(Levítico 1 a 7)
"A Jesucristo, y a
éste crucificado" (1 Corintios 2:2).
(Continuación)
4. EL SACRIFICIO DE PAZ (Levítico 3; 7:11-36)
La parte del adorador
¿Por qué motivo un israelita
ofrecía una ofrenda de paz? Como acción de gracias o en cumplimiento de un
voto, nos dice Levítico 7:12, 16. Lo hace en respuesta a bendiciones recibidas,
como resultado del apego espiritual a Dios. No se trataba de obtener algo, de
ser perdonado o aceptado, sino de traer el agradecimiento de corazones que ya
habían recibido la bendición divina. Es la misma esencia del culto. Sin duda
saldremos edificados, animados, consolados con el culto, pero no es ésa su
finalidad. Se trata de traer a Dios lo que Él desea, hablarle de su Amado Hijo.
Y esto no es una obligación, como un déspota impondría a sus súbditos. Dios no
nos fuerza a expresar nuestro agradecimiento y alabarlo, aunque nos haya
salvado para eso mismo. "El Padre tales adoradores busca" (Juan
4:23), pecadores perdonados y hechos hijos suyos, gozosos de recordar ante Él la
obra y la Persona por la cual fueron salvos (compárese con Lucas 17:16-18).
La ofrenda podía ser de ganado
vacuno u ovejuno, cordero o cabra. No todos tienen la misma apreciación
espiritual de la obra de Cristo; pero siempre que Cristo es presentado, una
parte es para Dios, y otra parte del alimento es para el adorador, así como
para sus invitados, quienes quizá no hayan traído nada: "Toda persona
limpia podrá comer la carne" (Levítico 7:19).
El israelita ponía su mano
sobre la cabeza del sacrificio y se identificaba con él. En el holocausto,
expresaba así que sólo esta víctima perfecta podía ser aceptada en lugar suyo;
dicho de otra manera, los méritos de la ofrenda pasaban sobre el adorador. Dios
ve en nosotros la perfección de la obra de Cristo. En el sacrificio por el
pecado, el culpable, al poner su mano sobre la cabeza del animal, ponía sobre
esta víctima pura sus propios pecados: la culpabilidad del pecador pasaba sobre
la víctima. Pero en el sacrificio de paz, el adorador pone su mano sobre la cabeza
del sacrificio con un profundo agradecimiento y con el sentimiento de que ya ha
sido hecha la paz. Con la conciencia de que Cristo ha respondido plenamente a
todo lo que Dios demanda (ofrenda macho) y a todo lo que necesitamos (ofrenda
hembra), y al poseer la paz con Dios, nos regocijamos en la obra perfecta
cumplida en la cruz. Cristo es suficiente para todo lo que somos y para todo lo
que no somos. "Él es la Roca, cuya obra es perfecta" (Deuteronomio
32:4). "Él es nuestra paz" (Efesios 2:14). Pero también todo lo que
Cristo era y todo lo que hizo, era infinitamente agradable a Dios; y en eso
tenemos comunión.
El mismo adorador degollaba la
víctima. Esto habla del profundo sentimiento de que si la paz fue hecha, lo fue
por la sangre de su cruz; es la comunión de la sangre de Cristo (1 Corintios
10). Después que la grosura hubo sido quemada sobre el altar en grato olor, se
podía comer del sacrificio. Primero se ofrecía, después se comía.
Con el sacrificio se
presentaba una ofrenda vegetal (Levítico 7:12). No se puede disociar la vida
perfecta de Cristo de su muerte. En nuestras acciones de gracias, a menudo
expresamos la perfección de su vida, junto con la ofrenda de sí mismo en la
cruz. La grosura del sacrificio de paz era quemada sobre el holocausto. Así
tenemos la unión de los tres sacrificios de olor grato, recordándonos que si
bien hay diversos sacrificios, todos representan "una sola ofrenda".
Cosa extraña, con el sacrificio de
acciones de gracias se debía presentar pan leudo (v. 13). Estos panes no eran
quemados sobre el altar; el uno era comido por el sacerdote y el otro por el
adorador y sus invitados. En el culto de adoración, sentimos nuestra flaqueza,
lo que somos en nosotros mismos. En lo que representa a Cristo, al contrario,
ninguna levadura se permitía.
La carne debía ser comida el mismo día que se ofrecía en acción de
gracias, o cuando mucho al día siguiente si se trataba de un voto. Nuestra
comunión no puede disociarse del sacrificio, sino se vuelve impura. Las más
bellas oraciones, los más bellos cánticos expresados por rutina, sobre todo una
liturgia, vuelven el culto formalista, cosa muy grave a los ojos de Dios.
«Desde el momento que nuestro culto es separado del sacrificio, de su
eficacia y de la conciencia de la aceptabilidad infinita de Jesús ante el
Padre, se torna carnal, formal y para la satisfacción de la carne. Nuestras
oraciones se convierten entonces en algo muy triste, en una forma carnal en
lugar de la comunión en el Espíritu. Eso es malo, una verdadera iniquidad»
(J.N.D.). Ni nuestras expresiones de alabanza, ni nuestra comunión fraternal,
pueden ser disociadas, separadas del sacrificio: "Uno solo el pan... somos
un cuerpo" en El (1 Corintios 10:17). Tanto más nos alejamos aún, cuando
desacuerdos —por no decir disputas—, llegan a tomar el lugar de la conciencia
del sacrificio. Sólo podemos comer juntos la carne del sacrificio de paz en el
sentimiento profundo de lo que le ha costado al Señor Jesús ofrecerse a sí
mismo a Dios por nosotros y en la realización práctica de la paz entre los
hijos de Dios (Mateo 5:24).
"Toda persona limpia podrá comer
la carne"; mientras que "la persona que comiere la carne... estando
inmunda, aquella persona será cortada de entre su pueblo". En efecto, el
sacrificio "es de Jehová" (Levítico 7:19-21). Un extranjero no tenía
ningún derecho; aquel que no es un rescatado del Señor no puede participar del
culto ni dar gracias, menos aún participar de la Cena. Pero un verdadero
israelita podía estar impuro. ¿Qué debía hacer? No se atrevía a comer del sacrificio
de paz, pero se ofrecía un recurso: Levítico 22:6-7 muestra que el hombre
impuro debía lavar su cuerpo con agua y "cuando el sol se pusiere, será
limpio; y después podrá comer las cosas sagradas". 1 Corintios 11 nos
confirma la enseñanza actual: "Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así
del pan" (v. 28). No se trata de abstenerse de la Cena, sino de juzgarse a
sí mismo y así comer. Únicamente aquel que había faltado (sobre todo en el caso
de una caída grave que interrumpió no sólo la comunión individual con Dios,
sino la comunión en la iglesia a la mesa del Señor) se hallaba imposibilitado
de comer de las cosas sagradas hasta después de la puesta del sol. Para ese
día, la brillante luz de la faz de Dios se había como velado. Era restaurado,
podía comer, pero no era ya la plena luz. Pero recordemos que una vez efectuada
plenamente la restauración, aparece un nuevo día, no por algún mérito en
nosotros, sino a causa de la obra perfecta de Aquel que cumplió todo.
Por fin, recordemos que,
según Filipenses 3:3 (V.M.), "adoramos a Dios en espíritu". Hace
falta, pues, poseer el Espíritu Santo para poder adorar (Efesios 1:13). También
hace falta que no sea entristecido, si no ¿cómo podría él conducirnos a la
adoración? «Si el culto y la comunión son por medio del Espíritu, sólo aquellos
que tienen el Espíritu de Cristo pueden participar, y es menester, además, que
no lo hayan entristecido, pues harían así imposible, por la mancha del pecado,
la comunión que es por el Espíritu» (J.N.D.).
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