domingo, 29 de septiembre de 2024

Nuestro Señor Jesucristo Mayor que Moisés (Hebreos 3)

 No cabe disputa: Moisés era siervo; Jesucristo es el Hijo, pero el capítulo nos da siete motivos por los cuales el Señor es mayor que Moisés.


El Señor es Apóstol y Sumo Sacerdote (3:1)

Cristo fue mensajero de Dios para los hombres y sumo sacerdote para defender y representar a los hombres delante de Dios. Somos llamados a considerar al apóstol y sumo sacerdote. Pienso en la reverencia como se debe mirar la función de nuestro Señor Jesucristo. Cuando Moisés vio la zarza que ardía y no se consumía, la respuesta fue: “Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es”. (Éxodo 3:2 al 5, Hechos 7:31 al 33)

Cristo es autor de nuestra profesión que es suprema (Filipenses 3:14), que es electiva (1 Tesalonicenses 1:4), que es escogimiento de Dios (2 Tesalonicenses 2:13), que es un pueblo especial (Deuteronomio 7:6). Hay muchos llamados cristianos tan irreverentes como los betsemistas cuando el arca era regresada a la tierra de los filisteos (1 Samuel 6:19). “La santidad conviene a tu casa. Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid su nombre”. (Salmo 93:5, 100:4)

Cristo es el Arquitecto sobre la casa de Dios (3:3)

A la puerta de esta casa estuvo Jacob, quien al ver la imponencia y santidad de la casa “tuvo miedo” (Génesis 28:17). Jacob se consideró indigno de encontrarse en ese lugar, pero Dios mostró su gracia para él. En cuanto al reino del Señor, Dios prometió a David hacerle casa firme. Esto en cuanto a la descendencia según la carne; la única condición era la obediencia. La promesa tiene su cumplimiento en el Señor que fue obediente hasta la muerte, y en el establecimiento de su reino “serán benditas en Él todas las naciones”.

La iglesia del Señor es comparada a un edificio que va creciendo. Por esta casa, dijo el Señor: “El celo de tu casa me consume”. (Efesios 2:20 al 22, Juan 2:17) Pablo, como maestro de obras, recibió directamente del Señor los planos para echar el fundamento de esta casa. Considerando Pablo lo que cuesta esta casa a Dios, encarga a Timoteo: “Para que, si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y baluarte de la verdad”. (1 Timoteo 3:15)

Cristo es el Heredero de la casa de Dios. (v. 6)

No solamente de la casa: “a quien constituyó heredero de todo”. (Hebreos 1:2) Son muchos los que quieren heredar, pero sin Cristo. Son muchos los que quieren reinar, pero sin llevar la cruz. Son muchos los que quieren gozar, sin querer sufrir por él. Muchos quieren sentarse en el reino, mientras que aquí están sentados con los escarnecedores dentro del campamento del mundo con sus modas, su sociedad, su política, sus refranes, sus deseos y ambiciones inmorales. Mal agradecidos, imitadores de los labradores malvados que dijeron entre sí: “Este es el heredero, venid, matémosle, y la heredad será nuestra”. (Marcos 12:7,8) A Moisés lo enterró Dios, y ninguno sabe adónde, pero de su Hijo está escrito: “Levántate, oh Dios, juzga la tierra, porque ti heredarás todas las naciones”. (Salmo 82:8)

En Cristo los creyentes vienen a ser la casa de Dios (v. 6)

Leemos “de mi casa y vuestra casa”. (Lucas 19:46, 13:35) La casa judía será desolada hasta que reconozcan al Señor por las cicatrices en sus manos. Entonces vendrán a su restauración. En la iglesia que es la casa de Dios y templo de Dios (1 Timoteo 3:15, 1 Corintios 3:16) desde el principio se han metido ladrones, lobos rapaces, asalariados, simonitas; eso no prueba que los creyentes no sean la casa de Dios, pues, el Señor permite lo falso para probar lo verdadero. Ya se acerca el día de la gran separación del trigo y de la paja; de los que sirven a Dios, y los que no le sirven”. (Lucas 3:17, Malaquías 3:18)

Con Cristo somos participantes de su rechazamiento y de su gloria.

Muchas veces nos cohibimos de hablar de ciertas promesas condicionales. Si el sol afuera es muy fuerte y un árbol de gracia me cede su sombra, ¿será culpable el árbol porque yo me exponga al sol otra vez? Se nos manda a retener con firmeza la confianza, y retenerla hasta el fin. Se trata de una confesión de hechos y verbal. (Hebreos 3:6,14) “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará”. (2 Timoteo 2:12)

Habiéndonos santificado, Cristo nos ha hecho participantes del llamamiento celestial. (3:1)

El sacerdocio antiguo no puede compararse con esta vocación tan noble que nos ha tocado a los elegidos en la gracia. El ministerio levítico se había de terminar; el velo en el rostro de Moisés era un aviso de su fin; pero a la iglesia, la casa de Dios, dice: “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”. (2 Timoteo 1:9)

Por Cristo tenemos el Espíritu Santo y la palabra de Dios.

                Recibimos el Espíritu Santo al momento que confesamos a Cristo como nuestro Salvador, el cual forma el templo de nuestro cuerpo. (Efesios 1:13, 1 Corintios 6:19) El Espíritu Santo nos da el don que administramos; nos da gozo diferente al gozo del mundo. Por el Espíritu Santo oramos y recibimos la exhortación de la palabra de Dios necesaria para estimular nuestra conducta, regular nuestro carácter cristiano debidamente sazonado. En fin, porque a nosotros nos ha tocado la dicha de tener constantemente a este Consolador que nos guía a toda verdad. (Juan 16:13)

José Naranjo


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