domingo, 29 de septiembre de 2024

Cantó el Gallo (Juan 18:27)

 

–Cuando el Señor Jesús fue arrestado, Simón Pedro le seguía de lejos (Lucas 22:54). Sin embargo, Jesús le había dicho claramente: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora” (Juan 13:36). Pero Pedro estaba decidido a ir adonde el Señor fuera: “Mi vida pondré por ti”, le había respondido. Y con esta presunción de sus propias fuerzas siguió a Jesús hasta la casa de Caifás.

–“Mas Pedro estaba fuera, a la puerta” (v. 16). En su gracia el Señor, quien en el huerto de Getsemaní ya le había advertido sobre este peligro, puso un obstáculo en su

camino, a fin de guardarlo. ¿Por qué forzar la entrada? ¿Por qué servirse de la influencia del otro discípulo que “era conocido del sumo sacerdote” para obtener una entrada que no hubiera conseguido sin él?

–Aquel discípulo “habló a la portera, e hizo entrar a Pedro”. Juan –si efectivamente se trata de él– no se dio cuenta del mal servicio que estaba prestando a su amigo. Tenía buenas intenciones, quiso aprovechar sus influencias; pero –sin duda involuntariamente– introdujo a su compañero en un lugar donde nunca tendría que haber estado. –Tan pronto entró, una criada le preguntó: “¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?”. Pedro dijo: “No lo soy”. ¿Había pasado por alto la advertencia que Jesús le había hecho? Fuese lo que fuese, esta primera negación no lo detuvo.

–Los siervos habían encendido fuego, pues hacía frío. “Con ellos estaba Pedro en pie, calentándose”. No estaba afligido por su primera negación; hacía frío y se calentaba. Estaba viendo cómo su Maestro era interrogado, cómo lo abofeteaban y lo maltrataban. Vino, pues, la segunda pregunta: “¿No eres tú de sus discípulos? Él negó, y dijo: No lo soy” (v. 25).

–Luego, “negó Pedro otra vez” (v. 27). Sin embargo, el siervo que le interrogó le había dicho: “¿No te vi yo en el huerto con él?”. Sí, Pedro había estado en el huerto con el Señor. Había participado con él en Su última cena pascual (en ese momento se instituyó la “cena del Señor”), había oído todas Sus enseñanzas posteriores (Juan 14 a 16), e incluso la extraordinaria oración que el Señor pronunció antes de entrar en el huerto (Juan 17). ¿Qué había hecho Pedro en ese huerto? ¡Dormir! Después desenvainó su espada y cortó la oreja del siervo del sumo sacerdote. Jesús le reprendió, pero todo esto no sirvió de nada.

–“Y en seguida cantó el gallo” (v. 27). Es un relato de cuyas etapas podemos sacar varias lecciones. Puede suceder que tengamos el deseo de emprender algún servicio para el Señor, pero una Voz nos dice: «Aún no, es preciso que estés más formado, mejor preparado». Algunas semanas después de que el Señor le advirtiera: “No me puedes seguir ahora”, después de que Pedro cayera y el Señor lo restaurara, volvió a decirle: “Sígueme”. Pedro le siguió, apacentó la grey hasta el momento de dejar este mundo, cumplió fielmente el servicio que el Señor le confió y finalmente dio su vida por él.

Es necesario prestar atención a las advertencias de Dios. A través de toda la Palabra vemos que Dios forma y prepara a sus siervos antes de que llegue el momento de decirles: “Id”. Pensemos en Moisés, Josué, Elías, Jeremías, Pablo y muchos otros. Empezar demasiado pronto puede conducir no sólo al fracaso, sino también a la caída, sobre todo si tenemos la pretensión de confiar en nosotros mismos.

Aparte de esto el enemigo también tiene una táctica diferente: desanimarnos. “No podrás tú ir…” (1 Samuel 17:33). “El león está fuera; seré muerto en la calle” (Proverbios 22:13). “El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no segará” (Eclesiastés 11:4). Podemos encontrar toda clase de pretextos para no comprometernos, para no responder al llamado del Señor cuando ha llegado el momento: “Soy tardo en el habla y torpe de lengua” (Éxodo 4:10). “He aquí, no sé hablar, porque soy niño” (Jeremías 1:6). Pero el Señor responde: “No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande” (v. 7).

Pidamos al Señor que nos conceda el equilibrio para no actuar antes de que sea Su hora, y para que tampoco demos marcha atrás cuando él abra claramente la puerta.

G. A.

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