lunes, 3 de octubre de 2016

Doctrina: Cristología (Parte X)

V. La Deidad de Cristo
D. Atributos Divinos


Los atributos de la Divinidad solo están presentes en la Divinidad. ¿Qué queremos decir? Simplemente  que los seres humanos tenemos atributos similares a los que Dios tiene pero no en su grado completo. Tenemos potencia (o capacidad para hacer algo) pero no la total potencia para crear algo de la nada. Pensamos, sabemos, conocemos, pero no tenemos todo el conocimiento o sabiduría que solamente radica en la Deidad. Y aunque quisiéramos estar en todo lugar, no podemos hacerlo en forma física porque no tenemos la capacidad, estamos limitados por el espacio y el tiempo. Lo que sí hemos hecho para mitigar esa capacidad es estar presente a la distancia, ya sea por video, o telefonía, pero sólo es una presencia virtual y no real. Además somos volubles y no inmutables; estamos limitados por el tiempo, no somos eternos; y carecemos de santidad, porque somos propensos al mal, aunque existen rasgos de este atributo en el hombre está sucio por el pecado. Si bien Amamos, nuestro amor estar condicionado a lo que el otro pueda hacer, no es voluntario ni altruista, sin embargo reconocemos en algunos ese amor divino cuando se sacrifica por un bien mayor.
         En fin el hombre no tiene las características de la divinidad y las que tiene están limitadas. ¿Entonces, porque decimos que el hombre conocido como Jesús de Nazaret, llamado el Cristo, es Dios? Simplemente porque en la Biblia (sólo en ella) encontramos que Él posee los atributos que son propios de la Divinidad. Conocemos que posee Omnipotencia, Omnisciencia, Omnisapiencia, Omnipresencia, Inmutabilidad, Eternidad, Santidad, Amor, Justicia.
         Veamos cada uno de ellos:

1.   Omnipotencia.
El Señor resucitado y ad portas de ascender al cielo le declara a los apóstoles: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Dando a entender que él tiene el dominio sobre todas las cosas existentes y que nada se escapa a su escrutinio y control.
Él tenía poder sobre la muerte cuando estaba en su ministerio aquí en la tierra. Le declaro a Marta: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25, 26). Y lo demostró con un  hecho concreto que tenía poder sobre la muerte, resucitando a Lázaro. La misma situación vemos cuando resucitó al hijo de la viuda de Naín (Lucas 7:14) y la hija de Jairo (Lucas 8:54; Marcos 5:41). La muerte se rendía ante Él, y los que antes eran cadáveres, la vida volvía a ellos por la orden de alguien superior a la misma muerte.
El tenia poder sobre el orden natural: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;” (Col. 1:16, 17; vea Lucas 8:22-25).
Él tenía poder sobre los demonios: “Y estaban todos maravillados, y hablaban unos a otros, diciendo: ¿Qué palabra es esta, que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen?” (Lucas 4:36).
Él tenía poder sobre las enfermedades y dolencias. Tal vez, era la forma más práctica de mostrar todo su poder en la forma más tierna y práctica que podía hacerlo, era sanando a los enfermos o a los imposibilitados y hacerlos hábiles. Una persona enferma soportaba en forma solitaria el dolor de segregación como el caso de la mujer que padecía flujo de sangre y ya había gastado mucho dinero en doctores y su enfermedad persistía; pero lo peor para ella era la condena religiosa y la imposibilidad de participar en la adoración a Dios en el templo porque lo que tocaba quedaba inmundo (Lucas 8:43-48 cf. Levíticos 15). Otro ejemplo potente es la sanidad de los leprosos. Estos hombres (y también mujeres) eran expulsados de la sociedad, porque eran considerados inmundos (Levítico 13:46). “Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo!” (Levítico 13:45). Lucas nos cuenta el caso de 10 leprosos  que no gritaron “¡Inmundo! ¡Inmundo!”, sino que “¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” (Lucas 17:13). Y la simple respuesta fue “Id, mostraos a los sacerdotes”.  Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. (Lucas 17:14, Levíticos 14).
            Tal vez el caso más significativo del poder del Hijo de Dios fue cuando ese inválido fue bajado desde el techo por sus cuatro amigos y puesto delante del Señor y a su simple orden esos músculos laxos fueron tensados y el hombre se puso en pie y se llevó su lecho (Marcos 2:12).
         Los discípulos plantean un pregunta que era la creencia común  de la sociedad en que ellos vivían,  “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” (Juan 9:2). Aquel ciego estaba para que el poder de Dios se manifestase y fue sanado, no era producto del pecado ni de él o de sus padres. Y el poder del Hijo de Dios se manifestó al darle luz a ese hombre que vivía en oscuridad (Juan 9:4). Y así hubieron otros casos como los ciegos de Jericó, Bartimeo y su amigo (Marcos 10:46-52; Mateo 20:29-34).

2.   Omnisciencia.
Tal como ya lo estudiamos en otra ocasión, la “omnisciencia” quiere decir que se conoce todas las cosas. Los discípulos llegaron  a esta misma conclusión respecto del Hijo de Dios: “Ahora entendemos que sabes todas las cosas, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido de Dios.” (Juan 16:30). Pedro también en forma personal sabía que Él lo sabía todo: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Juan 21:17).
Cuando sana al paralítico, que vimos en más arriba, podemos ver en el relato que  había algunos escribas que pensaban él blasfemaba (Mateo 9:3; Marcos 2:7). Pero el Señor conocía lo que ellos pensaban (Mateo 9:3; Marcos 2:8) demostró con algo que es imposible para los seres humanos, sin ningún artilugio, solo con su orden pudo hacer que ese hombre se pusiera en pie.        
Fijémonos que en todos los casos, él sabía lo que el hombre pensaban y le daba la respuesta propia al pensamiento antagónico (Mateo 12:25; Lucas 6:8; 9:47; Juan 1:48, 49; Juan 4:16-19).
Cuando los doctores de Jerusalén se hicieron la pregunta después de escucharlo, no tenían idea que con ella estaban  dando pruebas de la omnisciencia del Señor Jesús: “Y se maravillaban los judíos, diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?” (Juan 7:15).  Esto nos lleva a saber que Cristo nunca fue enseñado por los hombres, que no fue dirigido por un gran rabino como lo fue Pablo, que estuvo bajo la enseñanza de Gamaliel. Desde jovencito mostró que su conocimiento era mucho mayor que lo que se podía esperar de un joven de su edad (Lucas 2:46-47). A pesar que cualquier maestro hubiese querido tenerlo como alumno, Él no necesitó escuela ni tutores. Sus discípulos se sentaban a sus pies, ¿pero a los pies de quién se sentó Él? ¡A los pies de nadie! Pablo enseñado por Gamaliel, pero ¿quién le enseñó a Jesús? Él dijo: “aprended de mí”, ¿pero cuando dijo “enséñenme”? A veces somos amonestados a ir a una mayor autoridad, pero ¿a cuál autoridad habría de ir Él? A ningún otro, porque Él tenía toda autoridad. ¿Cuándo dijo el Señor Jesucristo, “no recuerdo, voy a consultarlo”?  Nunca fue sorprendido con la guardia baja. En Marcos 12:13 tenemos estas palabras: “Y le enviaron algunos de los fariseos y de los herodianos, para que le sorprendiesen en alguna palabra“. Ellos trataron de hacerlo caer en alguna trampa por sus palabras, pero Él fue sabio en todo y puso Sus perseguidores en confusión.
Podemos finalizar esta sección diciendo que Él como maestro enseñaba con “simplicidad”, usando las ilustraciones que tenía a mano y que todos entendían; y con “autoridad” era lo que transmitía (Mateo 7:29; Marcos 1:22). Y lo que enseñó fue su doctrina y ética que se espera de todo creyente. Y tengamos presente que  en él “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.” (Colosenses 2:3).
3.   Omnipresencia.
El Señor le dijo a Nicodemo: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Juan 3:13). La tercera persona de la Trinidad había pasado del cielo a la tierra y se había hecho carne (Juan 1:14). Como hombre, el Señor Jesús estaba limitado a estar en un solo lugar a la vez, pero como el Dios-Hombre glorificado él podía estar en todo lugar. Él lo prometió antes de partir: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mateo 18:20). Y cuando estaba a punto de retornar junto al Padre, les dijo a los apóstoles: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:20).
“Todos los cristianos oran a Él en todo lugar (1 Corintios 1:2). La oración sería una irrisión si no estuviéramos seguros de que Cristo está en todo lugar, listo para oírnos. Él llena todas las cosas en todo lugar (efesios 1:23). Pero esta presencia que lo llena todo es característica solamente de la Divinidad”.[1]
4.   Eternidad.
Con respecto a la eternidad del Mesías, ya el profeta Miqueas deja bien en claro que el niño que nacería en Belén Efrata es eterno: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.” (Miqueas 5:2). Y el apóstol Juan  también lo expresa que el Verbo ha estado siempre con Dios, porque es Dios: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios.” (Juan 1:1, 2).
En palabras propias del Señor, le dice a los judíos: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.” (Juan 8:58). De esta forma indicaba su preexistencia, por tanto su eternidad en la expresión “yo soy”, nombre de Dios.
En el libro del apocalipsis aparece una expresión amorosa. Le dice a Juan el Cristo glorificado la siguiente metáfora, que expresa su carácter eterno: “No temas; yo soy el primero y el último;…” (Ap. 1:17c).
Y Pedro lo ve como un codero “ya destinado desde antes de la fundación del mundo” (1 Pedro 1:20). Ve que este cordero estaba dispuesto en la eternidad para que fuera sacrificado para expiación de nuestros pecados.
Resumiendo. Tanto en Palabras del propio Señor Jesucristo, como las de Pablo, Pedro y Juan, muestra que el mesías era eterno. Incluso las profecías del antiguo testamento hablan de esta eternidad.
5.   Santidad.
La santidad indica que una persona estaba apartada para el servicio de Dios. Recordemos que el sumo sacerdote del antiguo pacto tenía una placa en su frente la mitra que decía “Santidad a Jehová” (Éxodo 28:36). Que quería decir que estaba apartado para el servicio de Jehová y no podía hacer ninguna cosa que enlodace tal condición.
Sin embargo, el texto bíblico deja bien claro que estos hombres que debían ser santos, dejaban mucho que desear. Por eso es el autor de la carta a los hebreos dice del Señor Jesucristo: “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos;…” (Hebreos 7:26)
         No nos quedamos sólo con el testimonio anterior. Tenemos  que decir por mucho que se intentó enlodarlo, levantando falsos testimonios, Pedro  dice en favor de la santidad del Señor: “…el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca;” (I Pedro 2:22).  En él no había ni el más aleve atisbo de pecado: “Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él” (1 Juan 3:5). Si volvemos a leer el pasaje de la tentación que sufrió por parte de Satanás, vemos que ni aun para satisfacer su necesidad de alimentarse el utilizó su poder, porque eso contravenía la misión que se le había enviado a cumplir. (Juan 4:34; 8:18; Mateo 26:39,42; Marcos 14:36; Lucas 2:49; 12:50; 22:42; etc.)
Si hubiese habido la más leve macha de pecado, Pedro no habría podido expresar con convicción que en Él no había pecado: “…como de un cordero sin mancha y sin contaminación…” (1 Pedro 1:19).  Este codero estaba destinado para quitar el pecado del mundo, según la expresión de Juan el Bautista: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Este cordero estuvo más de treinta años bajo observación para ver que no tenía ningún defecto y fuese apto para el sacrificio (cf. Levítico 22:21-24). Y no halló ninguno.
6.   Otros atributos
También encontramos presente otros atributos, como:
·                      Inmutabilidad (Hebreos 1:11, 12; 7:24; 13:8);
·                      Amor (Efesios 3:19);
·                     Justicia (Hechos 3:14).



[1]  Williams Evans, Las grandes doctrinas de la Biblia, pág, 68, Editorial Portavoz.

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