La adoración es el privilegio y deber más sublime de un pueblo redimido,
es propiamente un ejercicio continuo, más bien la actitud normal del alma hacia
Dios que una serie de hechos aislados (Heb. 13:15; compare Sal. 34:1-3). Si el
creyente no adora durante la semana y cuando se encuentre solo, es probable que
tampoco lo haga cuando esté reunido con los demás el Día del Señor. Este es el
fruto de la nueva vida en Cristo y del resultante parentesco del creyente a
Dios. La adoración emana sólo de los corazones de aquellos que tienen un
conocimiento de la salvación por fe en Cristo. Quien no ha sido regenerado no
puede adorar a Dios. El hombre tiene que recibir el don de Dios, el agua viva
del Espíritu antes que pueda adorar en espíritu y en verdad (Jn. 4: 10-14,
23-24). Sólo los creyentes son constituidos en un sacerdocio santo y real para
ofrecer sacrificios espirituales (1 Pedro 2:4-10). Los creyentes del Antiguo
Testamento adoraron a Dios como Jehová, el Dios del pacto; los creyentes adoran
a Dios como Padre. De antaño, se enseñaba a los adoradores que buscaran a
Jehová; en la cristiandad, el Padre busca adoradores (Jn. 4:23). La adoración
del Padre toma lugar en la santa intimidad del círculo familiar. Sus hijos se
aproximan con amor reverente, todos tienen igual acceso a Él, desde el menor
hasta el mayor. Los creyentes de antaño no conocieron tal privilegio, aunque
individualmente muchos alcanzaron un alto nivel de experiencia espiritual de
comunión con Dios. En el "círculo familiar" Cristo (el primogénito
entre muchos hermanos) El Mismo dirige las alabanzas de Sus hermanos (Heb.
2:10-13). Los "niños" en Cristo no son excluidos de este ejercicio
(Mat. 21:16 con 11:25, 26).
La adoración debe conformarse a la naturaleza de Dios (Juan 4:20-24). Él
es Espíritu, por lo tanto la adoración tiene que ser espiritual (compare Hechos
17:24,25). Israel tenía las sombras (típicas) y la adoración estaba en el plano
de lo material. El creyente tiene la sustancia, la realidad -Cristo- y la
adoración es en el plano de lo espiritual (Heb. 8:5; 10:1; Col. 2:16,17). Por
lo consiguiente toda formalidad es excluida. Por ser un acto espiritual, la
adoración requiere el impulso de nuestros espíritus por el Espíritu Santo,
quien es el único poder para la adoración (Fil. 3:3), pues la
"carne" no es capaz de ello. El espíritu humano es la parte más alta
del ser tripartito del hombre (1 Tes. 5:23), y permite al creyente comprender
las cosas divinas.
La adoración colectiva es indicada en Hebreos 10:19-25; 1 Corintios
14:15,16; etc., y no puede aislarse de la reunión de la asamblea para el
partimiento del pan. Es entonces cuando el espíritu y el entendimiento se
ejercitan, y la asamblea se une en la gozosa libertad del Espíritu Santo para
ofrecer adoración y gracias a Dios por el Señor Jesucristo. Los arreglos
humanos impiden la libre operación del Espíritu, Cualquier hermano puede
ejercitar su privilegio sacerdotal en alta voz, pero debe recordar que expresa
la adoración de toda la asamblea, no sus propios asuntos personales. La
adoración es un ejercicio muy solemne, por lo tanto todos los congregados deben
mostrar la reverencia debida, antes, durante y después de la reunión.
La adoración es impedida cuando hay pecado sobre la conciencia. La
alabanza de David fue silenciada todo el tiempo que su pecado permaneció sin
ser confesado (Salmo 51:15 con 32:3-5). Sólo podía pronunciar lamentos de
angustia y queja.
En ningún otro ejerció cristiano se han inmiscuido tanto los expedientes
carnales como sucede en la adoración a Dios. En la llamada "adoración
pública" o "servicio divino" los formularios humanos han
tomado el lugar del orden divino. En esos servicios religiosos se usa
comúnmente una liturgia a la ligera en un grupo mixto de creyentes e
incrédulos, y el punto central es el sermón. Esto no es verdadera adoración. Un
formalismo externo sólo sirve para cubrir fallas internas. La ayuda carnal, tal
como edificios muy adornados, ceremonias imponentes, música conmovedora y
sermones elocuentes sobre problema s políticos o sociales del día en vez de la
simple prédica de la Palabra de Dios, todo demuestra una triste condición
carnal del alma. Es "fuego extraño" (Lev. 10:1, 2) lo cual tarde o
temprano atraerá el juicio de Dios, es una adoración adulterada que deshonra
Su nombre. Multitudes de cristianos nominales, adoran "lo que no
saben" así como lo hicieron los samaritanos en Juan 4:22.
Sendas de Luz, 1968
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