“Pero se salvará engendrando hijos...”
(1
Timoteo 2:15).
A juzgar por las limitaciones que Pablo impone al
ministerio de la mujer en la iglesia, podría parecer que la ha reducido a un
cero a la izquierda. Por ejemplo, no le permite enseñar, ni ejercer dominio
sobre el hombre, sino estar en silencio (v. 12). Algunos podrían concluir con
esto llegar a la conclusión que la fe cristiana relega a la mujer a un lugar
inferior.
Pero el versículo 15 aclara
cualquier malentendido semejante. “Pero se salvará engendrando hijos...”.
Claramente esto no se refiere a la salvación del alma, sino más bien a su
posición como mujer, o su posición en la iglesia. A la mujer se le concede el
enorme privilegio de educar a sus hijos e hijas para Dios.
William Ross Wallace decía:
“La mano que mece la cuna es la mano que gobierna al mundo”. Detrás de cada
gran líder hay una gran madre.
Es dudoso que Susana Wesley
alguna vez ministrara desde un púlpito, pero su ministerio en el hogar ha
tenido un alcance mundial a través de sus hijos Juan y Carlos.
En el mundo está de moda
que las mujeres abandonen el hogar para conseguir sus propias carreras y
empleos en el mundo profesional o de los negocios. Educadas en el mundo, les
parece que el trabajo del hogar es monótono y criar una familia es un quehacer
innecesario.
En un almuerzo de mujeres
cristianas, la conversación se encaminó al tema de las carreras. Cada una se
extasiaba departiendo acerca de su posición y salario. ¡En aquel lugar dominaba
un espíritu de rivalidad! Finalmente alguien se dirigió a una mujer que tenía tres
vigorosos hijos y le preguntó: “¿Y cuál es tu carrera, Carlota?” Y ella
contestó humildemente: “Crío hombres para Dios”.
La hija del Faraón le dijo a la madre de Moisés:
“Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré” (Éxodo 2:9). Quizás nos llevaremos una gran
sorpresa cuando estemos ante el Tribunal de Cristo y nos enteremos de los altos
salarios que el Señor paga a aquellas mujeres que se consagran para criar niños
y niñas para él y para la eternidad.
Sí, “se salvará engendrando
hijos...” El lugar de una mujer en la iglesia no es el del ministerio público,
pero quizás el ministerio consagrado de criar hijos es de mucha mayor
importancia a los ojos de Dios.
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