“Porque
donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos” (Mateo 18:20).
Cuando Jesús pronunció estas palabras, se estaba
refiriendo a una reunión de la iglesia convocada para tratar con un miembro pecador
que rehúsa arrepentirse. Otros esfuerzos para con el ofensor han fallado y
ahora es llevado ante la asamblea. Si aún rehúsa arrepentirse, debe ser
excomulgado: puesto fuera de comunión. El Señor Jesús promete Su presencia en
tal reunión convocada para tratar con un asunto de disciplina de la iglesia.
Pero el versículo ciertamente tiene una aplicación más
amplia. Se cumple dondequiera y cada vez que dos o tres se reúnen en Su Nombre.
Reunirse en Su Nombre significa juntarse como asamblea cristiana; congregarse
con y por Su autoridad, actuando de Su parte; reunirse en torno a él como
cabeza y centro de atracción; congregarse de acuerdo con la práctica de los
cristianos primitivos en doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con
otros, en el partimiento del pan y en las oraciones (Hechos 2:42). Quiere decir congregarse con Cristo como el centro,
congregarse en él (Génesis 49:10; Salmo 50:5).
Dondequiera que los creyentes se reúnen de este modo a
la Persona del Señor Jesús, él promete estar presente. Mas alguien podría
preguntar: “¿No está él presente en todas partes? Siendo él Omnipresente, ¿no
está en todos los lugares a una y al mismo tiempo?” La respuesta es, por
supuesto que sí. Pero promete estar presente de una manera especial cuando los
santos se congregan en Su Nombre.
“...allí estoy yo en medio
de ellos”. Esa es, por sí misma, la razón más fuerte por la que debemos ser
fieles asistiendo a todas las reuniones de la asamblea local. El Señor Jesús
está ahí de una manera especial. Muchas veces podemos no estar conscientes de
Su prometida presencia. En otras ocasiones aceptamos el hecho por la fe,
basados en Su promesa. Pero hay otras veces cuando se nos manifiesta a Sí mismo
de una manera singular. Son momentos en los que los cielos parecen inclinarse
hasta tocar tierra y todos los corazones se inclinan y someten a la influencia
de la Palabra. Momentos cuando la gloria del Señor llena de tal manera el
lugar, que un profundo sentido de temor reverencial sobrecoge a la gente y las
lágrimas corren libremente. Momentos en los que nuestros corazones arden dentro
de nosotros.
Nunca sabemos cuándo
ocurrirán estas sagradas visitas. Llegan inesperadamente y sin anuncio y si no
estamos presentes las perdemos. Sufrimos una pérdida parecida a la de Tomás,
que no estaba presente cuando el Señor Jesús resucitado y glorificado apareció
a los discípulos la tarde de Su resurrección (Juan 20:24). Éste fue un momento de gloria que
jamás pudo recuperar.
Si realmente creemos que
Cristo está presente cuando Su pueblo se reúne en Su Nombre, estaremos mucho
más motivados y determinados a asistir que si el rey o el presidente estuviera
ahí. Nada aparte de la muerte o una enfermedad grave impedirá nuestra
presencia.
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