lunes, 3 de octubre de 2016

Joab: Capaz y malintencionado (Parte V)

Contra Rabá
La campaña contra los amonitas muestra tal vez más claramente que otras cuán cambiante era Joab en su estado de ánimo y sus motivos. Fue hacia el final de esta operación militar que los ejércitos de Israel sitiaron la ciudad de Rabá, donde el enemigo montó su última defensa; 2 Samuel 11, 12 y 1 Crónicas 20.
Uno de los capitanes bajo Joab era Urías heteo, quien iba a figurar entre los treinta y siete valientes que tuvo David, 2 Samuel 23.39, 1 Crónicas 11.41. Joab le mandó a llevar a cabo órdenes que David había dado. El motivo del general era exponer al subalterno al peligro de muerte. El asunto era que el rey había adulterado con la esposa de este oficial. “Cuando Joab sitió la ciudad, puso a Urías en el lugar donde sabía que estaban los hombres más valientes… Y murió también Urías heteo”, 11.16, 17.
La excusa era, por supuesto, que simplemente se llevaba a cabo las órdenes militares del rey. Pero en circunstancias como éstas debemos llevar en mente las palabras de Pedro cuando fue amenazado por el sumo sacerdote por no desistir de predicar en el nombre de Jesús: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”, Hechos 5.29. Ninguno está investido de autoridad para estimular al pueblo de Dios a actuar en contradicción a las Sagradas Escrituras.
El otro lado del carácter de Joab se manifestó cuando casi se había subyugado la ciudad. La residencia real estaba en sus manos, como también el suministro de agua, de manera que era evidente que la resistencia no podría prolongarse por más de un par de días. Pero Joab no reservó para sí el golpe final, sino que invita a David a presenciarlo: “… no sea que tome yo la ciudad y sea llamada de mi nombre”, 12.28.
La conducta de David a lo largo de toda esta campaña había sido muy censurable. Fue “en el tiempo que salen los reyes a la guerra” que él paseaba sobre el terrado de su casa. Estaba en el lugar indebido en el momento indebido, y fácilmente cayó víctima de la tentación. No surtió efecto siquiera la reprimenda velada que le dio Urías, quien dormía a la puerta de la casa del rey en vez de en la suya propia y de esta manera manifestaba su adhesión a los que estaban en la línea de combate. Con todo, Joab no se aprovechó del ambiente para buscar gloria propia.
Si él estaba deseoso de ver el prestigio caer sobre uno que se estaba comportando mal, cuánto más debemos desear nosotros que el Señor Jesucristo tenga la preeminencia en nuestros corazones. Queremos reconocer y manifestar siempre que Él solo es digno de recibir la alabanza y gloria, aun en aquello que le place realizar por medio de su pueblo. A diferencia de David, no está alejado de la batalla, sino del todo al tanto de lo que los suyos están haciendo y padeciendo. El capitán de nuestra salvación fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Hebreos 4:15), y puede dar gracia para el oportuno socorro.

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