V. La Deidad de Cristo
D. Atributos Divinos
Los atributos de la
Divinidad solo están presentes en la Divinidad. ¿Qué queremos decir?
Simplemente que los seres humanos
tenemos atributos similares a los que Dios tiene pero no en su grado completo.
Tenemos potencia (o capacidad para hacer algo) pero no la total potencia para
crear algo de la nada. Pensamos, sabemos, conocemos, pero no tenemos todo el
conocimiento o sabiduría que solamente radica en la Deidad. Y aunque
quisiéramos estar en todo lugar, no podemos hacerlo en forma física porque no
tenemos la capacidad, estamos limitados por el espacio y el tiempo. Lo que sí
hemos hecho para mitigar esa capacidad es estar presente a la distancia, ya sea
por video, o telefonía, pero sólo es una presencia virtual y no real. Además
somos volubles y no inmutables; estamos limitados por el tiempo, no somos
eternos; y carecemos de santidad, porque somos propensos al mal, aunque existen
rasgos de este atributo en el hombre está sucio por el pecado. Si bien Amamos,
nuestro amor estar condicionado a lo que el otro pueda hacer, no es voluntario
ni altruista, sin embargo reconocemos en algunos ese amor divino cuando se
sacrifica por un bien mayor.
En
fin el hombre no tiene las características de la divinidad y las que tiene
están limitadas. ¿Entonces, porque decimos que el hombre conocido como Jesús de
Nazaret, llamado el Cristo, es Dios? Simplemente porque en la Biblia (sólo en
ella) encontramos que Él posee los atributos que son propios de la Divinidad. Conocemos
que posee Omnipotencia, Omnisciencia, Omnisapiencia, Omnipresencia,
Inmutabilidad, Eternidad, Santidad, Amor, Justicia.
Veamos cada uno de ellos:
1.
Omnipotencia.
El Señor resucitado y ad portas de ascender al cielo le
declara a los apóstoles: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”
(Mateo 28:18). Dando a entender que él tiene el dominio sobre todas las cosas
existentes y que nada se escapa a su escrutinio y control.
Él tenía poder sobre la muerte cuando estaba en su
ministerio aquí en la tierra. Le
declaro a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree
en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no
morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25, 26). Y lo demostró con un hecho concreto que tenía poder sobre la
muerte, resucitando a Lázaro. La misma situación vemos cuando resucitó al hijo
de la viuda de Naín (Lucas 7:14) y la hija de Jairo (Lucas 8:54; Marcos 5:41).
La muerte se rendía ante Él, y los que antes eran cadáveres, la vida volvía a
ellos por la orden de alguien superior a la misma muerte.
El tenia poder sobre el orden natural: “Porque en
él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en
la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados,
sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de
todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;” (Col. 1:16, 17; vea Lucas
8:22-25).
Él tenía poder sobre los demonios: “Y estaban
todos maravillados, y hablaban unos a otros, diciendo: ¿Qué palabra es esta,
que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen?” (Lucas
4:36).
Él tenía poder
sobre las enfermedades y dolencias. Tal vez, era la forma más práctica de
mostrar todo su poder en la forma más tierna y práctica que podía hacerlo, era
sanando a los enfermos o a los imposibilitados y hacerlos hábiles. Una persona
enferma soportaba en forma solitaria el dolor de segregación como el caso de la
mujer que padecía flujo de sangre y ya había gastado mucho dinero en doctores y
su enfermedad persistía; pero lo peor para ella era la condena religiosa y la
imposibilidad de participar en la adoración a Dios en el templo porque lo que
tocaba quedaba inmundo (Lucas 8:43-48 cf. Levíticos 15). Otro ejemplo potente
es la sanidad de los leprosos. Estos hombres (y también mujeres) eran expulsados
de la sociedad, porque eran considerados inmundos (Levítico 13:46). “Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su
cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo!” (Levítico 13:45).
Lucas nos cuenta el caso de 10 leprosos
que no gritaron “¡Inmundo! ¡Inmundo!”, sino que “¡Jesús, Maestro, ten
misericordia de nosotros!” (Lucas 17:13). Y la simple respuesta fue “Id,
mostraos a los sacerdotes”. Y aconteció
que mientras iban, fueron limpiados. (Lucas 17:14, Levíticos 14).
Tal vez el caso
más significativo del poder del Hijo de Dios fue cuando ese inválido fue bajado
desde el techo por sus cuatro amigos y puesto delante del Señor y a su simple
orden esos músculos laxos fueron tensados y el hombre se puso en pie y se llevó
su lecho (Marcos 2:12).
Los discípulos plantean un
pregunta que era la creencia común de la
sociedad en que ellos vivían, “Rabí,
¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” (Juan 9:2). Aquel
ciego estaba para que el poder de Dios se manifestase y fue sanado, no era
producto del pecado ni de él o de sus padres. Y el poder del Hijo de Dios se
manifestó al darle luz a ese hombre que vivía en oscuridad (Juan 9:4). Y así
hubieron otros casos como los ciegos de Jericó, Bartimeo y su amigo (Marcos
10:46-52; Mateo 20:29-34).
2.
Omnisciencia.
Tal como ya lo estudiamos en otra ocasión, la
“omnisciencia” quiere decir que se conoce todas las cosas. Los discípulos
llegaron a esta misma conclusión
respecto del Hijo de Dios: “Ahora entendemos que sabes todas las cosas, y no
necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido de Dios.”
(Juan 16:30). Pedro también en forma personal sabía que Él lo sabía todo: “Señor,
tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Juan 21:17).
Cuando sana al paralítico, que vimos en
más arriba, podemos ver en el relato que
había algunos escribas que pensaban él blasfemaba (Mateo 9:3; Marcos
2:7). Pero el Señor conocía lo que ellos pensaban (Mateo 9:3; Marcos 2:8)
demostró con algo que es imposible para los seres humanos, sin ningún
artilugio, solo con su orden pudo hacer que ese hombre se pusiera en pie.
Fijémonos que en todos los casos, él
sabía lo que el hombre pensaban y le daba la respuesta propia al pensamiento
antagónico (Mateo 12:25; Lucas 6:8; 9:47; Juan 1:48, 49; Juan 4:16-19).
Cuando los doctores de Jerusalén se
hicieron la pregunta después de escucharlo, no tenían idea que con ella estaban
dando pruebas de la omnisciencia del
Señor Jesús: “Y se maravillaban los judíos, diciendo: ¿Cómo sabe éste letras,
sin haber estudiado?” (Juan 7:15). Esto nos lleva a saber que Cristo
nunca fue enseñado por los hombres, que no fue dirigido por un gran rabino como
lo fue Pablo, que estuvo bajo la enseñanza de Gamaliel. Desde jovencito mostró
que su conocimiento era mucho mayor que lo que se podía esperar de un joven de
su edad (Lucas 2:46-47). A pesar que cualquier maestro hubiese querido tenerlo
como alumno, Él no necesitó escuela ni tutores. Sus discípulos se sentaban a
sus pies, ¿pero a los pies de quién se sentó Él? ¡A los pies de nadie! Pablo enseñado
por Gamaliel, pero ¿quién le enseñó a Jesús? Él dijo: “aprended de mí”, ¿pero
cuando dijo “enséñenme”? A veces somos amonestados a ir a una mayor autoridad,
pero ¿a cuál autoridad habría de ir Él? A ningún otro, porque Él tenía toda
autoridad. ¿Cuándo dijo el Señor Jesucristo, “no recuerdo, voy a consultarlo”? Nunca fue sorprendido con la guardia baja. En
Marcos 12:13 tenemos estas palabras: “Y le enviaron algunos de los fariseos y
de los herodianos, para que le sorprendiesen en alguna palabra“. Ellos trataron
de hacerlo caer en alguna trampa por sus palabras, pero Él fue sabio en todo y
puso Sus perseguidores en confusión.
Podemos finalizar esta sección diciendo
que Él como maestro enseñaba con “simplicidad”, usando las ilustraciones que
tenía a mano y que todos entendían; y con “autoridad” era lo que transmitía (Mateo
7:29; Marcos 1:22). Y lo que enseñó fue su doctrina y ética que se espera de
todo creyente. Y tengamos presente que
en él “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del
conocimiento.” (Colosenses 2:3).
3. Omnipresencia.
El Señor le dijo a Nicodemo: “Nadie
subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está
en el cielo” (Juan 3:13). La tercera persona de la Trinidad había pasado del
cielo a la tierra y se había hecho carne (Juan 1:14). Como hombre, el Señor
Jesús estaba limitado a estar en un solo lugar a la vez, pero como el
Dios-Hombre glorificado él podía estar en todo lugar. Él lo prometió antes de
partir: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en
medio de ellos” (Mateo 18:20). Y cuando estaba a punto de retornar junto al
Padre, les dijo a los apóstoles: “enseñándoles que guarden todas las cosas que
os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo. Amén” (Mateo 28:20).
“Todos los cristianos oran a Él en todo
lugar (1 Corintios 1:2). La oración sería una irrisión si no estuviéramos
seguros de que Cristo está en todo lugar, listo para oírnos. Él llena todas las
cosas en todo lugar (efesios 1:23). Pero esta presencia que lo llena todo es
característica solamente de la Divinidad”.[1]
4. Eternidad.
Con respecto a la eternidad del Mesías,
ya el profeta Miqueas deja bien en claro que el niño que nacería en Belén
Efrata es eterno: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias
de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde
el principio, desde los días de la eternidad.” (Miqueas 5:2). Y el apóstol
Juan también lo expresa que el Verbo ha
estado siempre con Dios, porque es Dios: “En el principio era el Verbo, y el
Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios.”
(Juan 1:1, 2).
En palabras propias del Señor, le dice
a los judíos: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.”
(Juan 8:58). De esta forma indicaba su preexistencia, por tanto su eternidad en
la expresión “yo soy”, nombre de Dios.
En el libro del apocalipsis aparece una
expresión amorosa. Le dice a Juan el Cristo glorificado la siguiente metáfora,
que expresa su carácter eterno: “No temas; yo soy el primero y el último;…”
(Ap. 1:17c).
Y Pedro lo ve como un codero “ya destinado desde antes de la fundación del mundo” (1 Pedro 1:20). Ve
que este cordero estaba dispuesto en la eternidad para que fuera sacrificado
para expiación de nuestros pecados.
Resumiendo. Tanto en Palabras del propio Señor
Jesucristo, como las de Pablo, Pedro y Juan, muestra que el mesías era eterno. Incluso
las profecías del antiguo testamento hablan de esta eternidad.
5. Santidad.
La santidad indica que una persona
estaba apartada para el servicio de Dios. Recordemos que el sumo sacerdote del
antiguo pacto tenía una placa en su frente la mitra que decía “Santidad a
Jehová” (Éxodo 28:36). Que quería decir que estaba apartado para el servicio de
Jehová y no podía hacer ninguna cosa que enlodace tal condición.
Sin embargo, el texto bíblico deja bien claro que estos hombres que debían
ser santos, dejaban mucho que desear. Por eso es el autor de la carta a los
hebreos dice del Señor Jesucristo: “Porque tal sumo
sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores,
y hecho más sublime que los cielos;…” (Hebreos 7:26)
No nos
quedamos sólo con el testimonio anterior. Tenemos que decir por mucho que se intentó enlodarlo,
levantando falsos testimonios, Pedro
dice en favor de la santidad del Señor: “…el cual no hizo pecado, ni se
halló engaño en su boca;” (I Pedro 2:22). En él no había ni el más aleve atisbo de
pecado: “Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado
en él” (1 Juan 3:5). Si volvemos a leer el pasaje de la tentación que sufrió
por parte de Satanás, vemos que ni aun para satisfacer su necesidad de
alimentarse el utilizó su poder, porque eso contravenía la misión que se le
había enviado a cumplir. (Juan 4:34; 8:18; Mateo 26:39,42; Marcos 14:36; Lucas
2:49; 12:50; 22:42; etc.)
Si hubiese habido la más leve macha de pecado, Pedro no habría podido
expresar con convicción que en Él no había pecado: “…como de un cordero sin mancha y sin contaminación…” (1 Pedro 1:19). Este codero estaba destinado para quitar el
pecado del mundo, según la expresión de Juan el Bautista: “El siguiente día vio
Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo” (Juan 1:29). Este cordero estuvo más de treinta años bajo
observación para ver que no tenía ningún defecto y fuese apto para el
sacrificio (cf. Levítico 22:21-24). Y no halló ninguno.
6. Otros atributos
También
encontramos presente otros atributos, como:
· Inmutabilidad (Hebreos 1:11, 12; 7:24; 13:8);
· Amor (Efesios 3:19);
· Justicia (Hechos 3:14).
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