No cabe disputa: Moisés era siervo; Jesucristo es el Hijo, pero el capítulo nos da siete motivos por los cuales el Señor es mayor que Moisés.
El
Señor es Apóstol y Sumo Sacerdote (3:1)
Cristo fue mensajero de Dios para los hombres y sumo sacerdote para
defender y representar a los hombres delante de Dios. Somos llamados a
considerar al apóstol y sumo sacerdote. Pienso en la reverencia como se debe
mirar la función de nuestro Señor Jesucristo. Cuando Moisés vio la zarza que
ardía y no se consumía, la respuesta fue: “Quita tu calzado de tus pies, porque
el lugar en que tú estás, tierra santa es”. (Éxodo 3:2 al 5, Hechos 7:31 al 33)
Cristo es
autor de nuestra profesión que es suprema (Filipenses 3:14), que es electiva (1
Tesalonicenses 1:4), que es escogimiento de Dios (2 Tesalonicenses 2:13), que
es un pueblo especial (Deuteronomio 7:6). Hay muchos llamados cristianos tan
irreverentes como los betsemistas cuando el arca era regresada a la tierra de
los filisteos (1 Samuel 6:19). “La santidad conviene a tu casa. Entrad por sus
puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid
su nombre”. (Salmo 93:5, 100:4)
Cristo
es el Arquitecto sobre la casa de Dios (3:3)
A la puerta de esta casa estuvo Jacob, quien al ver la imponencia y
santidad de la casa “tuvo miedo” (Génesis 28:17). Jacob se consideró indigno de
encontrarse en ese lugar, pero Dios mostró su gracia para él. En cuanto al
reino del Señor, Dios prometió a David hacerle casa firme. Esto en cuanto a la
descendencia según la carne; la única condición era la obediencia. La promesa
tiene su cumplimiento en el Señor que fue obediente hasta la muerte, y en el
establecimiento de su reino “serán benditas en Él todas las naciones”.
La iglesia
del Señor es comparada a un edificio que va creciendo. Por esta casa, dijo el
Señor: “El celo de tu casa me consume”. (Efesios 2:20 al 22, Juan 2:17) Pablo,
como maestro de obras, recibió directamente del Señor los planos para echar el
fundamento de esta casa. Considerando Pablo lo que cuesta esta casa a Dios,
encarga a Timoteo: “Para que, si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa
de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y baluarte de la verdad”. (1
Timoteo 3:15)
Cristo
es el Heredero de la casa de Dios. (v. 6)
No
solamente de la casa: “a quien constituyó heredero de todo”. (Hebreos 1:2) Son
muchos los que quieren heredar, pero sin Cristo. Son muchos los que quieren
reinar, pero sin llevar la cruz. Son muchos los que quieren gozar, sin querer
sufrir por él. Muchos quieren sentarse en el reino, mientras que aquí están
sentados con los escarnecedores dentro del campamento del mundo con sus modas,
su sociedad, su política, sus refranes, sus deseos y ambiciones inmorales. Mal
agradecidos, imitadores de los labradores malvados que dijeron entre sí: “Este
es el heredero, venid, matémosle, y la heredad será nuestra”. (Marcos 12:7,8) A
Moisés lo enterró Dios, y ninguno sabe adónde, pero de su Hijo está escrito:
“Levántate, oh Dios, juzga la tierra, porque ti heredarás todas las naciones”.
(Salmo 82:8)
En
Cristo los creyentes vienen a ser la casa de Dios (v. 6)
Leemos “de
mi casa y vuestra casa”. (Lucas 19:46, 13:35) La casa judía será desolada hasta
que reconozcan al Señor por las cicatrices en sus manos. Entonces vendrán a su
restauración. En la iglesia que es la casa de Dios y templo de Dios (1 Timoteo
3:15, 1 Corintios 3:16) desde el principio se han metido ladrones, lobos
rapaces, asalariados, simonitas; eso no prueba que los creyentes no sean la
casa de Dios, pues, el Señor permite lo falso para probar lo verdadero. Ya se
acerca el día de la gran separación del trigo y de la paja; de los que sirven a
Dios, y los que no le sirven”. (Lucas 3:17, Malaquías 3:18)
Con
Cristo somos participantes de su rechazamiento y de su gloria.
Muchas
veces nos cohibimos de hablar de ciertas promesas condicionales. Si el sol
afuera es muy fuerte y un árbol de gracia me cede su sombra, ¿será culpable el
árbol porque yo me exponga al sol otra vez? Se nos manda a retener con firmeza
la confianza, y retenerla hasta el fin. Se trata de una confesión de hechos y
verbal. (Hebreos 3:6,14) “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le
negáremos, él también nos negará”. (2 Timoteo 2:12)
Habiéndonos
santificado, Cristo nos ha hecho participantes del llamamiento celestial. (3:1)
El
sacerdocio antiguo no puede compararse con esta vocación tan noble que nos ha
tocado a los elegidos en la gracia. El ministerio levítico se había de
terminar; el velo en el rostro de Moisés era un aviso de su fin; pero a la
iglesia, la casa de Dios, dice: “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo,
no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos
fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”. (2 Timoteo 1:9)
Por
Cristo tenemos el Espíritu Santo y la palabra de Dios.
José Naranjo
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