lunes, 3 de octubre de 2016

LA PRIMERA EPÍSTOLA DE JUAN (Parte X)

Capítulo 6
 Los que dan Testimonio del Hijo
(1 Juan 5: 6-12)


Antes de finalizar su Epístola, el apóstol presenta un triple testimonio al Hijo de Dios, Aquel a través de Quien la vida eterna ha sido comunicada a los creyentes. Está el testimonio del agua, el testimonio de la sangre, y el testimonio del Espíritu.
(Versículo 6). Jesús, el Hijo de Dios, vino al mundo mediante la encarnación, pero, para bendecir a los pecadores e impartir vida eterna a los creyentes, Él tuvo que venir mediante agua y sangre. En otras palabras, Él tuvo que morir.
Su vida de infinita perfección expuso nuestra condición y reveló nuestra necesidad, pero no pudo satisfacer esa necesidad o impartirnos vida eterna.
Aparte de Su muerte, Él habría estado para siempre solo, según Sus propias palabras, "A menos que el grano de trigo caiga en tierra y muera, queda solo; más si muere, lleva mucho fruto" (Juan 12:24 - Versión Moderna).
El agua y la sangre que fluyeron del costado herido de un Cristo muerto, ambos testifican de Su muerte, y  presentan dos grandes resultados de Su muerte. El agua testifica del juicio de muerte pronunciado y ejecutado sobre la carne, mediante el cual el creyente es limpiado de la vieja naturaleza. Nosotros estamos crucificados con Cristo, y, participando en la vida de Cristo resucitado, nos consideramos a nosotros mismos como muertos con Él para el viejo hombre que es gobernado por el pecado. Así somos purificados de la vieja naturaleza. Además, Él viene a nosotros mediante sangre. Por Su muerte, no solamente somos purificados del viejo hombre, sino que somos justificados de nuestros pecados por medio de Su sangre. Además, en el terreno de Su muerte y resurrección, el Espíritu Santo ha sido dado para darnos testimonio de Cristo y de la eficacia de Su muerte.
(Versículos 7, 8). Dejando fuera el versículo 7, el cual es una interpolación admitida, tenemos a los tres testigos presentados nuevamente, pero ahora en el orden de su testimonio en la tierra. En el versículo 6 hemos leído el orden histórico en el cual el Espíritu Santo vino después de la muerte de Cristo. Cuando es un asunto de testimonio para nosotros, el Espíritu Santo es mencionado primero, ya que es por medio del Espíritu que nosotros recibimos el testimonio de la muerte de Cristo y apreciamos el valor del agua y de la sangre. Estos tres, el Espíritu, el agua y la sangre, se unen en un testimonio al Hijo y a la eficacia de Su obra, y la bendición de la vida eterna que viene al creyente a través de esa obra.
(Versículos 9, 10). En estos versículos el apóstol nos recuerda que el testimonio de estas grandes verdades es "de Dios." Si nosotros recibimos el testimonio de los hombres, cuanto más deberíamos recibir el testimonio que Dios da de Su Hijo. Aquel que cree tiene, por medio del Espíritu, un testimonio en sí mismo de la verdad de Dios. Como Dios ha dado así un testimonio adecuado acerca de Su Hijo, se deduce que "el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso."
(Versículos 11, 12). Todas estas grandes verdades - la muerte de Cristo y la presencia del Espíritu Santo en el creyente - dan testimonio del hecho de que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en Su Hijo. Está en nosotros como un don; está en Él como una fuente. Aparte del Hijo no puede haber vida delante de Dios. Tener al Hijo es haber recibido la verdad y tener al Hijo ante nosotros como el Objeto de nuestra fe. Aquel que está en ignorancia acerca del Hijo, o rechaza la verdad, no tiene al Hijo de Dios y "no tiene la vida."

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