miércoles, 12 de agosto de 2020

¿TIENES EN TU MANO UNA VARA O TIENES LA MANO LEPROSA?

 Éxodo capítulo 2


            Moisés cuando era joven antes de ser convertido era un muchacho tremendo. A los tres meses de nacido gritaba y pataleaba; no pudo hacer más ocultado por sus padres de la sentencia del rey Faraón. Puesto dentro de una arquilla en el río Nilo empezó a llorar para que la hija de Faraón lo oyera. (Éxodo 2:1-10) En las escuelas egipcias Moisés se vio más aventajado que los muchachos de sus tiempos.

            A los cuarenta años Moisés salió sin ser enviado, a ver las cargas de sus hermanos, y observó a un egipcio que hería a uno de los hebreos. Miró a todas partes y, viendo que no parecía nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena. Huyó a Madián y llegó junto a un pozo. Las hijas del sacerdote vinieron a sacar agua para dar de beber a las ovejas y los pastores las echaron. Moisés volvió a “levantar sus puños,” defendió las muchachas y sacó agua para las ovejas. (Éxodo 2:11-19).

            En todo esto Moisés muestra la firmeza de su carácter y su corazón de pastor, pero le faltan otros cuarenta años para recibir su graduación. Cuarenta años pastoreando ovejas con las pruebas del desierto volvieron al mismo Moisés humilde como una oveja. La primera cosa que aprendió fue el amor al rebaño, virtud que fue característica en su vida, guiando al pueblo de Israel por el desierto. (Éxodo 32:31,32)

            Posiblemente la conversión de Moisés fue en el monte Sinaí, cuando el Señor se le apareció en la visión de la zarza que ardía y no se consumía. Dios le llamó y le comisionó para que sacase a su pueblo de Egipto, pero Moisés, que cuarenta años atrás era precipitado y atrevido, también ha aprendido la humildad. Empezó a exponer varios complejos de su inferioridad. El Señor le dijo: “¿Qué es eso en tu mano?” y él respondió: “Una vara.”

            Una insignificante vara o cayado de pastor es lo único que Moisés pone a la disposición del Señor. Desde aquí en adelante es llamada la vara de Dios; Éxodo 4:1,2,17,20. Por el poder de Dios, el don de Moisés estaba en aquella vara que sostenía en su mano, y ¡qué de portentos hizo con aquella vara!

            Hermano, por la virtud del Señor puedes tener tu don en tu mano para repartir tratados evangélicos, para poner en manos de otros una Biblia, para escribir de las virtudes piadosas del siglo venidero. Puedes tener una mano liberal para ayudar a la evangelización, o socorrer al necesitado.

            Los hombres para obrar quieren los medios y la capacidad más grande, pero el Señor quiere que pongamos a su disposición las cosas pequeñas: los cinco panes y los dos peces del muchacho (Juan 6:9), el vaso de barro de Gedeón (Jueces 7:20), la botija de aceite de la viuda (2 Reyes 4:2-7), la aguja de Dorcas (Hechos 9:36-41), la casa de Filemón (vv. 5-7,22), la elocuencia de Apolos (Hechos 18:24-28), la abnegación de Pablo (Filipenses 2:17, 4:12,13).

            Por segunda vez el Señor dijo a Moisés: “Mete ahora tu mano en tu seno.” Y él la metió, y como la sacó he aquí su mano estaba leprosa como la nieve. Aunque estas señales que Dios le daba eran para Egipto e Israel, también eran lecciones y experiencias personales a Moisés; primero para que no fuera a engreírse por los milagros que iba a obrar y reconociera que él en sí mismo era pura carroña, la figura del pecador.

            El rey Uzías empezó a prosperar y hacerse poderoso en su pueblo. Esto le enalteció, y entró en el lugar santo para ofrecer el perfume santo sin saber que ya la lepra estaba en su frente. “Y porque la grandeza de las revelaciones no me levante descomedidamente, me es dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobre manera.” (2 Corintios 12:7)

            La otra lección es: si no tienes en tu mano la vara, señal del poder de Dios, entonces tienes la mano leprosa. ¿Para qué sirve una mano leprosa? Uno de los primeros milagros del Señor en su ministerio fue de estirar y poner en movimiento la mano seca del hombre en Capernaum. (Lucas 6:6-10) Alguno dirá que la lepra es figura del pecado, y después que hemos creído en el Señor por su sangre, somos limpios de esa inmundicia. ¿No era limpia también María? pero fue disciplinada con la lepra. Léase el Salmo 38; parece que David cayó en la misma disciplina.

            O servimos al Señor con lo que tengamos y podamos, o somos inútiles. O tiene en tu mano la vara, o tienes la mano leprosa. “Entonces os tornaréis, y echaréis de ver la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve.” (Malaquías 3:18).

José Naranjo

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