domingo, 21 de marzo de 2021

Ganando Almas a la manera bíblica (3)

 


Es casi imposible exagerar la importancia de la Biblia en la gloriosa tarea de ganar almas. Para quien evangeliza es como la espada es para el guerrero (Efesios 6:17), y como la semilla para el que siembra (Lucas 8:11).

En resumen, la Santa Biblia es el instrumento que Dios usa en la conversión de los pecadores. “Siendo renacidos, no de simiente co­rruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y per­manece para siempre" (1 Pedro 1:23). También lea Efesios 5:25-26.

A diferencia de cualquier otro libro en el mundo, “la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y pe­netra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Ella puede hacer lo que las palabras humanas jamás podrán.

¿Cómo usa Dios Su Palabra en la salvación de los pecadores? Prime­ro que nada, el pecador escucha la Palabra, o la lee, o tiene contacto con ella de alguna manera. El Espíritu Santo de Dios usa la Palabra para:

1.    Convencer a la persona incrédula de que ella es verdaderamente la revelación de Dios, inspirada e infalible.

2.    Convencerlo del hecho de que es pecador y de que merece el castigo eterno.

3.    Mostrarle que Cristo es el Salvador que necesita. (En la lección 7 veremos por qué esto es así).

4.    Llevarlo a confesar su pecado, renunciar a cualquier otra espe­ranza, y confiar expresamente en el Señor Jesús. Así dice en Romanos 10:17: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. Los hombres reciben fe a medida que el Espíritu Santo hace que la Biblia se vuelva real para ellos.

No hace falta decir que el cristiano debe tener una apreciación co­rrecta del valor de la Palabra de Dios para poder tratar las almas con in­teligencia. A continuación, algunas sugerencias:

1.    Primero que nada, debe tener en mente que la Biblia no es su mejor arma, sino su única arma. Muchas veces se verá ten­tado a usar la filosofía, la razón y la lógica para contrarrestar las obje­ciones de la persona con quien está tratando. Hacer eso sería arrojar a un lado su espada y exponerse al alcance del enemigo. A menudo, los hombres mundanos son más adeptos a los argumentos científicos que los cristianos (Lucas 16:8). El ganador de almas debe darse cuenta de que “un solo versículo de la Escritura vale más que mil argumentos”.

En esta conexión, es bueno recordar que las personas del Antiguo Testamento tenían prohibido sembrar sus vides con semillas mezcladas (Dt. 22:9). La lección para nosotros es que debemos usar solo la semi­lla pura, no adulterada, de la Palabra de Dios al tratar con los incrédu­los, y jamás mezclarla con argumentos de la ciencia y la filosofía. Es inútil ir más allá del evangelio y discutir sobre profundas verdades es­pirituales con quien no puede entenderlas (1 Co. 2:14). En lugar de discutir sobre verdades tan profundas, como la elección, la Trinidad, etc., necesitamos mostrarle al pecador que necesita ser salvo. Los in­crédulos están cegados espiritualmente (2 Co. 4:4) y no pueden ver el valor de las profundidades de Dios. Su primera necesidad es tener la visión espiritual que viene cuando recibe a Cristo por la fe.

2.      En segundo lugar, el ganador de almas debe aprender a usar la Palabra ampliamente. El sabio rey Salomón escribió: “Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno” (Eclesiastés 11:6). También lea Isaías 32:20.

No deberá permitir que las condiciones adversas lo detengan. “El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no se­gará” (Eclesiastés 11:4). Ni debería dejar de citar la Palabra cuando se encuentra con la objeción: “No creo que la Biblia sea la Palabra de Dios”. ¿Qué haría un soldado si su enemigo le dijera: “No creo que tu espada sea de acero genuino”? Daría otra estocada y le probaría su rea­lidad. Recuérdele al objetante que su incredulidad no altera la verdad de la Biblia. Y continúe aplicando la Palabra bajo la guía del Espíritu.

3.   Lo siguiente es aprender a usar la Palabra sabiamente, dependiendo del Espíritu Santo. El versículo que Dios use una vez puede ser completamente inapropiado en otra oportunidad. El Espíri­tu de Dios nos usará para citar aquella porción precisa de la Biblia que Él desee emplear.

Esto nos obliga a recordar lo valioso que es memorizar la Escritura. El Espíritu solo nos “recordará todo” (Juan 14:26) lo que conozcamos de antemano. ¿Cómo puedo pretender que el Señor me use si no he guardado Su Palabra en mi corazón? Por otro lado, qué maravilloso es poder recitar el versículo correcto en el momento apropiado, y traer vida, paz y gozo perdurables a alguna persona.

4.    Entonces debemos aprender a usar la Palabra con toda la confianza de que Dios la bendecirá. Este es uno de los grandes es­tímulos en la obra cristiana, es decir, que la Palabra de Dios nunca se ministra en el poder del Espíritu Santo sin producir resultados en los corazones y las vidas.

Dios ha prometido honrar Su Palabra. “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tie­rra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volve­rá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié" (Isaías 55:10-11). Ya que Su Palabra es tan irresistible, invencible y exitosa como la lluvia o la nieve, se espera que podamos usarla por todos los medios posibles y con confianza, recor­dando siempre que nunca se nos promete el mismo éxito al usar nues­tras propias palabras.

Con todo lo dicho, debería ser obvio que siendo la Palabra algo tan necesario, deberíamos tenerla junto a nosotros todo el tiempo. El soldado cristiano nunca debería estar sin su espada. Una edición de bolsillo del Nuevo Testamento ocupa muy poco lugar y no pesa mucho, y cuán importante es tener uno a mano cuando se presenta una oportunidad.

Por último, abastecerse de buenos tratados evangelísticos es indis­pensable. A menudo pueden ofrecerse cuando es imposible entablar una conversación. El papel desempeñado por los tratados en la salva­ción de los que hoy son cristianos es incalculable. No perdamos la bendición de este ministerio tan beneficioso.

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO (14)

 


4. Los Recursos del Piadoso en los Postreros Días

Capítulo 3 (continuación)

(b) Los recursos del piadoso en presencia del mal (versículos 10-17)

            En la mitad anterior del capítulo somos instruidos en la rica provisión que Dios ha hecho para que Su pueblo pueda ser preservado de las corrupciones de la Cristiandad y pueda actuar como conviene al hombre de Dios en los postreros días.


(Vv. 10, 11). En primer lugar, se nos dice definitivamente que la gran salvaguardia contra todo lo que es falso es el conocimiento de lo que es verdad. Así el apóstol puede decir a Timoteo, "Tú empero has conocido perfectamente mi enseñanza, mi conducta, mi propósito, mi fe, mi longanimidad, mi amor, mi paciencia, mis persecuciones, mis padecimientos." (Vv. 10, 11 - VM). No hay necesidad de conocer plenamente el mal, pues nosotros no escapamos del mal simplemente por conocerlo. Es mediante el conocimiento de la verdad que podemos detectar lo que es falso y contrario a la verdad; y habiendo detectado el mal, somos exhortados a no ocuparnos de él, sino a 'evitar' a aquellos que siguen en pos de él. La verdad ha sido presentada en la enseñanza del apóstol y se nos ha revelado en sus Epístolas. Ésta se puede resumir como el descarte del hombre según la carne como estando plenamente corrupto y bajo la muerte, como la condenación del viejo hombre en la cruz de Cristo, y como la introducción de un nuevo hombre en vida e incorruptibilidad, manifestado en Cristo resucitado y glorificado, a quien los creyentes, de entre judíos y Gentiles, están unidos en un cuerpo por el Espíritu Santo.

            Esta doctrina es la que Pablo puede decir a Timoteo que ha "conocido perfectamente" (VM). Mientras más plenamente entremos en la enseñanza de Pablo, más definitivamente seremos capaces de detectar y de evitar el mal de estos postreros días.

            En segundo lugar, el apóstol puede apelar a su "conducta". Su vida era plenamente consistente con la doctrina que él enseñaba. En esto, indudablemente, hay un contraste intencionado entre el apóstol y los malos maestros de quienes él ha estado hablando. La insensatez de ellos es expuesta en vista de que sus vidas están en evidente contradicción con la piedad que ellos profesan. Es manifiesto a todos que su profesión de la forma de piedad no tiene poder sobre sus vidas. En el caso del apóstol era completa-mente de otra manera. En su enseñanza él proclamaba el llamamiento celestial de los santos y, en consistencia con su doctrina, su conducta era la de un extranjero y peregrino cuya ciudadanía está en los cielos. Se trataba de una vida gobernada por un "propósito" definido, vivida por "fe", exhibiendo el carácter de Cristo en toda "longanimidad, amor, paciencia,", implicando "persecuciones" y "padecimientos." De este modo la primera gran salvaguardia contra el mal de los postreros días es una vida vivida en consistencia con la verdad. Hay, sin embargo, una fuente adicional de seguridad, pues, en tercer lugar, leemos acerca del sostenimiento del Señor. De esto Pablo puede testificar a partir de su propia experiencia, pues, hablando de los padecimientos y persecuciones involucradas en su vida, él puede decir, "de todas me ha librado el Señor." Si somos diligentes en conocer la doctrina, si estamos preparados para vivir una vida consistente con la enseñanza, percibiremos el sostenimiento del Señor. Los demás pueden abandonarnos, así como lo hicieron con el apóstol; otros pueden pensar que somos demasiado extremos y demasiado intransigentes; pero al contender por la fe, hallaremos tal como él, que el Señor estará a nuestro lado, nos dará fuerzas, nos permitirá proclamar la verdad, nos librará de la boca del león y de toda obra mala, y nos preservará para Su reino celestial (2 Timoteo 3:11; 2 Timoteo 4; 17, 18).

            (Vv. 12, 13). Se nos recuerda cuán necesario es el sostenimiento del Señor, al ser advertidos que todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución. La forma que la persecución toma puede variar en diferentes épocas y en diferentes lugares, pero permanece verdadero el hecho de que uno que se mantiene aparte del mal de la Cristiandad y busca mantener la verdad debe estar preparado para el abandono, los insultos y la maldad. ¿Cómo puede ser de otro modo cuando, en la Cristiandad misma, “los hombres malos y los impostores irán de mal en peor, engañando, y siendo ellos mismos engañados"? (V. 13 - VM).

            (V. 14). En cuarto lugar, en presencia del mal, el piadoso hallará seguridad y sostenimiento persistiendo en las cosas que hemos aprendido por medio del apóstol. Así él escribe a Timoteo, "persevera tú en las cosas que has aprendido, y de que has tenido la seguridad, sabiendo de quién las aprendiste." (V. 14 - VM). Por tercera vez en el curso de esta breve Epístola, Pablo enfatiza la importancia, no sólo de tener la verdad, sino de recibirla de una fuente inspirada si ella ha de ser sostenida con plena seguridad (ver 2 Timoteo 1: 13; 2 Timoteo 2:2).

            La experiencia demuestra que muy a menudo los creyentes no pueden resistir el error en forma definida debido a que ellos no están plenamente persuadidos o no han tenido la seguridad de la verdad. En presencia del error, y especialmente del error mezclado con la verdad, necesitamos estar plenamente convencidos que las cosas que hemos aprendido son realmente verdad. Esta seguridad sólo la podemos tener sabiendo que aquel de quien hemos recibido la verdad habla con autoridad inspirada. Un maestro nos puede presentar la verdad, pero ningún maestro puede hablar con autoridad inspirada. Él debe dirigirnos a los escritos inspirados si hemos de sostener la verdad en fe y seguridad. En presencia de malos hombres y de engañadores, que van de mal en peor, siempre presentando nuevos desarrollos del mal, podemos bien precavernos de todo lo que profese ser una nueva luz y continuar en las cosas que hemos aprendido.

            (Vv. 15-17). De este modo, la salvaguar-dia final contra el error es la inspiración y la suficiencia de las Sagradas Escrituras. Los hombres dan libre curso a sus interminables y cambiantes teorías, pero en las Escrituras tenemos cada verdad que sería para nuestro provecho preservada en una forma permanente, protegida del error por la inspiración, y presentada con autoridad divina. Sin duda, las Sagradas Escrituras que Timoteo había conocido desde la niñez serían las Escrituras del Antiguo Testamento. Pero, cuando el apóstol declara, además, "Toda Escritura es inspirada por Dios" (LBLA), él incluye el Nuevo Testamento con todos los escritos

apostólicos. Sabemos que Pedro clasifica todas las Epístolas de Pablo con "las otras Escrituras" (2 Pedro 3:16).

            Además, allí se expone ante nosotros el gran beneficio de las Escrituras. Primero, ellas nos pueden hacer sabios "para la salvación, por medio de la fe que es en Cristo Jesús." (V. 15 - VM). En segundo lugar, habiendo sido dirigidos a Cristo de modo que hallamos en Él salvación, descubriremos además que "toda Escritura" es "útil" para el creyente, puesto que, en la ley de Moisés, los profetas, y los Salmos, nosotros descubriremos cosas acerca de Cristo (Lucas 24: 27, 44). Además, hallaremos cuán útil son las Escrituras "para redargüir" (o "para reprender" - LBLA). ¡Es lamentable! podemos estar ciegos a nuestras propias faltas, y tan llenos de nuestra propia importancia, que somos sordos a las reprensiones de los demás; pero, si estamos sujetos a la Palabra, hallaremos que la Escritura trae convicción pues es "viva, y eficaz, y más aguda que toda espada de dos filos..., y es hábil en discernir los pensamientos y propósitos del corazón." (Hebreos 4:12 - VM).

            Además, Las Escrituras no sólo redarguyen, sino que también son útiles para "corregir". Habiendo redargüido, ellas corregirán; y habiendo corregido ellas nos enseñarán en la forma que es correcta. Teniendo, entonces, las Escrituras inspiradas, al hombre de Dios le es posible estar completamente establecido en la verdad en presencia del error abundante, y estar "enteramente preparado para toda buena obra" en un día malo.

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (54)

 El cautiverio babilónico

La apostasía de los israelitas, del Dios vivo y verdadero a las imágenes e ídolos de los paganos, iba en aumento de día en día hasta no poderse tolerar más. La condición espiritual del pueblo parecía mejorarse algo durante el reinado del piadoso Josías, para luego decaer a ser peor que antes. Deseoso de salvar su pueblo del castigo que aquella apostasía merecía, Dios les había mandado profeta tras profeta para amonestarles, pero sin resultado. El corazón de ellos era dispuesto a seguir los dioses de los paganos.

            Al fin Dios dejó de defenderlos de sus enemigos. De un lado los egipcios vinieron a robar y destruir, y del otro lado los caldeos de Babilonia llegaron para despojar el país, matando a quienes quisieren y llevándose las riquezas a su propia tierra. Tres veces saquearon el templo de Jerusalén, hasta haberse llevado todos los muebles y vasos del santuario, pequeños y grandes.

            Los israelitas debían aprender por amarga experiencia cuán serio es dejar al         Dios omnisciente y omnipotente para adorar imágenes de yeso y metal. Una vez colocados ellos en medio de una nación dada a la idolatría, ellos han debido darse cuenta del error que habían cometido. A todo lado veían la corrupción moral y espiritual, política y religiosa, que siempre acompaña una religión falsa. La embriaguez, inmoralidad, engaño, robo y homicidio se encontraban dondequiera. Faltaban por completo la honradez, pureza y temor de Dios.

            La experiencia sí fue provechosa para algunos, haciéndoles abandonar por completo el culto de los ídolos. Hasta el siglo presente el remanente de los judíos (las dos tribus conocidas en el mundo moderno), a pesar de toda su incredulidad hacia el Mesías, no se ha atrevido a volver a permitir el uso de imágenes en sus cultos y hogares.

            La historia se repite. En los primeros días del cristianismo los creyentes se reunían en un sencillo aposento a leer las Sagradas Escrituras y adorar en espíritu al Dios invisible. Andando el tiempo, iban dejando esa primitiva sencillez. El orgullo y la vanidad les estimulaban a introducir algo de la pompa del pueblo en derredor. Eligieron para sí caudillos mundanos cuyo propósito era de prostituir un culto tan espiritual en una atracción a los sentidos.

            Se instituyó un clero. Poco a poco venían poniéndose la vestimenta de los sacerdotes paganos. Los días festivos, celebrados por los paganos en honor de sus ídolos, con abominables inmoralidades, fueron hechos días de fiesta para los cristianos, cambiándose el nombre del dios en cuyo honor se hacía antes, en el nombre de algunos que de entre los cristianos habían llegado a tener renombre, llamándose la fecha el Día de Santo Tomás, de San Juan, etc. En algunos casos hacían uso de la misma imagen pagana para representar su santo. Esos días de fiesta se dedicaban al culto de las imágenes, y así se dio principio a la idolatría católico romana. El pan que el Señor dio en representación de su cuerpo dado en el Calvario en expiación de nuestros pecados, ya se hizo una hostia y la gente se postraba en adoración ante una galleta de harina.

            Regresando ahora a los israelitas, vemos que fueron llamados a volver a su país amado.  Dios no se había olvidado de ellos; un nuevo rey, movido por la mano divina, les dio la oportunidad de regresar a la tierra de Palestina. Una reducida minoría lo hizo, pero muchos ya estaban entregados de la idolatría. Los consecuentes entre los judíos volvieron a Jerusalén (aunque ya eran en su gran mayoría una generación nueva), con la Palabra de Dios en la mano y sus corazones dispuestos a servirle.

            Asimismo, después de los siglos de terrible oscuridad, en que un clero tirano reinaba en la así llamada iglesia cristiana, llegaron unos y otros a despertarse. Vieron la crasa ignorancia de casi todos en cuanto a lo que enseñaba la Santa Biblia, y se pusieron a la tarea de traducirla a las lenguas vulgares del día.

            La furia con que el clero romano persiguió a estos valientes hombres es prueba que temían la luz que de esta manera alcanzaría al pueblo común. Los que trabajaron con tanto valor para lograr este fin fueron encarcelados, o tuvieron que huir a esconderse. Las biblias, si es que llegaron a ser impresas, circulaban sólo como contrabando.   Sin embargo, la luz prevaleció. La Biblia circulaba, a pesar de toda suerte de amenazas, y las gentes se imponían de su contenido. Las cadenas del romanismo se iban cayendo y los hombres y mujeres, convertidos a Dios de corazón, se dedicaban a servirle con la misma sencillez y pureza del principio. “¡Nueva religión!” gritaba el clero. No, no era una religión nueva. Sólo habían regresado al camino dejado siglos atrás por haberse perdido el mapa, la Santa Biblia. Por cierto, el clero tenía la Biblia durante ese tiempo, pero no permitía que fuese traducida a las leguas vulgares. Preferían enseñar las supersticiones acerca de un purgatorio inexistente, y a desarrollar un gran poder para maldecir a todos cuantos no les eran sujetos.

            Hasta el presente persiste la religión apóstata. El puro evangelio de salvación por gracia mediante la obra redentora de Cristo, la justificación del pecador por fe, la adoración de Dios en espíritu, sin altares de lujo y sin intermediario aparte de Cristo mismo: todo esto es tema de burla para aquellos que optan por seguir en la confusión babilónica de la Iglesia Romana. Pero hay quienes —y usted puede ser uno de ellos— se han convertido de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien libra de la ira venidera; véase este lenguaje en 1 Tesalonicenses 1.9,10. 

domingo, 21 de febrero de 2021

EL CENTURIÓN DE CAPERNAUM

 


1)   Sus virtudes y su fe: Lucas 7:1-8.

2)   La ayuda del Señor: v. 9-11.

Explicación y enseñanza: El tema principal de la historia: la fe del centurión.

1)   El centurión (jefe de 100 hombres) era un dis­tinguido pagano que, como Cornelio, temía a Dios (Hechos 10:2). Amaba a sus siervos. A menudo, los esclavos eran tratados cruelmente, no tenían derechos y eran propiedad de su amo. En cambio, ¡cuán amable fue este centurión que intercedió a favor de su siervo enfermo! Tenía compasión y humildad. Envió a unos ancianos de los judíos, luego a sus amigos y, final­mente, él mismo se hizo presente (compárese con Mateo 8:5). El centurión amaba también a los israeli­tas, pese a su inferior condición; los amaba como pue­blo de Dios y les edificó una sinagoga. Los judíos respondieron a ese amor, aunque, por costumbre, odia­ban a los romanos. Es un hermoso testimonio de la generosidad del romano.

2)    El centurión tenía muchas virtudes, pero el siervo fue sanado sólo a causa de su fe y él mismo segu­ramente fue salvo (léase Marcos 11:24). ¡Cuán grande debió de ser su fe para que el Señor se maravillase de ella! El centurión no era un rabí ni un fariseo o escriba que esperaba al Mesías; era un pagano, pero humilde, y se inclinó ante Jesús, le honró y reconoció su grandeza y su poder. Dijo: "No soy digno de que entres bajo mi techo... di la palabra, y mi siervo será sano" (léase Salmo 107:20-22). Mediante la fe, el centurión fue hecho partícipe de las bendiciones del Hijo de Dios, mientras que Israel, que se vanagloriaba de su descen­dencia de Abraham, se excluía de las bendiciones en la tierra y en el cielo a causa de su incredulidad.

En todo tiempo, el camino hacia Dios permanece abierto a la fe (léase Juan 3:36; 10:16; Romanos 11:17-21).

E. Dónges y O. Kunze

Creced, 1997

RECEPCIÓN DE UNA VIDA NUEVA

 


¿Has visto alguna vez a una hormiga apresurándose a llevar un huevo a algún lugar seguro? […] La hormiga reina [es la] pone el huevo […] Después de unos cuantos días, el huevo se transforma en larva. Una larva es una cria­tura de forma de gusano, ciega y sin patas. No puede hacer nada por sí misma. Las hormigas obreras la alimentan y cuidan de ella para que crezca.  […] La larva se torna en pupa. La pupa se transforma en hormiga. Una hormiga puede ver, oler, gustar, tocar y dar mensajes a otras. Tiene papilas gustati­vas en la boca. Tiene antenas en la cabeza para oler y tocar. Sus mandíbulas son fuertes como tenazas. Estas poderosas mandíbulas pueden sostener y transportar muchos objetos diferentes.

 

Una persona ciega

Hay miles de personas en el mundo que son ciegas. Algunas nacen ciegas, y otras se vuelven ciegas por accidente o enferme­dad. Una persona que sufre de ceguera total no puede ni siquiera distinguir entre la luz y las tinieblas.

        La ceguera se produce por diferentes causas [… Pero] hay una peor ceguera que la de ser físicamente ciego. Dios nos dice en su Palabra que la raza humana está en tinieblas espirituales. Sin embargo, no fue siempre así. Dios creó el mundo, y lo hizo todo bien, Génesis 1:31, pero el hombre pronto desobedeció y cayó en pecado, Génesis 3. Perdió la entrañable comunión que había go­zado con Dios. Desde entonces, todos los que nacen en este mundo son pecadores delante de Dios, Romanos 3:23. Todos están en tinieblas espirituales, lo mismo que la ciega larva, que no puede ver, gustar ni recibir mensajes.

¿Puede el hombre ser sanado de esta ceguera espiritual? ¡Sí que puede! Entonces, ¿por qué hay tantos ciegos? Quizá se deba a que no saben que Dios ha dispuesto un camino para llevarlos a la luz. El Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, es la Luz del Mundo, Juan 8:12. Él no tenía pecado en sí mismo, 1 Pedro 2:22, por lo que pudo morir por los pecados de otros, 1 Pedro 2:24; Romanos 5:8. Dios quiere que cada persona deje las tinieblas del pecado y llegue a la luz que m; encuentra en Cristo, 2 Corintios 4:6; 1 Pedro 2:9b. Nadie puede presentar la excusa de que no puede pagar el precio para conseguir la luz espiritual. Es una dádiva gratuita de Dios, Romanos 6:23. Dios ha prometido tomar a la persona espiritualmente ciega y transformarla en una persona que pueda ver verdades espirituales. Esta nueva persona es una maravillosa creación de Dios, 2 Corin­tios 5:17. Es una persona cambiada que puede emplear sus dones de muchas maneras…

 

Una nueva criatura

Una hormiga recién nacida […] nos puede enseñar algunas de las maravillas que pueden acontecer cuando una persona llega a ser un creyente renacido. La inerme y ciega larva no puede hacer nada por los de­más, pero la nueva criatura, la hormiga, puede hacer muchas cosas.

La nueva criatura puede ver. […] Verá nuevas verdades espirituales en la Palabra de Dios por cuanto sus ojos han sido abiertos. Cosas que no tenían significado antes, 1 Corintios 2:14, le llegarán a ser muy queridas...

La nueva criatura puede dar y recibir mensajes. […] tenemos el privilegio de escuchar a Dios hablándonos a tra­vés de su Palabra. Dios nos ha dado la oportunidad de hablarle directamente a Él en oración, 1 Juan 5:14; Filipenses 4:6. Dios nos habla a nosotros, y nosotros podemos dirigimos a Él

La nueva criatura puede trabajar. Una persona recibe «luz» y «vida» de parte de Dios y luego puede comenzar a hacer buenas obras para Él. Efesios 2:10; 5:8,9. La criatura recién nacida es débil al principio, pero pronto se vuelve activa y enérgica en el trabajo…

Tomado del capitulo 1, del libro “Las asombrosas hormigas” de Adela de Letkeman

“NO SABÍA MOISÉS”; “NO SABÍA SANSÓN”

 

No sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios, Éxodo 34.29. Él [Sansón] no sabía que Jehová ya se había apartado de él, Jueces 16.20.


            La Biblia está llena de comparaciones y contrastes por los cuales podemos aprender muchas lecciones importantes. Así es el caso con Moisés y Sansón. Los dos fueron escogidos por Dios antes de nacer para llevar a cabo una obra especial. Eran hijos de padres piadosos que los criaron fielmente en el temor de Dios.

            Cada cual fue divinamente aparejado. Moisés recibió su preparación durante cuarenta años que pasó como pastor de las ovejas de su suegro en el desierto y por la visión que recibió allí. Sansón por su parte recibió la bendición de Dios para principiar su obra y con ella el poder sin límite del Espíritu Santo. Moisés fue escogido para liberar al pueblo de Israel de la servidumbre de Egipto, mientras que la misión de Sansón era la de libertar al pueblo de Israel del dominio de los filisteos.

            Pero, Moisés fue inspirado por un celo santo por la gloria de Dios y en contraste Sansón permitió que la carne se apoderara de él. Moisés subió de Egipto y todo el pueblo de Dios le siguió, Éxodo 13.18. Sansón en cambio descendió a Timnat, a una hija de los filisteos, y llevó consigo a sus padres, Jueces 14.1. Así es el poder del ejemplo. Cuando tomamos un paso hacia arriba, como Moisés, hay quienes nos siguen, y de la misma manera hay algunos que serán desviados si tomamos un paso falso. Por lo tanto, debemos tener mucho cuidado, reflexionando bien, antes de tomar un paso decisivo.

            La bibliografía breve que encontramos en Hebreos 11.24 al 27 nos revela a Moisés como hombre de convicción y fe, con una inteligencia perfecta en cuanto a los propósitos divinos. Observamos que él nunca volvió atrás una vez escogido. Sansón, siendo nazareo desde el vientre, tenía una gran responsabilidad de llevar una vida santa y separada del mundo, pero él desobedecía la voz de su conciencia hasta que por fin fue puesto a dormir sobre las rodillas de Dalila. Ella le despertó y le avisó tres veces de su peligro, pero se volvió a dormir y la cuarta vez no hubo remedio.

            En Éxodo 34 Dios llamó a Moisés a subir a la cumbre del monte, donde permaneció en la presencia de Dios por cuarenta días y cuarenta noches. Allí gozó de la más íntima comunión con Dios cual ningún otro, y leemos que “nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara”, Deuteronomio 34.10. Al descender, él no sabía que la piel de su rostro resplandecía, una vez que Dios le había hablado; separado del mundo, en la figura de Egipto, y en la presencia divina, había adquirido un rostro radiante. Esta es la recta infalible para nosotros, y hace para el creyente lo que los cosméticos nunca pueden hacer.

            En cambio, encontramos a Sansón yendo como si fuera de mal en peor hacia abajo hasta llegar al valle de Sorec, donde es seducido por aquel instrumento de Satanás, Dalila. Al despertarse sobre las rodillas suyas, él no sabe que Dios le ha dejado. La carrera de este hombre era hacia el mundo y el alejamiento de Dios.

            Moisés murió con un rostro radiante; Sansón, cuyo nombre quiere decir “como el sol”, terminó con los ojos sacados y sumergido él en tinieblas. En lugar de ser libertador de Israel, él mismo llegó a ser esclavo de los filisteos; le quitaron sus siete guedejas, marca distintiva de su separación y cosa hermosa en los ojos de Dios, pero causa de oprobio delante del mundo.

El mundo y el pecado quitan del creyente:

 

·         su espiritualidad; la carne le vence

·         su ejercicio; su conciencia se duerme

·         su poder; él contrista al Espíritu Santo

·         su testimonio; no puede glorificar a Dios

·         su visión; anda sin luz

·        su gozo; Satanás, como los filisteos, le atormenta

·        su vida; él llega a ser un náufrago espiritual

           

            Moisés escogió bien y vivió su vida en servicio fiel para Dios y su pueblo. Nos dejó un ejemplo noble: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor”, 2 Corintios 3.18.

En cambio, vemos en Sansón un aviso solemne, especialmente para el creyente joven, del peligro de amar este mundo presente. Como Demas, es posible que permitamos a la naturaleza carnal dominar en nuestras vidas, conduciéndonos a la sequedad espiritual y, al fin, al naufragio de la fe.

NUESTRO INCOMPARABLE SEÑOR (2)

 La deidad y humanidad de nuestro Señor

¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Mateo 22.41

Darás a luz un hijo. El Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Lucas 1.31,35


            El tema es tan grande y el espacio reducido, así que será mejor limitarnos mayormente a lo que está escrito en los Evangelios acerca de la deidad y humanidad de nuestro Señor.

El Mesías

            No podemos comenzar mejor que reflexionando sobre lo que nuestro Señor y Cristo enseñó acerca de su propia persona. El Antiguo Testamento había predicho la venida de uno, el Mesías, la esperanza del mundo, y el pueblo judío aguardaba ansiosamente su llegada. Bien sabían que vendría de la casa de David, por cuanto muchas de sus escrituras ponían a descubierto que este sería su linaje humano.

            Pero nuestro Señor hace saber que esta creencia, siendo correcta, era sólo una parte de la verdad. “¿Qué pensáis del Cristo?” preguntó a los líderes; “¿De quién es hijo?” Su propósito era mostrarles que el Mesías no sería meramente hombre, sino que también Dios. Y esto, estoy seguro, era una idea que jamás había entrado en los pensamientos de aquellos señores.

            Miqueas el profeta había predicho el nacimiento del Señor: “Tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”, 5.2.

            Claro era, entonces, que aquel que nacería en Belén no iba a comenzar allí su historia. Ciertamente, su llegada a Belén sería sólo una etapa en una secuencia eterna, ya que el Antiguo Testamento manifiesta que sería más que hombre el Mesías al cual los hombres fueron instruidos a esperar. Él uniría en su propia persona verdadera humanidad y verdadera deidad.

Renuevo y raíz

            El capítulo 11 de Isaías habla de un vástago que retoñará de las raíces de Isaí (padre de David), pero más adelante el mismo capítulo habla de la misma persona como la raíz de Isaí (versículos 1 y 10) y antes que cierra la Biblia encontramos el problema presentado una vez más, por cuanto Cristo afirma en el último capítulo del Libro: “Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana”.

            Nuestro Señor afirmaba a menudo su preexistencia, haciendo saber que su historia no comenzó aquí en el tiempo. Todos nos acordamos que en esa oración sacerdotal antes de ir a la cruz, una de sus primeras peticiones fue ésta: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. Él estaba refiriéndose a que volvería al lugar de gloria al lado de Dios, donde estaba aun antes de la creación.

            La deidad ha sido y es suya, y sin interrupción. Hay muchos que piensan que su descenso al asumir humanidad acarreó la renuncia de su divinidad, pero en ninguna parte toleran las Escrituras semejante idea. Es mucho más acorde con el testimonio bíblico decir que lo que sucedió en la Encarnación fue que nuestro Señor incorporó humanidad en su deidad.

El Eterno

            La deidad no admite cambio. Un hiato, una interrupción, en deidad es inconcebible; durante todo el período de la humanidad del Señor aquí sobre la tierra, siguió siendo verdadero Dios.

            Él se atribuye a sí cualidades y capacidades que son concebibles sólo en relación con Dios. Al parecer humano era un hombre de la clase obrera, un artesano criado en un pequeño pueblo de fama dudosa, pero hablaba de un día cuando todas las naciones de la tierra se presentarán delante de él para ser divididas al estilo que un pastor separa sus ovejas de las cabras. Sólo Dios, únicamente la deidad, podría afirmar legítima y seriamente que juzgará a la humanidad entera, discerniendo los secretos de todo hombre. Para semejante tarea se precisa de la omnisciencia, y la omnisciencia la tiene sólo Dios. Efectivamente, todo juicio ha sido dado al Hijo, Juan 5.22.

            Si hay una cosa clara en el Nuevo Testamento, es que nuestro Señor, estando aquí en humillación, hizo saber que era divino. Así fue que le entendieron aquellos que escucharon sus palabras. En una ocasión algunos de ellos tomaron piedras para lanzárseles porque afirmó ser igual a Dios. Ningún intento hizo para   sus experiencias le tocó todo lo que es típico de la verdadera humanidad. Pecado exceptuado, Él conoció los sucesos típicos de los hombres. La indignación entró en su alma: “... mirándolos alrededor con enojo”, Marcos 3.5. Sabía qué era lamentar una pérdida. Cansancio, sed, hambre: todo esto también. Sabía qué era obtener información por los procesos ordinarios que los hombres emplean para estar al tanto. También examinó una higuera para ver si tendría fruto. Preguntó una vez: “¿Dónde le pusisteis?” Sus experiencias eran las que evidencian una humanidad legítima.

            A la vez, había una diferencia enorme entre la humanidad suya y la de otros hombres, por cuanto la dé él era sin pecado. Sobre ella no había mancha alguna, ni la menor nota infamante.

            El pecado no es propio de la naturaleza humana; es un intruso, y un objetivo de la redención que es en Cristo Jesús es el de echar afuera ese intruso, llevando así a Dios una raza redimida; una raza de la cual ha sido proscrita para siempre toda consecuencia de mal. Por consiguiente, el Señor pudo enfrentar a aquellos que le perseguían paso tras paso, examinando con sentido crítico todas y cada una de las palabras de su boca, y retarles: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?”

Yo sé que me oyes

            Es más: su humanidad no sólo era legítima, real, sino que encerraba una actitud de dependencia, y aquella es la actitud que todo humano debe tener para con Dios. Se nos dice que la palabra adán —hombre— tiene como sentido subyacente la idea de mirar hacia arriba. El hombre fue hecho para recibir todo su bien de Dios y andar en el reconocimiento de que toda bendición le viene de la mano de un Hacedor benéfico. El hombre fue hecho para depender de ese Dios.

            En todo momento nuestro Señor man-tuvo esa actitud. Le escuchamos relatar que las palabras que Él hablaba eran las palabras que el Padre le había dado para que las hablara, y que las obras que Él hacía eran las que el Padre le había dado para que las hiciese. Él esperaba la dirección del Padre, sin tolerar estorbo alguno en su senda. Paso a paso andaba en conformidad con todas las directrices que Dios le dio, y ésta es la actitud acertada que el hombre debería asumir siempre ante su Creador.

Un hombre en la gloria

            Y, su humanidad permanece. El ser humano fue hecho para la eternidad. Cuando Dios dio el soplo de vida en las narices de su criatura, la humanidad recibió en el acto la calidad de existencia eterna. Nuestro Señor, habiendo asumido humanidad, será hombre para siempre jamás; aún ahora, allá sobre el trono, glorificado, Él es hombre.

            En el primer versículo del Salmo 110 se enseña esta verdad: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”. David fue trasladado, como si fuera, al momento cuando Cristo regresaría de sus triunfos terrenales para asumir su puesto a la derecha del Padre, y a David le es dado escuchar el saludo que recibe el Triunfante: “Siéntate”. La humanidad, sepamos, está levantada y exaltada en la persona de Cristo, allá en el pináculo del poder, sobre el trono de Dios.

            Dios, pues, le ha dicho: “Entrónate”. Prudente es el hombre que está de acuerdo con Dios en esto. Sabio el hombre que, en lo que se refiere a su propia vida, ha dicho al Cristo que se hizo hombre, que vivió en dependencia de Dios, que obedeció hasta la muerte y muerte de cruz, que está tan sublimemente exaltado a la diestra de Dios. Sabio, repetimos, el que le ha dicho a éste: “Entrónate en mí; sé Tú el soberano de la humanidad mía”.

¡Oh qué triunfo más brillante! ¡En el cielo un hombre entró,

Y es allá representante de su pueblo a quien salvó.

Santo amor fue revelado por el hecho de la cruz,

Y Jesús ha demostrado su justicia en plena luz

 

Sí, descansan los creyentes viendo en gloria a su Señor.

Paz y gozo permanentes tienen por su fiel amor.

Y los fuertes eslabones —simpatía y comunión—

Unen ya sus corazones con los que de Cristo son.

Escrito por “R.D.E”.

Señor, creo

¿Cómo moran la humanidad y la deidad en una misma Persona a una misma vez? ¿Cómo puede Cristo ser Dios y todavía hombre de veras? ¿Cómo moran los atributos divinos con aquellos que son propios de los humanos? ¿Cómo es que aprende, siendo Dios omnisciente?

            No sé.

            Es una revelación para la fe; no es tema a ser indagado. Es uno ante el cual está establecido que nos paremos con corazones latiendo en adoración, sin que sea permitido que averigüemos con nuestro microscopio tan inadecuado. No; es revelación: el perfecto Dios es el perfecto Hombre, es el Cristo.

            La personalidad es profunda, honda, en todos nosotros. “Hombre, conócete”, dijo el filósofo antiguo, y no hemos logrado mayor cosa siquiera en este estudio. Si es así en cuanto a nuestra propia personalidad, consideremos el misterio infinitamente mayor: el misterio de Uno que abarca en su propia y sola persona la deidad y la humanidad. ¡Hondo misterio! ¡Dios manifestado en carne!

            Es un reto a la fe. La Biblia está llena de verdades que no pueden ser reconciliadas por capacidades intelectuales. En nuestro Señor Jesucristo mora deidad; en él mora humanidad a la vez. Cómo pueden morar juntas y en armonía, no comprendemos. Pero baste que la fe se arrodille a sus pies y magnifique la gracia que trajo Aquel al rescatarnos, adorando a la vez nuestra fe la santidad de Dios que le ha dado el puesto de honor y poder a su derecha.

 

Él era coigual con Dios, el centro de la adoración,

Pero, en su incomparable amor, al miserable pecador,

Para buscar y rescatar —dejando su celeste hogar—

Buscóme. ¡Al Señor load!

 

Fue solo Él en su senda aquí, sin simpatía en derredor,

Y sólo el Padre en gloria allí del Hijo supo el amargor.

 Mas no cedió ni vaciló. Y estando yo sumido en mal,

Hallóme. ¡Al Señor load!

 G. M. J. Lear; Argentina

            Que seamos guardados en la viva creencia de estos fundamentos de la fe. Nuestro Señor Jesucristo no es sólo Hijo de David; Él es también Señor de David.