lunes, 6 de febrero de 2017

Escenas del Antiguo Testamento. (Parte V)

Noé.

Noé, varón justo, perfecto fue en sus generaciones; con Dios caminó Noé
(Génesis 6.9).


Noé vivió en la época inmediata a la de Enoc, tiempo en que “la malicia de los hombres era mucha en la tierra, y todo designio del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. La tierra estaba corrompida y llena de violencia. El mal había llegado a su completo desarrollo y Dios resolvió raer de sobre la faz de la tierra aquella rebelde generación.
Noé, siguiendo las pisadas de Enoc, y guardado por la misma fe, vivió sin contaminarse con las costumbres licenciosas de su tiempo; por lo cual está escrito de él: “Noé varón justo, perfecto fue en sus generaciones; con Dios caminó Noé”. Alejado del camino de maldad trillado por la mayoría, seguía una senda de separación a Dios y de obediencia a su santa voluntad; y de esta manera estaba preparado para recibir la bendición del Altísimo: “Los ojos de Jehová están sobre los justos,', Salmo 34.15.
La Escritura nos dice: “Empero Noé halló gracia en los ojos de Jehová”, y antes de que las aguas del juicio se derramaran sobre el mundo, Dios proveyó un escape para Noé. Le ordenó que construyese un arca de madera de gófer, según las dimensiones que le dio, y le dijo: “He aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo: todo lo que hay en la tierra morirá. Mas estableceré mi pacto contigo, y entrarás en el arca, tú y tus hijos y tu mujer, y las mujeres de tus hijos contigo”. “Noé creyó a la palabra de Dios, y con temor aparejó el arca en que su casa se salvase”, Hebreos 11.7.
Noé, como un fiel pregonero de justicia, mientras construía el arca, amonestaba a las gentes, hablándoles del juicio que estaba por venir a causa de sus pecados. Pero las multitudes, fijándose en el progreso de su civilización sin Dios, y no viendo señal alguna que presagiara el anunciado juicio, continuaron en sus pecados e incredulidad, burlándose de la candidez de Noé y de lo que ellos podían llamar sus ideas pesimistas. Los hombres de entonces despreciaron el aviso de Noé, y siguieron “comiendo, bebiendo, casán­dose y dando en casamiento”, hasta que la terrible realidad vino a despertarles de su fatal sueño. Las “cataratas del cielo”, y “las fuentes del grande abismo” fueron abiertas y “vino el diluvio y destruyó a todos”, Mateo 24.38.
Está escrito: “El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado; ni habrá para él medicina”, Proverbios 29.1. Sólo los que se refugiaron en el arca estaban a cubierto del juicio; fuera de ella todo era confusión y espanto. Y pronto el arca se mecía suavemente sobre la inmensidad de las aguas que habían cubierto toda la tierra. San Pablo dice “Las cosas que antes fueron escritas, para nuestra enseñanza fueron escritas”, Romanos 15.4.
El Señor Jesús hizo alusión a esta terrible escena diciendo: “Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre”, Lucas 17.56. Así nos enseña la notable semejanza que habrá entre las condiciones de los postreros días y la época antediluviana. “El prudente prevé el mal y se esconde; más los simples pasan adelante, y reciben el daño;” y un examen sincero de este presente tiempo debe hacernos previsivos. Ahora, como en los días de Noé, los hombres encuentran sobrado tiempo para dar satisfacción a las más extravagantes fantasías del capricho, pero no para ocuparse de aquello que interesa a todos: ahora, como en aquellos días, la proclamación del arrepentimiento y de la conversión suena en muchos oídos como una nota discordante en la armonía de la tan decantada civilización.
Sin embargo, la indiferencia de unos, y la incredulidad y oposición de otros, no hace sino corroborar nuestra fe en la revelación, pues: “Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre”.

Jesucristo se nos ofrece como única arca de salvación.

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