martes, 12 de abril de 2011

Noviazgo y Matrimonio

"Por tanto, lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre". Mateo 19:6.


Después de la salvación es el matrimonio uno de los actos más notables que esperan los jóvenes. Hasta el graduar de la escuela se­cundaria y aún de la Universidad resulta de importancia secunda­ria junto al matrimonio y noviaz­go. Puesto que la Biblia declara que el matrimonio es honroso y fue instituido por Dios, debemos darle la debida consideración, y aún más cuando consideramos en las muchas y serias equivocacio­nes que han hecho jóvenes con matrimonios infortunados que han acabado con la utilidad que po­dían haber prestado al Señor y ha­ciendo la vida más pesada cada día.
Algunas y mejor dicho muchas son las jóvenes que ven con horror el pensamiento de quedarse solte­ras. Bien, supongamos que usted se ha quedado soltera, eso no es ninguna vergüenza ni desgracia. Pablo el apóstol declara que si us­ted permanece soltera o soltero, será más espiritual; porque la mu­jer casada luchará por complacer a su esposo, en cambio la mujer que permanece soltera tratará de agra­dar al Señor. Puede ser algo inte­resante que algunos de ustedes que "se mueren" por casarse sepan lo que dice Pablo: que los tales tendrán aflicción de espíritu.
Casi la mayor parte de los jóve­nes y señoritas se han imaginado el matrimonio como un pequeño cielo en la tierra en donde no hay pruebas que echen a perder la paz del hogar; donde no hay batallas que ganar y que todo saldrá viento en popa. ¡Qué error más grande! Son muchísimas las cargas que se vienen encima para mantener un hogar, criar una familia, la manu­tención, los pagos de luz, agua, renta, contribución, etc., etc., y el continuo temor de que el esposo pierda el empleo. Pronto se acaba el brillo de los recién casados y la joven pareja debe sentarse a ver la realidad de la vida y ¡ay! en mu­chos casos el pequeño nido de amor con que soñaron no es ni tan feliz ni cómodo como lo habían pintado en sus mentes calenturien­tas. Es posible que aún se amen y que no deseen separarse el uno del otro por todo el oro del mundo; eso es verdad, pero cuántas veces una joven ama de casa con las car­gas que proporciona el hogar y las preocupaciones de los hijos que pronto le acarrean arrugas en la ca­ra y hombros inclinados, se ha preguntado si no estaría más feliz en su hogar trabajando para ayudar a sus padres o en el servicio del Señor si hubiera permanecido soltera. En muchos casos es la ver­dad.
Muchos son los jóvenes que a su vez estando dotados de buena voz, con dotes de predicador o que han sido llamados al campo misionero se han hecho a un lado para casar­se con alguien que no tenía llama­miento para la obra del Señor y como resultado sus talentos se han enterrado y su llamamiento aban­donado. Por otro lado las señoritas se han casado para quitar el estig­ma de quedarse "solteronas" por­que no sea que no se les presente otra oportunidad — estando los tiempos como están, y para lucir un blanco vestido que de otra ma­nera no se puede comprar y mu­cho menos poner.
¡Mucho cuidado! Esas jóvenes hubieran hecho mil veces mejor si jamás se hubieran casado y se hu­bieran conformado con su solte­ría. Recuerdo el caso de tres jóve­nes que entre ellas mismas se ha­cían llamar. "El trío de las solte­ronas". Ya habían perdido las esperanzas de encontrar esposo. La más joven de ellas tiene actual­mente 22 años y la mayor unos 26 ó 27. Muy bien, estas jóvenes siempre estaban juntas como her­manas y habían abandonado la idea del casamiento exteriormente pero no en "mente". Un día la mayor de ellas "puso el ojo" en alguien que creyó la podría quitar perfectamente bien y pronto el mote de "solterona" y lo hizo caer en sus bien preparadas redes. Las otras dos solteras se sintieron de pronto abandonadas por su aban­derada y la amistad se enfrió bas­tante entre ellas. El trío se desin­tegró. Pronto la madre de ella ur­gió al pretendiente que el matri­monio se efectuara "lo más pronto posible" "no había tiempo que perder" y de buenas ganas los hu­biera casado a la semana de haber­se declarado el joven iluso. Se hi­cieron los preparativos de rigor, se casaron con bombo y rumbo co­mo dicen algunos, hicieron el acostumbrado paseo de "luna de miel" y al regreso, la cordera que no levantaba los ojos por lo vergonzosa que era, no sólo que los alzó sino que los sacó y con ellos enseñó las uñas y los dientes a su joven esposo y la soñada mujercita hogareña resultó una haragana que no salía de la casa de su madre -de donde salía tan aburri­da para ir a formar su propio ho­gar- dejando su casa sucia desarre­glada y viniendo a ella antes que el esposo llegara a cenar, para enton­ces a hacer camas y preparar el ali­mento para el cansado esposo. Cinco meses después que se hubie­ra casado, solicitaba ella el divor­cio por incompatibilidad de carac­teres, alegando que era demasiado "tierna" para soportar la carga que da el matrimonio.
¡Cuan mejor hubiera sido que ambos hubieran permanecido sol­teros! A ella le llevó al matrimonio el deseo de "dejar de ser soltero­na". El corazón no intervino en ese matrimonio y mucho menos la voluntad de Dios. A él, el deseo que todo hombre tiene de formar un hogar feliz. Joven, señorita, si no anda usted con tantas prisas, recuerde que el Señor le tiene pre­parado el hombre que le conviene y viceversa. Si los jóvenes se deci­den a permanecer en la voluntad de Dios, Dios obrará en sus vidas a este respecto según le convenga. El obra de una manera maravillosa para hacer lo ¡imposible!
La idea de escoger esposa cuyo cutis y color de cabello sean opuestos al suyo para ser eterna­mente felices es uno de los errores mayores. Tengan presente que las rubias y las morenas se enojan del mismo modo y corren más que vuelan a las Cortes de Justicia para solicitar el divorcio. Vivan tan cer­ca de Dios que sepan cual es Su voluntad al escoger compañera no importa que el color del cabello o los ojos no sea el que ustedes so­ñaron. Si dejan de pedir la ayuda divina en este asunto mucha aflic­ción y desilusión les perseguirá en su jornada matrimonial por toda la vida. Dejen que el amor verdadero en ambos contrayentes alumbrado por la gloria de Dios y no la pre­sunción ni cualquiera otro motivo sean los que den la prueba final a este acto de escoger esposa.
Jóvenes predicadores, recuerden que sus vidas son para el servicio de Dios y que pueden arruinarse para siempre casándose con aque­lla joven que Dios no quiere. Oren mucho antes de casarse.
El divorcio es una abominación ante el Señor. Jesús dijo a los que le preguntaban si era o no legal que el hombre dejara a su mujer, que Moisés lo había permitido en su tiempo por la dureza de sus co­razones, pero que en el principio de la creación Dios lo hizo hombre y mujer y sería dos en una sola carne. Pues lo que Dios juntó no lo aparte el hombre; pero que tris­te es que el romper lo sagrado del lazo matrimonial es uno de los pe­cados de nuestros días, ¡Los últi­mos días!
El matrimonio a prueba es una de las ideas más viles y asquerosas que Satán ha plantado en la mente de la humanidad. Una joven naci­da en un hogar honorable, después de haberse graduado en una Uni­versidad renombrada volvió al ho­gar informando a sus padres que sus ideas habían cambiado mucho. Que para ella la Biblia no tenía im­portancia alguna y que ahora creía en el "matrimonio a prueba y en el amor libre"; que no solamente aprobaba esas nuevas ideas sino que las había estado practicando, ¿qué será lo que espera a gente tal?
Jóvenes y señoritas, ante uste­des se abre una vida de utilidad y felicidad si están dentro de la vo­luntad de Dios. En cuanto el que esto escribe puede testificar que Dios le ha dado una de las mejores compañeras en el mundo. Siem­pre me ha secundado en mis pla­nes a través de los años y ha sido una verdadera ayuda. Mucho he ayudado en el servicio del Señor aunque tan insignificante soy. JOVENES, ESCUCHEN LA VOZ DE DIOS AL ESCOGER SUS COM­PAÑEROS EN LA VIDA y no la apariencia que vean sus ojos o los consejos de los malos intenciona­dos amigos, aunque éstos sean cristianos.
(Sendas de Luz,  Enero-Febrero 1987)

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