Y oyeron la voz de Jehová Dios
que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se
escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Génesis
3:8
El jardín solía ser el
lugar de comunión entre Jehová Dios y Adán. Sin embargo, debido al pecado de
Adán, este se convirtió en un escondite donde no podía experimentar la
presencia de Dios. Desde el momento en que el pecado entró, Adán
instintivamente evitó la gloria de Dios. Ahora bien, no solo el hombre pecador
es quien trata de evitarla, sino que la misma gloria de Dios repele el pecado.
Pablo resume esta realidad con las siguientes palabras: “Por cuanto todos
pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23).
Entonces, Jehová Dios
hizo túnicas de pieles y vistió con ellas a Adán y Eva (véase Gn. 3:21).
Este versículo establece un principio importante: para que el hombre pueda
volver y disfrutar nuevamente la presencia de Dios, primero debe ser revestido con
una justicia provista por Dios mismo. Esta justicia demandaba la muerte de un
animal inocente. Esto ilustra de manera asombrosa la muerte del Señor Jesús en
la cruz. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co. 5:21). Jesús cargó
con nuestros pecados y ofensas contra Dios, pues “fue entregado por nuestras
transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Ro. 4:25).
La justicia de Dios se
ha manifestado en la cruz de Cristo. En Romanos 3:22 leemos: “La
justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en
él. Porque no hay diferencia”. Dios ofrece una justicia adecuada para su presencia,
la cual está disponible “para todos”. Sin embargo, solo aquellos que creen en
él pueden recibirla. Por otro lado, aquellos que no conocen a Dios ni obedecen
el evangelio de Jesucristo enfrentarán la destrucción eterna, alejados de la
presencia y gloria del Señor (véase 2 Ts. 1:9).
Richard
A. Barnett
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