lunes, 2 de mayo de 2016

La Adoración y el Sacerdocio Cristiano (Parte II)

La adoración es el privilegio y deber más sublime de un pueblo redimido, es propiamente un ejercicio continuo, más bien la actitud normal del alma hacia Dios que una serie de hechos aislados (Heb. 13:15; compare Sal. 34:1-3). Si el creyente no adora durante la semana y cuando se encuentre solo, es probable que tampoco lo haga cuando esté reunido con los demás el Día del Señor. Este es el fruto de la nueva vida en Cristo y del resultante parentesco del creyente a Dios. La adoración emana sólo de los corazones de aquellos que tienen un conocimiento de la salvación por fe en Cristo. Quien no ha sido regenerado no puede adorar a Dios. El hombre tiene que recibir el don de Dios, el agua viva del Espíritu antes que pueda adorar en espíritu y en verdad (Jn. 4: 10-14, 23-24). Sólo los creyentes son constituidos en un sacerdocio santo y real para ofrecer sacrificios espirituales (1 Pedro 2:4-10). Los creyentes del Antiguo Testamento adoraron a Dios como Jehová, el Dios del pacto; los creyentes adoran a Dios como Pa­dre. De antaño, se enseñaba a los ado­radores que buscaran a Jehová; en la cristiandad, el Padre busca adoradores (Jn. 4:23). La adoración del Padre toma lugar en la santa intimidad del círculo familiar. Sus hijos se aproxi­man con amor reverente, todos tienen igual acceso a Él, desde el menor hasta el mayor. Los creyentes de antaño no conocieron tal privilegio, aunque indi­vidualmente muchos alcanzaron un alto nivel de experiencia espiritual de comunión con Dios. En el "círculo familiar" Cristo (el primogénito entre mu­chos hermanos) El Mismo dirige las alabanzas de Sus hermanos (Heb. 2:10-13). Los "niños" en Cristo no son excluidos de este ejercicio (Mat. 21:16 con 11:25, 26).
La adoración debe conformarse a la naturaleza de Dios (Juan 4:20-24). Él es Espíritu, por lo tanto la adoración tiene que ser espiritual (compare Hechos 17:24,25). Israel tenía las sombras (típicas) y la adoración estaba en el plano de lo material. El creyente tiene la sustancia, la realidad -Cristo- y la adoración es en el plano de lo espiri­tual (Heb. 8:5; 10:1; Col. 2:16,17). Por lo consiguiente toda formalidad es ex­cluida. Por ser un acto espiritual, la adoración requiere el impulso de nues­tros espíritus por el Espíritu Santo, quien es el único poder para la adora­ción (Fil. 3:3), pues la "carne" no es capaz de ello. El espíritu humano es la parte más alta del ser tripartito del hombre (1 Tes. 5:23), y permite al cre­yente comprender las cosas divinas.
La adoración colectiva es indicada en Hebreos 10:19-25; 1 Corintios 14:15,16; etc., y no puede aislarse de la reunión de la asam­blea para el partimiento del pan. Es entonces cuando el espíritu y el enten­dimiento se ejercitan, y la asamblea se une en la gozosa libertad del Espíritu Santo para ofrecer adoración y gracias a Dios por el Señor Jesucristo. Los arreglos humanos impiden la libre ope­ración del Espíritu, Cualquier herma­no puede ejercitar su privilegio sacer­dotal en alta voz, pero debe recordar que expresa la adoración de toda la asamblea, no sus propios asuntos per­sonales. La adoración es un ejercicio muy solemne, por lo tanto todos los congregados deben mostrar la reveren­cia debida, antes, durante y después de la reunión.
La adoración es impedida cuando hay pecado sobre la conciencia. La alaban­za de David fue silenciada todo el tiem­po que su pecado permaneció sin ser confesado (Salmo 51:15 con 32:3-5). Sólo podía pronunciar lamentos de angustia y queja.
En ningún otro ejerció cristiano se han inmiscuido tanto los expedientes carnales como sucede en la adoración a Dios. En la llamada "adoración públi­ca" o "servicio divino" los formula­rios humanos han tomado el lugar del orden divino. En esos servicios reli­giosos se usa comúnmente una liturgia a la ligera en un grupo mixto de cre­yentes e incrédulos, y el punto central es el sermón. Esto no es verdadera adoración. Un formalismo externo sólo sirve para cubrir fallas internas. La ayuda carnal, tal como edificios muy adornados, ceremonias imponentes, música conmovedora y sermones elo­cuentes sobre problema s políticos o sociales del día en vez de la simple prédica de la Palabra de Dios, todo de­muestra una triste condición carnal del alma. Es "fuego extraño" (Lev. 10:1, 2) lo cual tarde o temprano atraerá el juicio de Dios, es una adoración adul­terada que deshonra Su nombre. Mul­titudes de cristianos nominales, adoran "lo que no saben" así como lo hicieron los samaritanos en Juan 4:22.

      Sendas de Luz, 1968

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