Darwin enfrentó un problema similar, el cual aún perturba a los evolucionistas
hasta hoy. Si nosotros fuéramos simplemente el producto del movimiento casual
de los átomos, habiendo comenzado todo con una explosión inexplicable (de una
fuente energética desconocida) llamada el “big bang”, entonces todos nuestros pensamientos son sencillamente el resultado del
movimiento casual de los átomos en nuestros cerebros, y por lo tanto no
tendrían significado (lo cual incluye la teoría de la evolución misma). Sea
lo que sea que sucede en las células de nuestro cerebro en cualquier momento,
debería ser rastreado hasta aquella gran explosión, a partir de la cual la
materia sin vida de alguna forma cobró vida y con el paso de muchísimo tiempo
finalmente evolucionó hasta llegar a ser células cerebrales. No existe ningún
punto en este proceso en el que el sentido de las cosas se pudiera haber
introducido, ni tampoco existe ninguna fuente racional dentro de la materia o
la energía (son intercambiables) de la cual hubiera provenido un plan con
propósito.
La ciencia no nos puede
decir ni de dónde vino la energía que se precisó para el big bang ni por qué
se llevó a cabo la explosión. Ciertamente, si sólo tuviéramos que lidiar con
la energía que explota, entonces el preguntar por qué (lo cual implica conocer
el sentido) sería inútil. No habría ni un por qué ni un de dónde en la energía
y las explosiones. Solo deberíamos cerrar todas las universidades y sentarnos
a lamentar que no hay verdad, ni propósito, ni significado. Aunque ni siquiera
nos lamentaríamos por la carencia de la verdad y el sentido si tan solo fuéramos
el mero producto de una explosión de energía, ya que tales conceptos nunca serían
el resultado de movimientos al azar de los átomos en nuestros cerebros.
Es innegable que no
habría ni verdad, ni sentido ni propósito, si no hubiera un Creador
inteligente, el cual por sus propias razones, hizo el universo y a cada uno de
nosotros según Su imagen. Pese a eso, el mundo académico rechaza abiertamente
este hecho, del cual no podemos escapar. Los profesores y los estudiantes
proclaman estar en la búsqueda de la verdad, cuando a la vez niegan que
exista, o que alguien pudiera identificarla en el caso que existiera. Esa es
la nihilista atmósfera en las principales universidades del mundo. Sería algo
muy dogmático si alguien declarara que la verdad puede ser encontrada. Entonces,
¿cuál es el objetivo de la investigación y el estudio, si todo lo que podemos
lograr es una lista de opiniones diferentes, ninguna de las cuales podría
declararse como correcta o incorrecta?
Esta actitud ha logrado
penetrar incluso a los seminarios teológicos y se ha desparramado a partir de
allí a la forma de pensar de la mayoría de la gente religiosa. Hoy día se
considera como algo triunfalista u orgulloso sugerir que hay solo una fe
verdadera y que todas las demás son incorrectas. Tal proclamación es
inexcusablemente ofensiva hacia todas las demás creencias. Como resultado,
cuando procuramos hacerle ver a la persona común y corriente la necesidad de
tener la certeza de seguir la senda espiritual correcta hacia la eternidad,
uno escucha que la gente una y otra vez encoge sus hombros y dice: “¿Acaso no
estamos tomando todos diferentes caminos que llevan al mismo lugar?”.
Pese a que eso suena
como la declaración de una mente abierta que intenta evitar ofender a alguien,
en realidad es la última moda en lo que se puede catalogar como ser cerrado.
Por un lado se les permite a todos que tomen diferentes sendas, y por otro se
insiste en que todas terminarán en el mismo lugar. Según esta afirmación, solo
existe un destino más allá de la muerte. Una vez más, violaríamos el sentido
de justicia y rectitud que todos poseemos en forma innata, ya que a un Hitler
no le iría peor que a una Madre Teresa. Y aquellos que sugerimos lo contrario,
rápidamente encontramos que esta tolerancia abierta de mente es intolerante
frente a cualquier opinión que esté en desacuerdo con ella.
En una forma más antigua de este mismo engaño, las escrituras persas
declaran, “Sea cual sea la senda que tome, se une al gran camino que lleva a
Ti... Ancha es la alfombra que Dios ha tendido...” Jesús también habló de un
camino ancho que se asemeja mucho a este concepto de “cualquier senda” y de
una “alfombra ancha.” Sin embargo, en vez de recomendarlo, dijo que lleva a la
destrucción: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y
espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por
ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida,
y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14). Jesús no fue dogmático ni
cerrado como para decir que solo existe un destino para todos; él dijo que hay
dos destinos, el cielo y el infierno. Nadie está forzado a ir a ninguno de
ellos. Si tomamos un camino u otro es un asunto de elección individual. Por
supuesto, si escogemos tomar el camino angosto que lleva a Dios, se debe tomar
según Sus términos.
En un interesante
artículo que apareció en la revista Time (15 de Junio, 1998, edición en
inglés), su autor relata una experiencia que ilustra la tontería de la
indisposición moderna de tomar una posición definida en lo que se refiere a la
creencia religiosa:
Cuando me estaba registrando en un hospital local para
ser examinado, la señora de Admisiones me preguntó: “¿Cuál es su preferencia
religiosa?”. Me sentí tentado a repetir lo que Jonás dijo: “Soy hebreo”
señora, “y temo a Jehová, Dios de los cielos...” Pero eso me hubiera conseguido
un pase inmediato a psiquiatría en vez de a rayos X.
En tiempos antiguos, se preguntaba “¿Cuál es tu Dios?”.
Hace una generación se preguntaba sobre la religión. Hoy día, el credo de uno
es una preferencia religiosa. Según Chesterton, la tolerancia es la virtud de
las personas que no creen en nada.
Cuando se sostiene que en la
religión de uno se encuentra la suerte del alma inmortal, a esa postura
fácilmente le puede seguir la Inquisición; cuando se cree que la religión es
una preferencia del consumidor, florece la tolerancia religiosa. Después de
todo, uno no persigue a las personas por su gusto con respecto a los autos.
¿Por qué perseguirlos por su gusto sobre dioses?
Es bien extraño no obstante... que
aún sobrevive una forma de intolerancia religiosa... el desprecio hacia
aquellos para los cuales la religión no es una preferencia, sino una
convicción...
La convicción que existe un camino definido hacia el
cielo no es tolerado en estos días de supuesta tolerancia, debido a que esta
postura asume que los demás caminos no llevan al mismo lugar, que la verdad sí
existe, y que existe una diferencia
entre lo correcto y lo incorrecto. En vez de estas convicciones pasadas de
moda, la nueva moda para el nuevo milenio es el ecumenismo de mente abierta.
Se supone que debemos dejar de lado la necesidad racional de estar seguros
sobre nuestro destino eterno, y adoptar una tolerancia sin sentido que tan
solo promete evitar discusiones religiosas en esta vida, pero que no ofrece
ninguna seguridad para la próxima.
La tolerancia parecería ser una virtud, y en momentos sí que lo es. Pero
por otro lado, una actitud que permita que un padre sea tolerante con un
comportamiento que está dañando a su hijo, o que un policía sea tolerante con
criminales que acechan a otras personas, deja de ser una virtud,
transformándose en un vicio que permite y favorece el mal. Así también, el ser
tolerantes con una falsa esperanza que ha engañado a multitudes y que les llevará
a la destrucción, difícilmente puede ser la posición de aquellos que realmente
aman a su prójimo. Es por eso que Pablo dijo, “Conociendo, pues, el temor del
Señor, persuadimos a los hombres...” (2 Corintios 5:11).
Este tema referente a dónde pasará uno la eternidad no es un asunto de
preferencias, como lo es si a uno le gustan los tallarines con o sin queso.
Nuestras opiniones e inclinaciones no pueden modificar lo que Dios ha
decretado. ¿Por qué es que el Creador debería tolerar y admitir en Su cielo a
los rebeldes que han quebrantado sus leyes, menospreciado su Palabra, y rechazado
la salvación que Él ofrece? El imaginarse eso sería atribuir a Dios el tipo de
indulgencia que uno condenaría en cualquier juez terrenal.
En su remarcable libro,
The Closing of the American Mind [El Cierre de la Mente Norteamericana], el
profesor de filosofía de Chicago, Alan Bloom señala que una virtud en Estados
Unidos en estos días parecería ser la apertura a cualquier cosa, como si todos
fueran comportamientos o puntos de vista igualmente válidos. Y toda opinión
es bienvenida con la misma tolerancia, no convicción, sino tolerancia. Sería
considerado como un dogmatismo inaceptable en la mayoría de los círculos
decir hoy día que la verdad existe. Eso significaría que aquellos que no
acepten la verdad estarían equivocados, y nadie debe estar equivocado.
El Dr. Bloom señala que
nos hemos vuelto tan abiertos a todo, que nuestras mentes se han cerrado a la
idea de que algo en realidad pueda ser correcto y por lo tanto otra cosa sea
falsa. Quiere decir que, ¡la mentalidad norteamericana se está cerrando por
medio de esta apertura! Eso es exactamente lo que está sucediendo en la era
post-racional, la cual se ha apoderado de nuestras universidades y seminarios,
y del pensamiento de muchos líderes eclesiásticos.
Nuevamente, la simple
lógica rechazaría esta idea que todos los caminos llevan al mismo lugar.
Debemos reconocer que existen serias contradicciones entre las varias religiones
a nivel mundial. Ni siquiera se está de acuerdo en la cantidad de dioses (para
los hindúes son millones, para los musulmanes es uno, para los budistas no hay
ninguno), y mucho menos en su identidad o naturaleza. Tampoco están de acuerdo
las religiones mundiales sobre cómo aplacar a su dios o dioses o cómo llegar a
su versión del cielo después de la muerte.
Llamada de Medianoche