domingo, 29 de septiembre de 2024

Las últimas palabras de Cristo (9)

 

JUAN 15 (CONTINUACIÓN)


El mundo (Juan 15:18-25)

De manera muy especial el Señor nos ha presentado a la nueva compañía cristiana, desde luego no en su formación o administración (pues la hora no había aún llegado), sino en sus caracteres morales y privilegios espirituales. Es vista como una compañía gobernada por el amor de Cristo y en una unión de amor mutuo entre sus miembros. Con las palabras que vienen a continuación pasa de dar su pensamiento del círculo cristiano del amor a hablar del círculo mundano del odio, advirtiendo a los discípulos del verdadero carácter del mundo que los rodeará y preparándolos ante su persecución.

Si compartimos con Cristo el amor, el gozo y los santos secretos de este círculo íntimo, debemos también prepararnos para compartir con Él el odio y rechazo que el mundo le ha ofrecido. No parece ser que los discípulos tuvieran que disponerse a obtener lo mejor de ambos mundos, como suelen decir los hombres. Tenía que ser o Cristo o el mundo, pero no los dos a la vez. Una compañía que exhibe bajo cualquier forma las gracias de Cristo sería reconocida e identificada con Él, y el odio y la persecución que padeció de parte del mundo serían mostrados también a Su pueblo.

El mundo es un vasto sistema que engloba a toda clase de razas y de clases, así como la falsa religión que se une con las primeras en su aborrecimiento de Dios. El mundo que rodeaba a los discípulos era el mundo corrupto del judaísmo. Hoy en día, el mundo con el que están en contacto los creyentes es el de una cristiandad corrompida, que, aunque cambie su forma externa de siglo en siglo lleva en lo más profundo la marca de la enajenación de Dios y del odio a Cristo.

¿Por qué debería el mundo aborrecer a estos hombres sencillos? ¿Acaso no eran solo una compañía cuyos integrantes se amaban y llevaban una vida ordenada sujetándose a los poderes, sin interferir en su política? ¿No proclamaban las buenas nuevas y realizaban buenas acciones? ¿Por qué se les iba a odiar? El Señor da dos razones. En primer lugar, porque constituían una compañía que Cristo había escogido de entre el mundo, y, en segundo lugar, porque formaban un grupo de personas que confesaban el nombre de Cristo ante el mundo. La primera causa más bien suscitaría el odio del mundo religioso; la segunda, el odio del mundo en general. En todas las épocas no ha existido nunca nada que enfureciera más al hombre religioso que la gracia soberana que, desestimando sus esfuerzos religiosos, se fijara en un grupo de infelices y desahuciados para bendecirlos. La sola mención de la gracia que en tiempos pasados bendijo a una viuda y a un leproso gentiles, soliviantó a los líderes de Nazaret que manifestaron su ira y odio a Cristo. La gracia soberana

que bendice al hijo menor enfurece al hijo mayor.

 

vv. 20-21. Los discípulos reciben la advertencia de que este odio se manifestará en persecución: «Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán». Esta expresión activa del odio está relacionada directamente con la confesión del nombre de Cristo, ya que el Señor dice: «Todo esto os harán por causa de mi nombre». La persecución, ya sea a Cristo o a sus discípulos, era la prueba de que no conocían a Aquel que envió a Cristo: el Padre.

 

vv. 22-25. Sin embargo, no hay pretexto que valga para ignorarlo. Las palabras del Señor y sus obras dejaron al mundo sin excusa para el odio o la ignorancia. Si Cristo no hubiera venido y hubiera hablado al mundo palabras como nadie antes habló jamás, y si no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro hombre había hecho no habrían podido ser imputados con el pecado de enemistad deliberada contra Cristo y el Padre. Habrían continuado siendo criaturas caídas, y con este hecho apenas se hubiera podido demostrar que eran criaturas egoístas, aborrecedoras de Dios. Pero ahora no había posibilidad de encubrir su pecado. Era imposible ocultar el hecho de la culpabilidad del mundo, porque a la vista estaba. Con sus palabras y obras, Cristo había revelado plenamente todo el corazón del Padre, lo que provocó que el hombre le aborreciera. El mundo, como tal, fue dejado sin esperanza al aborrecer sin causa a Cristo, según rezaba su propia ley. De manera que el odio del mundo no puede considerarse más ignorancia, sino pecado. Un odio sin fundamento. Como cristianos, en ocasiones podemos darle al mundo razones para que nos odie, pero en Cristo no había ningún motivo. Hay en realidad una causa para el odio, que no se fundamenta en Aquel que es odiado, sino en los corazones de quienes sienten odio.

H. Smith


No hay comentarios:

Publicar un comentario