domingo, 29 de septiembre de 2024

MUJERES DE FE DEL NUEVO TESTAMENTO (6)


La Mujer adultera


La fiesta de Tabernáculos terminó y cada uno se fue a su casa. Jesús se fue al monte de los Olivos, tal vez a pasar la noche en oración, y por la mañana fue al templo, donde la gente acudía para oír sus enseñanzas. Algunos de los que oyeron la invitación de Jesús en la fiesta creyeron en Él, pero la mayoría le rechazó y algunos procuraban desacreditar al Maestro divino.

Los escribas (los hombres que escribían la Ley) y los fariseos llegaron, arrastrando a una pobre mujer a quien pusieron en medio de la gente, diciendo: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” La acusación era correcta porque había evidencia, pero la pregunta obvia era: ¿Dónde estaba el hombre? ¿Por qué no llevaron al hombre también? ¡Con cuánta frecuencia la mujer ha sido culpada y el hombre es dejado libre!

El propósito de ellos aquella mañana era ponerle una trampa al Señor. Le recordaron que Levítico 20.10 y Deuteronomio 22.23-24 dicen que el adúltero debía ser apedreado (aunque por mucho tiempo los líderes judíos no habían ejecutado aquel castigo). Si Él dejaba libre a la mujer le iban a acusar de no obedecer la ley de Moisés. Si decía que debía ser apedreada, iría contra la ley romana y podrían decir que Él era cruel. Jesús se inclinó hacia el suelo y escribió en tierra. Nadie sabe qué decía lo que Él escribió.

                Los judíos insistieron en que contestara, y Jesús pronunció algo que ha sido citado muchas veces: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. El castigo del pecado debía ser ejecutado, pero por alguien que nunca hubiera pecado. Jesús volvió a inclinarse y siguió escribiendo. Al oír lo que Él les dijo, los hombres se fueron retirando, comenzando por los más viejos, todos ellos conscientes de su culpabilidad. En vez de pronunciarse contra la mujer, Cristo condenó a aquellos hombres pecadores.

Después de escribir en tierra la segunda vez, Él se enderezó y vio que todos se habían ido menos la mujer. “¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?”, preguntó Cristo. “Ninguno, Señor”, dijo ella. Entonces Él le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. La salvación es un asunto personal entre el pecador y el Salvador.

Jesucristo no estaba aprobando el pecado de ninguna manera. Cuando dijo: “Ni yo te condeno”, Él estaba mostrando su gracia; cuando dijo: “No peques más”, expresó la esperanza de que ella iba a vivir una vida nueva, de obediencia y santidad. El apóstol Pablo escribió en Romanos 10.9: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Dios manda a todos que se arrepientan.

Por Rhoda Cumming


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