El Señor encontró un estado de triste y
humillante y variada confusión en la tierra que recorrió día a día. Pero ello
sólo brindó la ocasión para que Su senda resplandeciese más — ya que se trataba
de luz y sólo luz, no empañada por las tinieblas e ininterrumpida por la
confusión que existía a todo su alrededor.
El estado de la política y de la religión
exhibía, en aquel día, esta confusión. La autoridad de los Romanos estaba allí
donde Jehová debiera haber sido supremo; la imagen de César circulaba por la
tierra de Emanuel. Y Él tuvo que ver con los Herodianos, los Saduceos, y los
Fariseos, con sus propios parientes según la carne, en la ignorancia de ellos,
con doctores de la ley y escribas en su soberbia y pretensiones, con las
multitudes en su egoísmo e inconstancia, y con la baja condición de Sus propios
discípulos.
Él tuvo que recorrer regiones tales como
Galilea, Judea, y Samaria —diversas, quiero decir, no en cuanto a lugar, sino
en cuanto a carácter. Ya que Samaria era la contaminada, Galilea la racional, Judea la religiosa. Vemos esto en Juan capítulos 4 y 5.
Galilea le recibiría, porque ellos habían
visto los milagros que Él había obrado; pero ellos no creerían sin señales y
prodigios, Al igual que la Cristiandad, y su andar de cada día, Galilea le
brindó su fe y aceptación históricas. Ellos creyeron
basados en un testimonio competente; pero no hubo ningún ejercicio de alma, ni
tampoco un despertar de la conciencia.
Judea, o Jerusalén, se ocupaban de su templo
y su día de reposo. La religión, o la observancia de ordenanzas, el
mantenimiento de los que les honraba a ellos mismos en su propio lugar como la
casa o centro de la adoración de la nación, era esencial para ellos y
prevaleció para cegarlos y no ver los hechos del Hijo de Dios.
Samaria era inmunda. No tenía ningún
carácter que mantener, ningún honor religioso que vindicar y defender. Pero
allí, la conciencia fue despertada. Ningún milagro se había presenciado allí,
pero no se buscó allí milagro alguno. Jesús fue recibido allí debido a que Sus
palabras habían alcanzado sus almas.
Esto era Galilea, esto era Judea, y esto
Samaria; Galilea la racional, Judea la religiosa, y Samaria la contaminada.
Pero toda esa variada confusión sólo contribuyó a glorificar la senda de Aquel
que supo de qué manera responder a cada hombre.
Herodianos y Saduceos y Fariseos, Sus
parientes y Sus discípulos, los doctores de la ley, los escribas, y las
multitudes, Galilea, Judea, y Samaría, todos a su manera y a su tiempo
recibieron su respuesta de Él. Él no resistiría, pero aun así, escaparía de la
trampa. Su voz no se oiría en las calles, y no obstante, Él los dejaría incapaces
de responderle una palabra. Él no remedió la confusión, sino que pasó a través
de ella, sólo glorificando más a Dios a causa de ella.
Y ver esto es nuestro
consuelo. Ello nos dice que las escenas en que nos vemos involucrados día a día
no son nada nuevo, y no son, necesariamente, una sorpresa para nosotros. Ellas
pueden ejercitarnos, y podemos caer bajo las mismas, y para nuestra humillación,
pero no nos deben sorprender ni tampoco descorazonar. No necesitamos esperar
remediarlas; sino, al igual que el Maestro, tenemos que pasar por ello. El
juicio hará su obra en su momento, y la confusión cesará. Pero el tiempo del
juicio no ha llegado aun plenamente. Jesús juzgó siempre al enemigo del
pecador, pero nunca a los Suyos. Él contendió por nosotros contra Satanás, pero
nunca contendió por Sus derechos contra el romano o el judío. Esa fue la
combinación de debilidad y fortaleza en Él; pasando siempre por alto los
errores de los Suyos, pero juzgando todo el poder del enemigo del pecador,
destruyendo las obras del diablo.
Y el orden vendrá después del juicio, tal como el
juicio viene después de la paciencia. A su tiempo, esto existirá, ciertamente,
así como la confusión existe ciertamente ahora. Su mano formará y moldeará una
escena de orden en los días del reino venidero. Y de este orden Él ya ha dado,
por medio de Su Espíritu, una y otra vez, en el progreso de Su gracia y
sabiduría, promesas y muestras. Y mientras consideramos esto por un momento,
tendremos que decir, ¡De qué manera más hermosa toman su lugar correcto las
cosas cuando el Espíritu de Dios viene a regularlas! Y esto se lleva a cabo,
puedo decir, silenciosamente —tal como la
creación de antaño asumió todo su orden bajo el mismo Espíritu.
Yo veo un ejemplo de esto en Génesis 18.
Jehová había acordado consigo mismo que revelaría un asunto a Abraham. Tras
eso, los dos ángeles que le habían acompañado a Mamre, se alejan, mientras
Abraham, por otra parte. Se acerca. ¡Qué sencillo, y sin embargo, que hermoso
fue eso! La escena, sin ruido o esfuerzo, toma su debida forma. Los objetos que
la llenan se ubican en sus lugares correctos —los ángeles dejando el lugar en
posesión de aquellos que tenían un secreto entre ellos, mientras que ellos
mismos, dejados a solas, se acercan uno al otro.
Así también Abraham nuevamente en Génesis
21. Él había sido distinguido recién por el favor divino. Había obtenido a
Isaac y su casa fue establecida por Jehová. El Gentil viene a procurar su
amistad. Abraham se la concede sinceramente — pero en la ocasión él asume el
lugar del mayor, mientras Abimelec, aunque era rey, y Ficol, príncipe de su
ejército que acompañaba a su amo, sin murmuraciones, asumieron el lugar del
menor. Este fue otro testimonio de almas que encuentran su relación correcta el
uno con el otro bajo la mano del Espíritu de Dios, estando todo entre ellos en
el orden y la armonía de 'una esfera silenciosa'.
Lo mismo se ve, y eso, también en un campo
de visión más amplio, en Éxodo 18. Las tribus de Israel redimidas se encuentran
con Jetro en el monte de Dios. Aarón está allí, y Moisés está allí, cabezas de
Israel, cabezas sacerdotal y real. Pero Jetro, no obstante, asume el lugar del
mayor. Él era nada más que un extraño, visitando, en compañía de la mujer
Gentil de Moisés, el Israel de Dios. Pero él era celestial —su persona y su lugar nos dicen eso — y él
asume de inmediato, sin pedir permiso, y aun así sin equivocación, los derechos
del celestial; y Moisés y Aarón le ceden instintivamente el lugar del mayor,
tanto en el santuario como en el trono.
¡Oh, cuando el espíritu obra, qué final se
da a la contienda, y a la emulación (o, imitación)! ¡y qué alivio para el
corazón trae consigo una expectativa tal!
La
entrevista de Salomón y la Reina de Saba demuestra lo mismo. Pedro, en la
presencia del Señor, toma las relaciones mutuas en el mismo espíritu en Juan
13.
Pedro hizo señas, a la distancia, a Juan, y
Juan, ante esas señas, estando cerca, presiona nuevamente el pecho del Señor; y
juntos así consiguen el secreto de aquel pecho. No hay aquí celos, ninguna
provocación. Uno apenas sabe en cual deleitarse más, si en las señas de Pedro a
Juan, o en la presión de Juan sobre el pecho de Jesús, en Pedro usando a su
hermano, o en Juan 'usando' a su Señor. Se trata de una escena exquisita —
hermosa de contemplar, de feliz expectativa — pensar acerca de una comunión
según semejante modelo, cuando ninguna envidia o provocación mancharán los
intercambios de corazón con corazón, cuando no se oirá más la pregunta acerca
de quién de ellos iba a ser el mayor (Marcos 9: 33-37), cuando la confusión
provocada por las pasiones y los caracteres desaparecerá para siempre.
Y
a estos dos casos del poder hermoso y regulador del Espíritu Santo debo añadir
el de nuestro Señor y los dos discípulos en el camino a Emaús, en Lucas 24.
Jesús, un forastero, se unió a ellos en el
camino, y ayudó a sus pensamientos, y alivió, de ese modo, los corazones. El
camino era un terreno común. Pero cuando llegaron a casa de ellos, el forastero
no importunará. Él puede unirse a ellos en el camino del Rey, pero el hogar de
ellos era el castillo de ellos. No obstante, ellos no pueden permitir esto. Le
deben demasiado como para dejarle marchar tan pronto, y Le apremian para que
entre. Pero tras esto, cuando la fe se orienta hacia
Él, si bien no tiene aún su conocimiento acerca de Él, de inmediato Él toma Su
lugar apropiado. Él se convierte en el anfitrión en lugar de ser el huésped, el
Señor de la fiesta dispensando sus mejores provisiones, mientras ellos, en la
plenitud de sus corazones, una vez despiertos para conocerle, agradecidos y
felices, reconocen Su título.
Todo está en su debido orden, Desde el
principio hasta el final esto fue así. La escena en el camino común, la escena
en la entrada de la morada, y luego la escena en el interior de la casa — todo
es orden.
Y puedo decir, ciertamente, que todas estas
cosas son atisbos pasajeros, en los días patriarcales o en los días
evangélicos, de días felices por venir, cuando nuevamente las armonías de 'una
esfera silenciosa', no unísonas, se dejarán oír, y provocarán el gozo de miles
de corazones unidos. Porque al final, tal como al principio, en la escena de la
redención final (Efesios 4:30; Romanos 8:23), así como en la de la creación al
principio, todo estará en orden tanto en el cielo como en la tierra, bajo el
poder del Verbo y el Espíritu de Dios. En la tierra, "Efraín no tendrá
envidia de Judá, ni Judá afligirá a Efraín." (Isaías 11:13). "El lobo
y el cordero serán apacentados juntos.” (Isaías 65:25). El buey y el asno
ararán juntamente (véase Deuteronomio 22:10). Las naciones se complacerán en
reconocer las glorias de Sion, y le suministrarán a ella, lo mejor que puedan
hacerlo, Geba y Sabá, Nebaiot y Ceda. Y en los cielos todo será compactado y
unido como en el misterio del "un cuerpo"; principados y potestades,
y dominios y tronos pueden ser diversos (Colosenses 1:16), pero aun así, son
dignidades coherentes y armoniosas.
Así,
en los lugares del reino venidero. Sean terrenales o celestiales. Las cosas
estarán en hermosura y orden — orden moral así como también natural. Los dos
palos serán uno. (Ezequiel 37: 15 - 28). Judá e Israel morarán juntos bajo la
misma vid y la misma higuera, y las naciones tomarán el segundo lugar, el lugar
del "menor", y lo tomarán gozosamente.
«Todos los millones
de sus santos allí
Se unirán en un cántico,
Y cada uno la dicha
de todos verá
Con infinito deleite.»
La Reina de Saba fue demasiado feliz al ver
la gloria de Salomón como para envidiarle por poseer dicha gloria. Y Pedro, en
el monte santo, estuvo tan satisfecho en el poder de aquel lugar, que incluiría
en su feliz actividad el hecho de servir a los que estaban por sobre él. ¡Qué
alivio proporciona una perspectiva semejante! Ya es hora de cansarse y
avergonzarse de toda la vanidad, la envidia, y la contienda, a las que somos
sensibles en el interior y alrededor. La mujer Siro fenicia respiró el espíritu
más alegre del reino venidero, cuando deseo tan sinceramente estar en segundo
lugar después de Israel, agradecida de recibir la porción de los perrillos
debajo de la mesa donde los hijos eran saciados. (Marcos 7: 24-30).
¡Bienaventuradas son las personas que están
en ese caso! Bienaventuradas por el hecho de anticipar un estado de orden
moral, santo, orden de la gracia, mantenido en el poder de la presencia de
Dios, Las Escrituras prometen y presagian un orden como estos. Y es bueno que
nosotros, amados, si podemos, pasemos a través de la confusión que está a nuestro alrededor, en algo de la
luz y la pureza de la mente de Cristo, hasta que llegue esta época de orden.