Contestamos—por la fe. Si creo por el testimonio de Dios que esta paz es mía por fe en Cristo, inmediatamente disfrutaré el gozo de ella. Por ejemplo, supongamos que Vd. está notificado que tiene una herencia considerable dejada por un pariente. Del efecto hecho en su mente dependerá su respuesta a tal noticia. Si duda Vd. la veracidad de ella, seguramente no responderá. Pero si la noticia está debidamente probada, Vd. dirá, “La herencia es mía.” Así es, querido lector, referente a la paz para con Dios. Si cree Vd. el testimonio de Dios, que la paz es hecha ya por la sangre de Cristo, ninguna circunstancia, ninguna convicción de indignidad, o abatimiento pueden perturbar su alma. Para que gocemos de una paz verdadera y duradera, debemos confiar absolutamente en lo que dice Dios en Su Palabra, y nunca en las circunstancias o sentimientos nuestros.
El creyente debe aprender que la única base de paz se
halla en:
1º. Lo que dice la Palabra de Dios y descansar en
ella.
2º. En el valor intrínseco de la sangre de
Cristo.
La obra maestra de Satanás es sembrar dudas y temores
para que el creyente desconfíe de Dios. Debemos contestar las asechanzas y
tentaciones del diablo como hizo el Señor cuando fue tentado por él, con las
palabras, “Escrito está.”
Una vez que la paz de Dios está establecida en el
alma, el creyente puede crecer “en la gracia y conocimiento de nuestro Señor,”
y gozarse de una comunión mucho más íntima con Él.
Es de anhelar esta paz que sobrepuja todo
entendimiento. El que la posee, no solamente crece (1 P. 2:2), más bien
puede apreciar la gloria y perfección de la obra de Cristo revelada por la
sangre de Su cruz. En vez de quejarse de incertidumbre y de duda, su alma llena
de paz, rebosará en adoración a Sus pies, y sus quejas se cambiarán en una
canción de alabanza.
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