“¿No
son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?” (Lucas
17:17).
El Señor Jesús sanó a diez
leprosos pero sólo volvió uno a darle las gracias, y ése era un samaritano
menospreciado.
Una de las experiencias más valiosas que podemos tener
en la vida es la de encontrar ingratitud, porque entonces podemos tener parte,
aunque sea en un grado minúsculo, en las aflicciones de Dios. Cuando damos
generosamente y no se nos reconoce, podemos valorar más profundamente a Aquél
que dio a Su Amado Hijo por un mundo ingrato. Cuando derramamos nuestra propia
vida en un servicio incansable por los demás, nos unimos a Aquél que tomó el
lugar de esclavo por una raza de ingratos.
La ingratitud es uno de los
rasgos más desagradables del hombre caído. Pablo nos recuerda que cuando el
mundo pagano conoció a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron
gracias (Romanos 1:21). Un
misionero en Brasil se encontró con dos tribus que no tenían palabras para
decir: “Gracias”. Si un hombre era bondadoso con ellos, le decían: “Eso es lo
que quería” o “Eso me será útil”. Otro misionero que trabajaba en el norte de
África, encontró que aquellos a quienes ministraba nunca expresaban gratitud
porque le estaban dando la oportunidad de ganar méritos con Dios. Era el
misionero quien debía estar agradecido, pensaban, porque estaba obteniendo
favores a través de la bondad que les mostraba.
La ingratitud impregna toda
nuestra sociedad. Un programa de radio llamado “Centro de Trabajo del Aire”
consiguió encontrar trabajos para 2.500 personas. El presentador informó más
tarde que solamente diez de ellos se tomaron la molestia de agradecerlo.
Una dedicada maestra de
escuela había dado su vida enseñando a cincuenta grupos de estudiantes. Cuando
tenía ochenta años, recibió una carta de uno de sus antiguos alumnos en la que
le decía cuánto apreciaba su ayuda. Había enseñado cincuenta años y ésta era la
única carta de aprecio que había recibido.
Decimos que es bueno experimentar la ingratitud porque ésta nos proporciona un pálido reflejo de lo que el Señor experimenta continuamente. Otra razón de porqué ésta es una experiencia valiosa es que nos enseña la importancia de ser agradecidos. Con mucha frecuencia nuestras peticiones a Dios pesan más que nuestras acciones de gracias. Damos muy por sentado Sus bendiciones, y demasiado a menudo fallamos en expresar nuestro aprecio unos a otros por la hospitalidad, instrucción, transporte, provisión e innumerables actos de bondad. En realidad esperamos estos favores casi como si los mereciéramos.
Decimos que es bueno experimentar la ingratitud porque ésta nos proporciona un pálido reflejo de lo que el Señor experimenta continuamente. Otra razón de porqué ésta es una experiencia valiosa es que nos enseña la importancia de ser agradecidos. Con mucha frecuencia nuestras peticiones a Dios pesan más que nuestras acciones de gracias. Damos muy por sentado Sus bendiciones, y demasiado a menudo fallamos en expresar nuestro aprecio unos a otros por la hospitalidad, instrucción, transporte, provisión e innumerables actos de bondad. En realidad esperamos estos favores casi como si los mereciéramos.
El estudio de los diez
leprosos debe ser un constante recuerdo para nosotros, que mientras muchos
tienen grandes razones para dar gracias, muy pocos tienen el corazón para
reconocerlas. ¿Estaremos entre los pocos?
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