miércoles, 12 de agosto de 2020

DAVID PREGUNTANDO A JEHOVA.

 “Y oyendo los Filisteos que habían ungido a David por rey sobre Israel, todos los Filisteos subieron a buscar a David: lo cual como David oyó, vino a la fortaleza. Y vinieron los Filisteos, y se extendieron por el valle de Rafaim. Entonces consultó David a Jehová, diciendo: ¿Iré contra los Filisteos? ¿Los en­tregarás en mis manos? Y Jehová respondida David: “Ve, porque ciertamente entregaré a los Filisteos en tus manos... Y los Filisteos tornaron a venir, y se extendieron en el valle de Rafaim. Y consultando David a Jehová, él le respondió. No subas; más rodéalos, y vendrás a ellos por delante de los morales...Y David lo hizo así, como Jehová se lo había mandado: e hirió a los Filisteos desde Geba hasta llegar a Gezer”.2 S. 5.17-25.

Aquí encontramos al hombre ‘‘conforme al cora­zón de Dios”, David, consultando a Jehová para ha­cer una cosa para la cual, en apariencia, no había ninguna necesidad de consultar, siendo, como era, el rey de Israel. Él podía actuar en todas las circuns­tancias que se le presentaran, pues había sido capa­citado para ello, pero su dependencia completa en el Señor, le lleva a consultar y esperar en Dios, para que Él le de la orden de salir a palear o no, en contra de los Filisteos. Muchas veces hallamos las mismas palabras de consulta que David hizo a Jehová y en todas estas ocasiones fue guiado a victoria sobre sus mu­chos enemigos. Parece que el temor y la dependencia que caracterizaban a David era el motivo por lo cual Dios lo había hallado ‘‘conforme a su corazón” como lo expresó a Samuel, cuando éste no se consolaba por lo que Saúl había hecho.

No cabe duda que esa dependencia completa agradó a Dios y es muy marcado que, mientras él la tuvo todo fue del agrado de su Dios, pero al solo caer en descuido de ella, le trajo las más duras y tristes consecuencias, no solo para él mismo, sino para otros.

En este tiempo, a nosotros que somos su pueblo redimido, se nos exhorta a depender constantemente en el Señor, para que vayamos de victoria en victo­ria sobre nuestros variados y múltiples enemigos. En el escogimiento que Dios hizo de nosotros por medio de nuestro Señor Jesucristo, habiéndonos hecho aptos para participar de la suerte de los santos en luz, Col. 1.12.13, somos llamados a pelear en contra de nuestros enemigos. Por ser ignorantes muchas veces de nuestro más grande enemigo, el diablo, quien practica en contra nuestra toda suerte de es­tratagemas, ignoramos también lo malo y desleal que es nuestra misma carne y las astucias tremendas del mundo y de sus cosas en embargar nuestras vidas para que no paliemos y ganemos sobre ellos, y no es extraño que Dios con tanta insistencia nos amoneste sobre la falta de confianza que muchas veces hay y el poco cuidado que tenemos de desconfiar de nosotros mismos para apoyarnos en su dirección.

‘‘Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no estribes en tu prudencia..., No seas sabio en tu opinión: teme a Jehová y apártate del mal” Pr. 3.5-7, esta es, tal vez, la más grande amonesta­ción que tenemos para nosotros mismos, pues el estribar en nuestra propia prudencia, ha sido y es la causa de los más grandes fracasos en la vida de los hijos de Dios. Esa dependencia propia, esa sabi­duría personal, es la que nos lleva a ser descuidados y negligentes en el temor al Señor, y nos evita buscar de Él la completa guía en lo que tene­mos que hacer. El temor y la dependencia del Señor nos lleva al conocimiento de nuestra inutilidad incapacidad en nosotros mismos y nos guía a fiarnos en la potencia del Señor, que es el único que sabe todas las trampas, los engaños, fracasos y deslealtades que podemos encontrar en el camino. El diablo quiere valerse de todo esto para que no alcancemos a glori­ficar el nombre de nuestro Señor, y para que, estando entretenidos con alguna otra cosa, no mostremos lo que Él nos ha dado, que es la salvación de nuestras almas. Muchas veces, aparentamos buscar la dirección y voluntad del Señor, pero de antemano hemos ya planeado lo que queremos hacer y vamos al Señor exponiendo solo para que Él lo apruebe, en lugar de pe­dir su entera voluntad. Eso es tremendamente desleal, porque nuestras vidas no son nuestras y no tenemos derecho a planear si realmente le hemos dado o ren­dido nuestra voluntad. Él quiere hacer lo que Él desea con lo que es de Él y es para nosotros sujetar­nos completamente a esa voluntad, porque nos ha comprado y tiene toda autoridad y derecho para man­dar y espera que cumplamos. Segundo, al planear y después buscar su aprobación, es un engaño a noso­tros mismos, pues creemos o nos hacemos creer que es El quien nos guía a hacer tal o cual cosa, cuando realmente somos nosotros quien la queremos, y cuan­do llegamos a dar con resultados contrarios a lo que esperábamos, nos rebelamos y murmuramos en contra de Él, y entonces pensamos que es El quien nos ha guiado mal. El tiempo y el ejercicio de alma nos hacen llegar a realizar nuestra equivocación, algunas veces, en otras ocasiones nos rebelamos más hasta caer en completa indiferencia para las cosas del Señor. Otras veces, vamos a Él aparentando buscar su volun­tad, pero en el fondo, con mucha astucia, tenemos decidido lo que vamos a hacer. En su maravillosa paciencia nos enseña por su Palabra, a esperar para que Él muestre su voluntad y haga que todas las cosas contribuyan a desarrollar ese propósito. En algunos casos creemos y confiamos por un poco de tiempo más luego vienen circunstancias que nos empu­jan en dirección contraria a la del Señor y entonces, ‘‘pensando que tenemos lo que deseamos” como pasó a aquellos que navegaban con Pablo a Roma, Hch. 27.13-25, nos metemos en tan grandes tempestades que caemos también, por azote y castigo del Señor, en verdaderas cárceles de aflicción, hasta que, pasados muchos días, estando afligidos, tentados, angustiados y derrotados por nuestros enemigos, venimos a la conclusión de que nos equivocamos, y desoímos la voz del Señor. Si somos ejercitados y buscamos bien los hilos de nuestra confianza propia, hallaremos que Dios es fiel y misericordioso y da Palabra de perdón, consolación y ánimo cuando regresemos a buscar en humillación el mismo punto de donde caímos. Otras veces, llegamos a ser como el caballo o como el mulo que arremetemos en nuestra propia voluntad, sin en­tendimiento y Dios en su misericordia tiene que tra­tarnos con dureza, porque ve nuestra decisión a andar y hacer lo que nosotros creemos es nuestro deber hacer, viniendo a estar en contra de Él. Sal. 32.9. Después venimos a parar como David cuando no con­sultó a Dios para saber qué hacer, porque había caído en negligencia y confianza propia.

Pasando por el capítulo 5 de 2 Samuel a 2 Samuel 21 hallamos un intervalo en la vida de David en que no se menciona esto de consultar a Jehová. Sin duda oró de alguna manera, pero por las cosas que sucedieron se ve que él había perdido esa dependen­cia en Dios, La manera cómo llevó el arca del Pacto, nos dice bastante de su suficiencia personal. En el capítulo seis, nos da el relato: “Y David tornó a juntar todos los escogidos de Israel, treinta mil. Y se levantó David, y fue con todo el pueblo que tenía consigo, de Baal de Judá, para hacer pasar de allí el arca de Dios, sobre la cual era invocado el nombre de Jehová de los ejércitos, que mora en ella éntrelos que­rubines”. No hallamos, como las otras veces que con­sultó a Jehová”. Tenía el mando de todo y, pen­sando que el arca debía estar en medio del pueblo, se levanta y, sin consultar a los sacerdotes, va y la pone sobre un carro nuevo tirado por bueyes. Con toda suerte de instrumentos de madera, con arpas y salterios, adufes, flautas y címbalos la llevan al lugar que él le había destinado. De repente los bueyes da­ban sacudidas y el arca es movida y Uza, uno de los hombres valientes de David, extiende su mano para detenerla y en ese momento cae muerto junto al arca. David se entristece porque Jehová había heri­do a Uza y teme seguir llevando el arca, entonces la deja recomendada en la era de Obed-edom, uno de los de Israel, Allí estuvo el arca tres meses, hasta que llegó aviso a David de cómo Jehová estaba ben­diciendo a Obed-edom. Esta vez, ya no la lleva como la primera vez. Cada seis pasos era ofrecido en sacrificio un buey y un carnero hasta que llegó a la tienda que el mismo David había preparado para ella.

            ¿Por qué castigó Dios a David hiriendo a su siervo? ¿Por qué lo avergonzó e impidió llevar el arca la primera vez? Porque Dios había dicho claramente que aquella arca tenía que ser llevada sobre los hom­bros de los levitas, Nm. 3.6-10; Jos. 3.3,11,14. La llevada del arca en un carro nuevo, tirado por bueyes, había sido copiada de los Filisteos, cuando en el tiem­po de Eli, peleando Israel con ellos, tomaron el arca y se la llevaron a su tierra, poniéndola en el templo de Dagón su dios. Después, cuando los Filisteos vie­ron que la mano de Jehová era dura sobre su dios Dagón, y que estaban heridos con las plagas que Dios mandó, tomaron el arca y la pusieron encima de un carro nuevo en el que uncieron dos vacas cuyas crías habían sido encerradas, y aquellas vacas llevaron el arca a su destino. 1 S. 6. "El carro nuevo” pues, fue invención de los Filisteos que no sabían otra cosa mejor ni, tenían noticias de la orden de Diosa su pueblo. Para ellos no era desobediencia, pero cuando David, el ungido por Dios como rey de su pueblo, se levanta a copiar e imitar la manera de llevar el arca, es cosa diferente, y por esa razón fue castigado y humillado, aunque tuvo buen deseo de tener el arca en su respectivo lugar. No era malo tenerla en su lugar, pero era malo el imitar y deso­bedecer a Dios. En esto encontramos una grande lección para la cristiandad de hoy día. Ella ha querido imitar mucho de lo que los enemigos de Dios hacen para llevar adelante el propósito de predicar el evange­lio, con la mira de lograr el ensanchamiento del reino de Dios en este mundo. Dios ha dado bien claro, por medio de sus siervos, en las epístolas, la manera para la Iglesia de llevar sus preceptos, de acuerdo con las enseñanzas de los apóstoles. Cada cosa ense­ñada, como el bautismo, la cena del Señor cada pri­mer día de la semana, etc., ha sido exactamente de­tallada, para que la Iglesia lleve ese modelo en obe­diencia a su Señor, De la manera como a Moisés le fue dicho de hacer el Tabernáculo conforme a su diseño que le fue mostrado en el monte, y aquel lo hizo exactamente igual, así a la Iglesia se le ha dado el diseño para su adoración y alabanza hacia su Señor. Si la Iglesia en lugar de hacerlo de acuerdo con lo que la Palabra enseña, inventa o copia las maneras del mundo y con la excusa de adelantar el crecimiento de la obra, deja a un lado lo que se le encomienda, está en abierta desobediencia al propó­sito de su Señor, Que los del mundo celebren sus reuniones y hagan todo lo que quieran, nada tenemos que condenar, son libres de hacerlo, pero cuando la Iglesia se pone a imitar sus maneras, es ya con­denado por la Palabra de Dios.

            Notemos que David con la muerte de Uza no ejercita su corazón para volver en sí, ni se conde­na a sí mismo como lo hizo en aquella otra ocasión cuando, por haber contado al pueblo de Israel, Dios tuvo que matar a muchos y cuando David vio al ángel de Jehová con su espada desnuda para herir a Jerusalén, cayendo delante de Dios, dice: ‘‘Yo pequé, yo hice la maldad; ¿Qué hicieron estas ovejas? Te ruego que tu mano se torne contra mí, y contra la casa de mi padre” 2 S. 24.1-17, Su corazón estaba en aquel entonces lejos y cayó en el pecado con la mu­jer de Urías Heteo; con sus enemigos se portó cruel­mente, midiéndolos por cordeles, un cordel de muerte y uno de vida, también los puso debajo de sierras y de trillo de hierro y los hizo pasar por hornos de ladrillos; en una victoria sobre sus enemigos, toma la corona del rey de ellos y la pone sobre su cabeza, coronándose así mismo; Así podemos ver los desa­ciertos y la diferencia que hay cuando Dios es con­sultado en todo y cuando el hombre en su fuerza se levanta para hacer lo que quiere hacer, sea grande o pequeño. Cuántas veces nosotros también en nuestra suficiencia propia y terquedad llegamos a hacer lo que David hizo. ¡Cuánta crueldad y dureza en contra de los que pensamos sen nuestros enemigos, y tenemos que sufrir ¡as consecuencias de nues­tra negligencia en oración, o de nuestra suficien­cia personal! Creyéndonos capaces de todo, traemos dolor a otras vidas, retrasamos la obra del Señor y hacemos que sea blasfemado el nombre del que nos ha amado, el Señor Jesús. Quiera El, y sin duda lo quie­re, que algunos de bus hijos que se encuen­tren en semejante condición a la de David, vuelvan en sí, para realizar el error de esa suficiencia perso­nal, por la cual tanto desacierto ha sido hecho, para que en humildad puedan pedir perdón al Señor por su falta y dar la debida restitución a las vidas que han sufrido por ellos. Es muy difícil, pero nada imposible al corazón contrito y humillado que quiere ser fiel para con Dios.

En el capítulo 21, volvemos a ver a David ‘‘con­sultando a Jehová” y es porque Dios había enviado hambre en la tierra. Hasta ese momento parece que David ejercita su corazón delante de Jehová, pues sin duda al ver que el hambre con sus estragos aflige al pueblo del Señor, recuerda que Dios por medio de Moisés había dicho que si eran fieles a sus manda­mientos Él les prosperaría, pero que si se apartaban y si pecaban tendrían hambre y calamidad: "Y será que, si oyereis diligente la voz de Jehová tu Dios, para guardar, para poner por obra todos sus mandamien­tos,… te hará Jehová sobreabundar en bienes...en el país que juró Jehová a tus padres que te había de dar” Dt. 28,1-13. Al preguntar David a Jehová la causa del hambre, Él le dice que es por causa de Sa­úl, que etí su celo por Israel, no había guardado el juramento hecho a los Gabaonitas, Jos. 9, David va a ellos para inquirir qué puede hacer para que se arregle a satisfacción la falta que había cometido Saúl y cumplen al pie de la letra su demanda. Son ahorcados los hijos de Saúl, menos Mefi-boset, hijo de Jonatán, por haber mediado también un jura­mento entre David y Jonatán. Mire cuánto se tiene que hacer para volver al Señor en completa dependen­cia. Así experimentamos muchas veces el hambre en nuestra propia tierra y es entonces cuando realizamos hasta dónde nos hemos alejado de la comunión con el Señor. Dios nos trata bajo el mismo principio. Para nuestra salvación no hay más que una sola condición y ese reconocimiento de nuestra necesidad y acepta­ción de la obra que ha sido hecha a nuestro favor. Después, en toda nuestra vida cristiana, siempre hay condiciones que son puestas para nuestro bie­nestar y prosperidad y para que en todo podamos glori­ficar al Señor. Si reconocemos en nosotros mismos que nada podemos hacer, y dependemos constante­mente en Él para toda dirección, nos hallaremos salvos de toda caída; pero si nos fiamos de nosotros mismos y de nuestra prudencia, tarde o temprano hallare­mos tristeza, humillación, fracaso y despertaremos a la multitud de desaciertos y necedades que habremos hecho.

Tenemos que inquirir siempre la causa de pobre­za en nuestra vida, haciéndolo con corazón humilde hallaremos, como David, bendición. Dios es tardo para la ira y se arrepiente del castigo. Jl. 2.13. Siempre está listo para perdonar y olvidar y aún restaurar ad que ha estado lejos, pues: “Como el padre se compa­dece de sus hijos, se compadece Jehová de los que le temen. Porque él…Se acuerda que somos polvo” Sal. 103.13,14; “¿Qué Dios como tú, que perdonas la maldad, y olvidas el pecado del resto de tu heredad? No retuvo para siempre su enojo, porqueras amador de misericordia" Miq. 7.18.19.

Que Dios esfuerce nuestros corazones, para estar siempre listos a preguntar a la boca de nuestro Dios, y evitar fracaso y tristeza. Si alguno de sus hijos está sufriendo los resultados de su suficiencia perso­nal, no se desmaye, que Dios es fiel y misericordioso y estará listo para hacerlo tornar de sus iniquidades y pecados.

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