡Sí! es la respuesta sencilla. La mayoría de nosotros sabe lo fácil que es desviarse del Señor Jesús y deslizarse en los caminos de un mundo sin Dios. Sin embargo, nuestro Dios es tan misericordioso que anhela recibir de nuevo a todos aquellos que se descarriaron de sus caminos. Esta, sin duda, es la enseñanza principal de la parábola del hijo pródigo: el arrepentimiento del que cayó, su regreso y recepción.

                Pero mejor que la restauración es la prevención. Como adolescente yo ocasionalmente suspiraba por unas de esas dramáticas experiencias de conversión que tendían (erróneamente, sospecho) a ser tan ampliamente difundidas. Oportunamente alguien me sugirió sabiamente que era marcadamente mejor construir una defensa sólida en la cima del precipicio que un hospital en el fondo del mismo, y comencé a reconocer el valor del desarrollo cristiano. Lo mismo puede aplicarse a la caída del creyente. Aunque Dios puede restaurar al pródigo arrepentido, y lo hará, esa no es excusa para un comportamiento negligente entre los jóvenes cristianos. Vamos a desear, como Pablo, proseguir por Dios: “Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13,14).

                ¿Cómo, entonces, puede el joven guardarse de caer? Hemos de aprender que la caída no es nunca un desastre que viene de la noche a la mañana, sino más bien el fruto de un extenso y gradual período de alejamiento. Sus síntomas son muchos y variados, pero la enfermedad es siempre la misma: “has dejado tu primer amor” (Apocalipsis 2:4). Hace poco, un estudiante cristiano me expresaba su inquietud acerca del conflicto entre la creación bíblica y la teoría de la evolución. Sintiendo que esto no era sino una indicación de un malestar más profundo, investigué a fondo hasta descubrir que él había dejado de orar y leer la Palabra. En su caso, el problema creación / evolución puede esperar hasta que él esté en comunión con el Señor de nuevo; de esta manera él estará en la única posición espiritual segura para considerarlo adecuadamente.

                El fracaso de Pedro, como se nos cuenta en Lucas 22, es a la vez un testimonio histórico (¡y cuánto nos ayuda saber que tales hombres también tuvieron sus dificultades!) y un aviso divino para todos nosotros. Veamos siete pasos por los que atravesó Pedro:

1. Confianza en sí mismo (v. 33) 

                “Señor, dispuesto estoy”. ¡Pobre Pedro! Esa admirable afirmación de su perdurable amor por el Maestro, expresada con tanta sinceridad, era el principio de su caída. En el mismo momento en que anteponemos nuestro amor por Cristo a su amor por nosotros, estamos en peligro. ¡Cuidado joven! Al Diablo le encanta dar ánimos a tu confianza y complacencia en ti mismo, produciendo un sentimiento de que estás realmente avanzando espiritualmente. O, por lo menos, ¡que estás mejor que muchos de tus amigos! Juan, por el contrario, se llama a sí mismo, no el discípulo que amaba a Jesús, sino el a quien Jesús amaba (Juan 21:20). El único recurso del creyente es no confiar en la carne (Filipenses 3:3), ni en nuestros hermanos (Salmo 118:8,9), sino en Cristo solamente.

                Obviamente esto es doctrina básica, pero necesita ser cultivada. Somos débiles, pero tenemos un Salvador omnipotente.

2. Ausencia de oración (vv. 45,46) 

                Si puedo arreglármelas yo solo, no necesito orar. Pedro, consecuente a un falso concepto de sí mismo, se durmió cuando ha debido estar orando (Mateo 26:40).

                La oración es la expresión más preciosa y enriquecedora de nuestra relación con Dios, y cuando es restringida, toda nuestra vida espiritual lo sufre. Cuando el Señor Jesús refirió una parábola sobre “la necesidad de orar siempre y no desmayar” (Lucas 18:1), estaba afirmando que, si no oramos siempre, desmayaremos. Contamos con el ejemplo de Daniel, quien, con todas sus responsabilidades en el gobierno, puso aparte tiempo para la oración regular y continuada (Daniel 6:10). Ese hábito no se adquiere de forma repentina, sino es la disciplina arraigada de muchos años. Es hora de que la cultivemos.

3. Impetuosidad (vv. 49 al 51) 

                Intenta imaginar la escena y ambiente en el huerto. Los soldados avanzan para arrestar el Señor; entre los discípulos empieza a cundir el pánico; preguntan si deben oponer resistencia ... ¡y Pedro prende la mecha! La pregunta figura en el versículo 49, la respuesta en el 51 y la reacción errónea de Pedro en el 50; compárese con Juan 18:10.

                Confiado en sí mismo, fuera de contacto con el Señor, Pedro hace lo que no debiera. Aunque esta reacción puede ser comprensible, nos marca la diferencia entre la mente suya y la del Señor. ¡Cuánto daño se causa a las asambleas debido a las iniciativas apresuradas!

4. Distancia (v. 54) 

                Las Escrituras reflejan el alejamiento espiritual de Pedro con una descripción física; él “le seguía de lejos”. Pedro todavía está allí pero no desea que se le asocie con el despreciado nazareno. Todavía la gente desprecia al Salvador, y aquellos que están con Él deben esperar enfrentarse con el desdén del mundo. ¡Ojo abierto! no sea que el miedo o la opinión de otros te hagan volver atrás, a la penumbra.

5. Compañeros indebidos (v. 55) 

                Ahora leemos de un ejemplo grave y a la vez esclarecedor de la enseñanza de Pablo en
2 Corintios 6:14 al 18. Es probablemente la mayor causa de las caídas de los creyentes jóvenes en nuestros días. Si persistimos en juntarnos con el mundo, seremos cambiados a su modo de ser. Lejos de elevar a los inconversos a nuestro nivel, ellos nos arrastrarán insensiblemente abajo al suyo. Le sucedió a Lot (Génesis 19), a Sansón (Jueces 16:4 al 21), a Salomón (1 Reyes 11:1 al 4) ... y a Pedro.

                Así que, seamos positivos, mantengámonos entre amigos sanos. Como los cristianos primitivos, deberíamos estar unidos a una asamblea a la cual pueden referirse cuando hablan de nosotros como “los suyos” (Hechos 4:23). Asiste a todas las reuniones y, si te queda tiempo libre, busca otras actividades con base bíblica en asambleas cercanas. Todos necesitamos decididamente la comunión de los santos.

6. Olvido de la Palabra (vv. 57 al 60) 

                ¿No hubieras pensado que la primera negación (v. 57) le haría a Pedro recordar las palabras del Señor en el versículo 34? Pero no fue así. Solamente cuando el Señor lo miró fue sacudida su memoria torpe (v. 61). Cuando nos deslizamos en el mundo, tendemos a olvidar todos los consejos de la preciosa Palabra de Dios.

                Quizás ha llegado la hora de una comprobación personal o un reconocimiento general de tu vida. ¿Puedes decir como el salmista, “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119:11)?

7. Negación absoluta (vv. 57 al 60) 

                Una caída tras otra puede llevar a la larga al abandono de una profesión siquiera superficial de la fe cristiana. Como el Salvador enseñó, es imposible servir a dos señores (Mateo 6:24). La posición de Pedro es el resultado lógico de esa confianza en sí mismo mostrada en el versículo 33. “Aprendemos”, escribe C. H. Mackintosh, “que no podemos confiar en nosotros mismos ni siquiera un momento; porque, si no somos sostenidos por gracia, no hay profundidad de pecado en la que no seamos capaces de caer”.

¿La respuesta? Un voto de no confianza en sí mismo y un acercamiento de todo corazón al Señor, como Bernabé recomienda en Hechos 11:23. ¡Ojalá que el ejemplo de Pedro nos anime a andar humildemente con nuestro Dios! Es evidente que uno no tiene que sufrir una caída.

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