Contempla
en Jesús EL CORDERO PROVISTO PARA TAL FIN
Dios
cumple siempre lo que promete. Dios cumplió en el Señor Jesús cada promesa,
cada profecía, cada símbolo sacrificatorio de Él anotado en la Biblia. Jesús
es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo colgado en la histórica
cruz del Calvario. Quiere decir, entonces, que Dios mismo proveyó el Cordero, y
cumplió en la historia lo que había prometido en las profecías. El apóstol
Pablo fue a las naciones con el mensaje de Cristo crucificado. Lo transformó
en un mensaje vivido. A cierto grupo que escuchaba su predicación le habló de
esta manera, "...ante cuyos ojos Jesucristo fue ya descripto [presentado] como crucificado entre
vosotros” (Gálatas 3:1). La palabra descripto que aparece en la frase, en el
original griego dice gráficamente, es decir, ver algo de un modo objetivo.
Pablo no tuvo consigo ninguno de los adminículos modernos que se emplean para
presentar dibujos en público; pero trazó un cuadro de Jesucristo crucificado
por medio de su palabra, y lo hizo de un modo tan vivido y real que los oyentes
pudieron casi verlo. Aquella gente contempló el Cordero de Dios.
Hace
mucho tiempo leí una narración que interpreta muy bien lo que Pablo quiso decir
con la frase, “...ante cuyos ojos Jesucristo fue ya descripto como crucificado
entre vosotros”, y es una ilustración de las palabras de Juan el Bautista, “He
aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Stenberg, artista de Düsseldorf, Alemania,
había sido contratado para pintar un cuadro de la crucifixión de Cristo. Tenía
el cuadro ya casi terminado cuando sintió un gran deseo de salir al campo a
respirar el aire primaveral. Tomó la paleta y los pinceles y se dirigió a la campiña que rodeaba a la ciudad.
Buscando un paisaje que lo inspirara, vio, a corta distancia suya, a una niña,
con cabello renegrido, que tejía una canasta. De pronto la niña se dio vuelta
y vio al artista. Levantarse y comenzar a danzar delante de él fue obra de un
segundo de tiempo. El pintor logró verla en
determinada pose y le dijo: “¡Quédate quieta!” La niña permaneció inmóvil
mientras el artista trazaba rápidamente el bosquejo, diciéndose para su coleto [para si], “La voy a pintar como danzarina
española”. La niña resultó ser una gitana y convino con ella que iría a su
estudio a posar tal cual él la había bosquejado ya, para perfeccionar el
cuadro.
En la primera visita que ella hizo al
estudio, sus ojos captaron en seguida el grandioso cuadro de la crucifixión de
Cristo, y de inmediato se sintió atraída al lienzo y a la figura central:
Cristo en la cruz. Le preguntó a Stenberg quién era y que había hecho. Como el artista no sabía na-da del poder del evangelio,
contestó fríamente a la gitana. Le dijo que la figura central representaba a
Cristo, que era un hombre bueno, y que no había hecho nada como para que lo
mataran. En esa ocasión no le dijo más nada.
Cuando volvió al día
siguiente, los ojos de la muchacha volvieron a clavarse en el cuadro al tiempo
que preguntaba al artista, “Si Él fue un hombre bueno, ¿por qué lo trataron de
esa manera?” Stenberg, para que se dejara de hacer preguntas, le narró la
historia de la crucifixión de Cristo Jesús. Pero fue una narración que carecía
de un mensaje evangélico.
En
la última visita, el pintor le dijo a la gitana que el cuadro estaba vendido y
que ella recibiría su paga y, además, una moneda de oro extra. Echando una
mirada lánguida al cuadro de la crucifixión mientras se iba, la muchacha le
dijo a Stenberg, “Señor, usted debe amar mucho a quien hizo tanto por usted,
¿verdad?” Las palabras de la gitana penetraron como una flecha en el corazón
del pintor. No amaba al Señor Jesús, y lo sabía, pero, por medio del cuadro
que había pintado quedó convicto de tu necesidad de salvación. Supo de un
predicador que estaba evangelizando en las cercanías de la ciudad, y fue a escucharlo.
Por primera vez en la vida Stenberg oyó el verdadero mensaje de salvación por
medio de Cristo crucificado, y lo aceptó como su Salvador.
Al regresar al
estudio se preguntaba, “¿Qué puedo hacer para predicar a Cristo?... Pero yo no
sé predicar... ¡Ya se lo que haré!... ¡Pintaré el Evangelio del amor de Dios! El
cuadro que acabo de pintar no tiene amor. Voy a pintar otro cuadro de la
crucifixión de Cristo; pero esta vez le daré vida expresándole amor y
compasión”. Así lo hizo, y lo ofreció al museo de arte como un regalo. Después
solía visitar el museo, se colocaba detrás del cuadro y oraba para que el Señor
bendijera su sermón pintado.
Una tarde, momentos
antes de que se cerrara el museo, vio que una niña se había quedado parada
delante del cuadro. Fue hacia ella y reconoció que era la gitana de su cuadro.
Estaba llorando. Inmediatamente el pintor la llamó por su nombre. “Pepita, ¿qué
te pasa?” Ella le dijo que deseaba que Cristo la amara, así como Él había amado
al artista: pero que ella era una pobre muchacha gitana. Entonces Stenberg le
contó la historia verdadera del Evangelio. Le explicó que el Señor Jesús había
muerto también por ella en la cruz del Calvario. Pepita miró al Cordero de
Dios, creyó y fue salva también.
Muchos años después
que Stenberg y Pepita habían ya traspuesto los umbrales de la eternidad, un
joven noble franqueó las puertas del museo de Dusseldorf, y muy pronto se
encontró parado ante el cuadro de la crucifixión del Cordero de Dios pintado
por Stenberg. Se sintió captado por el lienzo. De pronto se fijó en la leyenda
clavada en el marco del cuadro. “Todo esto yo he hecho por ti. ¿Qué has hecho
tú por Mí?” El joven salió del museo hecho un hombre nuevo. ¿Quién era? Nada
menos que el Conde Zinzerdorf, el que llegó a ser el fundador de tantas
misiones moravas.
Dice Juan “Y mirando
a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios”. Tales palabras
fueron dirigidas a dos hombres. ¿Miraron? Si. “Y oyéronle los dos discípulos
hablar, y siguieron a Jesús” (Juan 1:37). Estos dos discípulos eran Juan y
Andrés, quienes llegaron a ser discípulos de Cristo y se contaron entre los más
útiles de la era apostólica. Andrés se constituyó en el gran ganador de almas
del grupo apostólico, y Juan llegó a ser el discípulo a quien Jesús amó. Este
gran cambio se produjo en el corazón y en la vida de ellos porque miraron al
Cordero de Dios.
Mi amigo lector que
todavía no eres salvo: Tú también puedes mirar, si quieres, al Cordero de Dios,
al Señor Jesucristo, crucificado por ti, y con esa mirada ser salvo y poseer
actualmente la vida eterna, y pasar la eternidad con el Señor Jesús.
Jesús
será EL CORDERO PERPETUAMENTE
No puedo terminar
este sermón sin dirigir una palabra a los que ya están salvos, a los cuales la
Palabra de Dios llama santos, “los que hicieron conmigo (Dios) un pacto con
sacrificio” (Salmo 50:5). Para vosotros, mis estimados amigos, Jesús será EL
CORDERO PERPETUAMENTE. El último libro de la Biblia llama a Jesús "el
Cordero” 28 veces. Pero mencionaré solamente donde aparece como el CORDERO
PERPETUO: “Y miré, y he aquí en medio del trono y de los cuatro animales, y en
medio de los ancianos, estaba un Cordero como inmolado” (Apoc. 5:6). Allí se
le ve “en medio del trono” y “en medio de los ancianos” con las marcas de la
crucifixión sobre El. Son las que tenía en el cuerpo de la resurrección (Juan
20:27), y las tiene en Su cuerpo glorificado.
Una vez le oí decir
al Dr. Juan R. Rice, el bien conocido evangelista, mientras predica en
Seattle, que, en el cielo, cuando los redimidos tengan el cuerpo glorificado,
libre de las cicatrices contraídas en el servicio cristiano en la tierra,
habrá Un Cuerpo que para siempre jamás mostrará las cicatrices contraídas en el
servicio de Dios, contraídas al ofrecer la expiación, y que ese cuerpo será el
del Señor Jesucristo. El Dr. Rice tiene razón en lo que afirma, porque el
pasaje de Apocalipsis 5:6 muestra al Cordero, al Señor Jesús, como si hubiera
sido sacrificado y con las, marcas de la crucifixión sobre El.
Cuando, contemplemos
al Señor Jesús a través de las edades de los siglos sin fin, jamás podremos
olvidar que estamos allí gracias a Él, porque con sus sufrimientos en la cruz
hizo posible nuestra redención. Las manos, los pies y el costado herido harán
que para siempre le amemos y le adoremos.
El
Señor Jesús, como EL CORDERO PERPETUO, pastoreará a quienes “han lavado sus
ropas, y las han blanqueado en la sangre del Cordero” (Apoc. 7:14), porque se
nos dice que “el Cordero que está en medio del trono los pastoreará” (Apoc.
7:17). Finalmente, el libro de Apocalipsis nos dice que el Señor Jesús, como
“el Cordero”, reinará, con Dios el Padre, a través de todos los siglos de la
eternidad. “El trono de Dios y del Cordero estará en ella” (Apoc. 22:3).