Éxodo capítulo 2
Moisés
cuando era joven antes de ser convertido era un muchacho tremendo. A los tres
meses de nacido gritaba y pataleaba; no pudo hacer más ocultado por sus padres
de la sentencia del rey Faraón. Puesto dentro de una arquilla en el río Nilo
empezó a llorar para que la hija de Faraón lo oyera. (Éxodo 2:1-10) En las
escuelas egipcias Moisés se vio más aventajado que los muchachos de sus
tiempos.
A los cuarenta años Moisés salió sin
ser enviado, a ver las cargas de sus hermanos, y observó a un egipcio que hería
a uno de los hebreos. Miró a todas partes y, viendo que no parecía nadie, mató
al egipcio y lo escondió en la arena. Huyó a Madián y llegó junto a un pozo.
Las hijas del sacerdote vinieron a sacar agua para dar de beber a las ovejas y
los pastores las echaron. Moisés volvió a “levantar sus puños,” defendió las
muchachas y sacó agua para las ovejas. (Éxodo 2:11-19).
En todo esto Moisés muestra la
firmeza de su carácter y su corazón de pastor, pero le faltan otros cuarenta
años para recibir su graduación. Cuarenta años pastoreando ovejas con las
pruebas del desierto volvieron al mismo Moisés humilde como una oveja. La
primera cosa que aprendió fue el amor al rebaño, virtud que fue característica
en su vida, guiando al pueblo de Israel por el desierto. (Éxodo 32:31,32)
Posiblemente la conversión de Moisés
fue en el monte Sinaí, cuando el Señor se le apareció en la visión de la zarza
que ardía y no se consumía. Dios le llamó y le comisionó para que sacase a su
pueblo de Egipto, pero Moisés, que cuarenta años atrás era precipitado y
atrevido, también ha aprendido la humildad. Empezó a exponer varios complejos
de su inferioridad. El Señor le dijo: “¿Qué es eso en tu mano?” y él respondió:
“Una vara.”
Una insignificante vara o cayado de
pastor es lo único que Moisés pone a la disposición del Señor. Desde aquí en
adelante es llamada la vara de Dios; Éxodo 4:1,2,17,20. Por el poder de Dios,
el don de Moisés estaba en aquella vara que sostenía en su mano, y ¡qué de
portentos hizo con aquella vara!
Hermano,
por la virtud del Señor puedes tener tu don en tu mano para repartir tratados
evangélicos, para poner en manos de otros una Biblia, para escribir de las
virtudes piadosas del siglo venidero. Puedes tener una mano liberal para ayudar
a la evangelización, o socorrer al necesitado.
Los
hombres para obrar quieren los medios y la capacidad más grande, pero el Señor
quiere que pongamos a su disposición las cosas pequeñas: los cinco panes y los
dos peces del muchacho (Juan 6:9), el vaso de barro de Gedeón (Jueces 7:20), la
botija de aceite de la viuda (2 Reyes 4:2-7), la aguja de Dorcas (Hechos
9:36-41), la casa de Filemón (vv. 5-7,22), la elocuencia de Apolos (Hechos
18:24-28), la abnegación de Pablo (Filipenses 2:17, 4:12,13).
Por
segunda vez el Señor dijo a Moisés: “Mete ahora tu mano en tu seno.” Y él la
metió, y como la sacó he aquí su mano estaba leprosa como la nieve. Aunque
estas señales que Dios le daba eran para Egipto e Israel, también eran
lecciones y experiencias personales a Moisés; primero para que no fuera a
engreírse por los milagros que iba a obrar y reconociera que él en sí mismo era
pura carroña, la figura del pecador.
El rey Uzías empezó a prosperar y
hacerse poderoso en su pueblo. Esto le enalteció, y entró en el lugar santo
para ofrecer el perfume santo sin saber que ya la lepra estaba en su frente. “Y
porque la grandeza de las revelaciones no me levante descomedidamente, me es
dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que
no me enaltezca sobre manera.” (2 Corintios 12:7)
La otra lección es: si no tienes en
tu mano la vara, señal del poder de Dios, entonces tienes la mano leprosa.
¿Para qué sirve una mano leprosa? Uno de los primeros milagros del Señor en su
ministerio fue de estirar y poner en movimiento la mano seca del hombre en
Capernaum. (Lucas 6:6-10) Alguno dirá que la lepra es figura del pecado, y
después que hemos creído en el Señor por su sangre, somos limpios de esa
inmundicia. ¿No era limpia también María? pero fue disciplinada con la lepra.
Léase el Salmo 38; parece que David cayó en la misma disciplina.
O servimos al Señor con lo que
tengamos y podamos, o somos inútiles. O tiene en tu mano la vara, o tienes la
mano leprosa. “Entonces os tornaréis, y echaréis de ver la diferencia entre el
justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve.” (Malaquías
3:18).
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