“Oh mujer, grande es tu fe; hágase
contigo como quieres”. (Mateo 15.28)
La
historia está en Mateo 15.21-28 y Marcos 7.24-30.
Aquel viaje del Señor, de Galilea a la
región de Tiro y Sidón cerca del Mar Mediterráneo, fue largo. Pero el Salvador
encontró allí a una mujer con fe para creer su Palabra. Cuando Jesús llegó,
ella salió a su encuentro clamando: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de
mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio”.
Pero parecía que Jesús no estaba allí
para dar bendición, porque guardó silencio. Siendo una gentil, descendiente de
una raza inmoral, la mujer no tenía el derecho de dirigirse al Señor así. El
título “Señor” era uno que solamente los judíos podían darle, refiriéndose a Él
como su Mesías. Por esta razón el Señor no le respondió a la pobre mujer. Pero
luego dijo: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”.
Tal vez estaba hablando más a sus discípulos que a la mujer, porque ellos le decían
que la despidiera.
No obstante, la mujer
se le acercó y arrodillándose delante de Él, dijo: “¡Señor, ayúdame!” Para
probar más la realidad de su fe, Jesús le dijo que no estaba bien de su parte
tomar de la comida de los hijos judíos para echársela a los perrillos gentiles.
La mujer entendió que Él estaba refiriéndose a la manera en que los judíos
hablaban de los gentiles como perros de la calle. Ella se puso a su merced y
dijo: “Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la
mesa de sus amos”.
La respuesta de la
mujer, que mostraba tanta humildad y sabiduría, resultó en que Jesús
respondiera: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres”. Cuando
la mujer llegó a su casa halló a su querida niña tranquila en su cama.
Aunque la mayoría de
los líderes judíos no deseaban ese pan espiritual, había un “perro” gentil que
sentía su gran necesidad.
Como resultado, su fe
fue recompensada y desde lejos su hija fue librada del demonio. Durante este
presente período de gracia, hay gentiles que están recibiendo la salvación como
si fuera “desde lejos”, mientras que la mayoría de los de la nación de Israel
rechaza al Salvador.
El
apóstol Pablo le dio gracias a Dios porque la fe de los tesalonicenses iba
creciendo (2 Tesalonicenses 1.3). Sin fe es imposible agradar a Dios y nunca
debemos dejar de orar por nuestros seres queridos. “Orad sin cesar”.
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