lunes, 3 de octubre de 2016

Meditación.

“Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).
Cuando Jesús pronunció estas palabras, se estaba refiriendo a una reunión de la iglesia convocada para tratar con un miembro pecador que rehúsa arrepentirse. Otros esfuerzos para con el ofensor han fallado y ahora es llevado ante la asamblea. Si aún rehúsa arrepentirse, debe ser excomulgado: puesto fuera de comunión. El Señor Jesús promete Su presencia en tal reunión convocada para tratar con un asunto de disciplina de la iglesia.
Pero el versículo ciertamente tiene una aplicación más amplia. Se cumple dondequiera y cada vez que dos o tres se reúnen en Su Nombre. Reunirse en Su Nombre significa juntarse como asamblea cristiana; congregarse con y por Su autoridad, actuando de Su parte; reunirse en torno a él como cabeza y centro de atracción; congregarse de acuerdo con la práctica de los cristianos primitivos en doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones (Hechos 2:42). Quiere decir congregarse con Cristo como el centro, congregarse en él (Génesis 49:10; Salmo 50:5).
Dondequiera que los creyentes se reúnen de este modo a la Persona del Señor Jesús, él promete estar presente. Mas alguien podría preguntar: “¿No está él presente en todas partes? Siendo él Omnipresente, ¿no está en todos los lugares a una y al mismo tiempo?” La respuesta es, por supuesto que sí. Pero promete estar presente de una manera especial cuando los santos se congregan en Su Nombre.
“...allí estoy yo en medio de ellos”. Esa es, por sí misma, la razón más fuerte por la que debemos ser fieles asistiendo a todas las reuniones de la asamblea local. El Señor Jesús está ahí de una manera especial. Muchas veces podemos no estar conscientes de Su prometida presencia. En otras ocasiones aceptamos el hecho por la fe, basados en Su promesa. Pero hay otras veces cuando se nos manifiesta a Sí mismo de una manera singular. Son momentos en los que los cielos parecen inclinarse hasta tocar tierra y todos los corazones se inclinan y someten a la influencia de la Palabra. Momentos cuando la gloria del Señor llena de tal manera el lugar, que un profundo sentido de temor reverencial sobrecoge a la gente y las lágrimas corren libremente. Momentos en los que nuestros corazones arden dentro de nosotros.
Nunca sabemos cuándo ocurrirán estas sagradas visitas. Llegan inesperadamente y sin anuncio y si no estamos presentes las perdemos. Sufrimos una pérdida parecida a la de Tomás, que no estaba presente cuando el Señor Jesús resucitado y glorificado apareció a los discípulos la tarde de Su resurrección (Juan 20:24). Éste fue un momento de gloria que jamás pudo recuperar.

Si realmente creemos que Cristo está presente cuando Su pueblo se reúne en Su Nombre, estaremos mucho más motivados y determinados a asistir que si el rey o el presidente estuviera ahí. Nada aparte de la muerte o una enfermedad grave impedirá nuestra presencia.

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