lunes, 18 de mayo de 2020

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO (4)

 LAS CONSOLACIONES DEL PIADOSO EN EL DÍA DE RUINA
Capítulo 1



            (V. 11). Además, se nos ha dado a conocer este evangelio en toda su plenitud por medio de un instrumento especialmente designado - uno que viene a nosotros como Apóstol de Jesucristo a los Gentiles. Viene, por lo tanto, con la autoridad adecuada a través de un Apóstol que habla por revelación e inspiración.

         (V.12). Al mismo tiempo, fue a causa de su fiel testimonio que Pablo tuvo que sufrir. No fue ninguna maldad lo que le llevó al sufrimiento y al oprobio. Su celo como heraldo, su consagración como Apóstol enviado por Cristo, su fidelidad a la Iglesia como maestro, le permitió decir, "por causa de lo cual también padezco estas cosas." (V. 12 - VM). La prisión fue sólo una de "estas cosas" que este siervo fiel tuvo que padecer. Hubo otros sufrimientos sentidos de forma más penetrante por su sensible corazón, pues "estas cosas" incluyeron el abandono de aquellos que él amaba que estaban en Asia y entre quienes había trabajado por tanto tiempo. Además, también, él padeció por la oposición de profesantes que, como Alejandro, le causaron muchos males al Apóstol (4:14). No obstante, viendo que estaba sufriendo por su fidelidad como siervo de Jesucristo, él puede decir, "no me avergüenzo." Además, no solamente no se avergonzaba, sino que él no fue derribado, tampoco ninguna palabra de enojo resentido escapó de sus labios a causa de la injusticia del mundo, y el abandono, ingratitud, e incluso oposición de parte de muchos cristianos. Él es elevado por sobre toda depresión, todo resentimiento y todo rencor, ya que está persuadido de que Cristo puede guardar su depósito hasta aquel día. Cuando a Cristo "le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia. (1 Pedro 2:23 - LBLA). En el espíritu de su Maestro, Pablo, en presencia del padecimiento, del abandono y los insultos, encomienda todo en manos de Cristo. Su honra, su reputación, su carácter, su defensa, su felicidad, todas estas cosas son encomendadas a Cristo sabiendo que, aunque los santos puedan abandonarle, e incluso oponérsele, con todo, Cristo nunca le faltará. Él está persuadido de que Cristo puede cuidar sus intereses, defender su honra y corregir todo mal en "aquel día". 
         En la luz de "aquel día" Pablo puede pasar triunfalmente a través del "día de hoy" con todo sus insultos, burla y vergüenza. Podemos preguntarnos por qué se permitió que el consagrado Apóstol fuera abandonado y recibiera oposición incluso de parte de los santos; pero nosotros no nos preguntaremos en "aquel día" cuando todo lo malo será corregido, y cuando se hallará que toda la vergüenza y el padecimiento y el oprobio resultarán en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. Los fieles en el día de hoy pueden realmente ser una minoría pequeña e insignificante, como el Apóstol Pablo y los pocos que estaban asociados con él al final de su vida; no obstante, en "aquel día" se hallará que fue mucho mejor haber estado con los pocos despreciados que con la mayoría infiel.
         La vanidad de la carne gusta de ser popular y darse importancia a sí misma, y hacerse prominente ante el mundo y los santos, pero en vista de aquel día, es mejor tomar un lugar humilde no atrayendo la atención sobre uno mismo, que tomar un lugar público y hacerse notar, pues allí se hallará que los primeros serán postreros; y los postreros, primeros.
         De hecho, nosotros podemos padecer a causa de nuestro propio fracaso, y esto debería humillarnos. Sin embargo, con el ejemplo del Apóstol ante nosotros, hacemos bien en recordar que, si hubiéramos andado en fidelidad absoluta, nosotros habríamos padecido aún más, pues siempre permanece como una verdad que "todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución." (3:12 - VM). Si somos fieles a la luz que Dios nos ha dado, y procuramos andar en separación de todo aquello que es una negación de la verdad, nosotros hallaremos, en nuestra pequeña medida, que tendremos que enfrentar persecución y oposición, y, en sus formas más dolorosas, de nuestros compañeros cristianos. Y que bueno es para nosotros, cuando viene la prueba, si podemos, como Pablo, encomendar todo al Señor, y esperar su vindicación en aquel día. Demasiado a menudo nosotros somos iracundos e impacientes en la presencia de males, y procuramos corregirlos en el "día de hoy", en lugar de esperar "aquel día". Si, en la fe de nuestras almas, la gloria de aquel día resplandece ante nosotros, en lugar de ser tentados a rebelarnos ante los insultos y males que puedan ser permitidos, nosotros nos gozaremos y alegraremos porque, dice el Señor, "vuestro galardón es grande en los cielos." (Mateo 5:12)

         (Vv. 13, 14). Contemplando, entonces, que este gran evangelio, con su salvación y su llamamiento, llega a Timoteo a través de una fuente inspirada, él es exhortado a retener "el modelo de las sanas palabras" (1:13 - RVR1977) que había oído del Apóstol. Las verdades comunicadas a Timoteo en "sanas palabras" tenían que ser sostenidas por él en una forma ordenada, o en un modelo, de modo que el pudiese declarar clara y ciertamente lo que él sostenía. Teniendo este modelo, las verdades transmitidas por las "sanas palabras" serían contempladas en relación correcta las unas con las otras. Para nosotros este modelo (o forma) se encuentra en la Palabra escrita, y muy especialmente en las Epístolas de Pablo. Así, en la Epístola a los Romanos, hay una presentación ordenada de las verdades concernientes a nuestra salvación, mientras sus otras Epístolas entregan un modelo respecto a la iglesia, la venida del Señor y otras verdades. En la Cristiandad este modelo se ha perdido en gran parte mediante el uso de textos aislados aparte de su contexto. Este modelo (o forma), presentado en la Escritura, debe ser guardado celosamente. Hombres sinceros pueden intentar formular su creencia en confesiones religiosas, artículos de religión, y credos teológicos: sin embargo, tales expedientes humanos, cualquiera sea el uso que puedan tener en su lugar, resultan siempre ser insuficientes para alcanzar la verdad y no pueden tomar el lugar del modelo inspirado presentado en la Escritura.
         Por otra parte, este modelo de sanas palabras recibidas del Apóstol, debe ser sostenido, no como un mero credo al cual podemos otorgar nuestro asentimiento, sino en fe y amor en Cristo Jesús, la Persona viviente de quien la verdad habla. No es suficiente tener un modelo (o forma) de sanas palabras. Si la verdad ha de ser efectiva en nuestras vidas, ella deber ser sostenida "en la fe y amor que es en Cristo Jesús." La verdad que cuando es presentada por primera vez al alma es recibida con gozo, perderá su frescura a menos que sea mantenida en comunión con el Señor. Además, si la verdad debe ser sostenida en comunión con Cristo, solamente puede ser en el poder del Espíritu Santo. Por lo tanto, toda la extensión de la verdad contenida en el modelo (o forma) de las sanas palabras que había sido dado a Timoteo, debía ser guardada por el Espíritu Santo que mora en nosotros.

         (V. 15). La inmensa importancia de mantener el modelo de la verdad en comunión con Cristo, mediante el poder del Espíritu, es enfatizada por el hecho solemne de que aquel por medio del cual la verdad había sido revelada fue abandonado por el cuerpo principal de santos en Asia. Los mismos santos a quienes habían sido revelados el llamamiento celestial y toda la extensión de la verdad cristiana, se habían apartado de Pablo. No se trata de que estos santos se habían apartado de Cristo, o que habían renunciado al evangelio de su salvación; pero la verdad del llamamiento celestial revelada por el Apóstol no había sido sostenida en comunión con Cristo, y en el poder del Espíritu. Por lo tanto, ellos no estaban preparados para estar asociados con él en el lugar exterior de rechazamiento en este mundo que la verdad plena del cristianismo implica.
         Es evidente, entonces, que nosotros no podemos confiar en los santos más iluminados para el mantenimiento de la verdad. Es solamente del modo que Cristo ordena los afectos en el poder del Espíritu que nosotros guardaremos el buen depósito que nos ha sido encomendado.

         (Vv. 16-18). La referencia a Onesíforo y su casa es muy conmovedora. Demuestra que la indiferencia y el abandono de la mayoría no condujeron al Apóstol a pasar por alto el amor y la amabilidad de un individuo y su familia. De hecho, el abandono de la mayoría hizo que el afecto de los pocos fuese mucho más precioso. Cuando la gran mayoría afligía el corazón de Pablo, había por lo menos uno de quien él podía decir, "muchas veces me confortó." Los demás podían avergonzarse de él, pero de este hermano él podía decir que "no se avergonzó de mis cadenas." Cuando los demás le abandonaron aún había uno de quien él puede escribir, "me buscó solícitamente y me halló." Cuando los demás no se ocupaban de él, Pablo puede reconocer con placer a este hermano que "tantos servicios" le prestó "en Éfeso." (V. 18 - VM).
         Cuán gratificante debe haber sido para el corazón del Apóstol, en el día de su abandono, comprender la compasión y las consolaciones de Cristo hallando su expresión a través de este hermano consagrado. Si Pablo no olvida esta expresión de amor en el día de su abandono, el Señor no la olvidará en "aquel día" - el día de la gloria venidera.

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