martes, 5 de abril de 2011

Epístola de Santiago.

Capítulo 3

En este capítulo la epístola vuelve a referirse a la lengua, el índice más dispuesto a revelar el estado del corazón y que muestra si el nuevo hombre actúa, si la naturaleza y la voluntad propia están refrenadas (v. 1-2). Pero en este capítulo no hay casi nada que precise comentario, aunque sí mucho que requiere un oído atento. Si la vida divina está en un alma, los conocimientos no se manifestarán en palabras, sino por el andar y por obras en las que será vista la mansedumbre de la verdadera sabiduría (v. 13). La amargura y la contención no son los frutos de una sabiduría que viene desde lo alto, sino de una sabiduría terrenal, de la naturaleza del hombre y del enemigo (v. 14-16).
La sabiduría que viene desde lo alto, la que posee su sitio en la vida, en el corazón, tiene tres características (v. 17). En primer lugar, es pura, pues el alma está en comunión con Dios, tiene intercambios con él (por eso tiene que haber esta pureza). Seguidamente es apacible, mansa, lista para ceder a la voluntad ajena, luego, activa para el bien y movida por un principio que extrae su origen y sus motivos de lo alto; ella actúa sin parcialidad, es decir, la acepción de personas y las circunstancias que influyen en la carne y en las pasiones no influyen en ella. Por la misma razón, la sabiduría es sincera y sin fingimiento.
           Las instrucciones para refrenar la lengua como primer impulso y expresión de la voluntad del hombre natural, se extienden en su aplicación a los creyentes. No ha de haber, en cuanto a la disposición interior del hombre, muchos maestros. Todos fracasamos, de manera que enseñar a otros y fracasar nosotros mismos es algo aun más digno de ser condenado, pues la vanidad puede alimentarse fácilmente al enseñar a los demás, lo que es muy diferente de una vida animada por el poder de la verdad. El Espíritu Santo da como le place. El apóstol se refiere aquí a la disposición en aquel que habla, no al don que puede haber recibido para hablar

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