miércoles, 12 de agosto de 2020

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO (7)

 


3. La senda del Piadoso en un Día de Ruina

 

Capítulo 2

 


(a) La condición espiritual necesaria para la senda de Dios en un día de ruina (versículos 1-13)


            (V. 5). En quinto lugar, utilizando los juegos públicos como figura, el apóstol dice, "Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente." De igual modo en la esfera espiritual, la corona no será dada por una gran actividad, ni por la cantidad de servicio, sino por la fidelidad en el servicio. La corona es dada al que lucha legítimamente. Se podría argumentar que, en un día de gran debilidad, cada uno de nosotros tiene que adoptar cualesquiera métodos que pensemos que son los mejores para llevar a cabo nuestro servicio. Para hacer frente a tales argumentos nosotros somos especialmente advertidos que, en un día de ruina, aún se mantiene como una obligación para nosotros el luchar "legítimamente". De esta forma, la introducción de métodos carnales, maquinaciones humanas y recursos mundanos en el servicio del Señor, es condenada. Servir conforme a los principios de la Escritura requerirá que nosotros nos esforcemos "en la gracia que es en Cristo Jesús."

 

         (V. 6). En sexto lugar, el siervo fiel debe estar preparado para trabajar antes de participar de los frutos. Este no es nuestro reposo; es el tiempo de trabajar; el tiempo de la siega está por venir. A menudo estamos demasiado ansiosos de ver frutos; pero es mejor perseverar en nuestro trabajo, sabiendo que Dios no es injusto para olvidar la obra de nuestra fe y el trabajo de nuestro amor. (1 Tesalonicenses 1:3). El siervo fiel espera oír el "Bien hecho" (Lucas 19:17 - LBLA) de Aquel a quien él busca complacer, recibir la corona después de haber luchado legítimamente, y participar de los frutos después de haber trabajado primero.

 

         (V. 7). "Considera lo que digo, pues el Señor te dará entendimiento en todo." (LBLA) No es suficiente, sin embargo, tener estas exhortaciones y admitir, de un modo general, su verdad. Si ellas han de gobernar nuestras vidas, debemos considerar lo que el apóstol dice; y, a medida que consideremos estas cosas, el Señor nos dará entendimiento en todas las cosas. Progresaremos poco en el entendimiento divino a menos que tomemos tiempo para meditar. El apóstol puede presentarnos ciertas verdades, pero él no puede darnos el entendimiento. Esto, el Señor solo lo puede hacer. De modo que leemos que el Señor no sólo 'les abrió las Escrituras' a los discípulos, sino que Él "les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras." (Lucas 24: 27, 32, 45).

 

         (V. 8). Además, como un estímulo a nosotros para llevar a cabo estas instrucciones, nuestra mirada es dirigida a Cristo. Debemos recordar a "Jesucristo (de la simiente de David), como resucitado de entre los muertos, según mi evangelio." (VM). No es simplemente el hecho de la resurrección lo que debemos recordar, sino a Aquel que ha resucitado, y eso como Hombre, la simiente de David. ¿Somos llamados a padecer en la senda de fidelidad? Entonces recordemos que nuestra parte de las "penalidades" es pequeña comparada con las "penalidades" a la cuales Él tuvo que hacer frente. Si por causa de cualquier pequeña fidelidad de nuestra parte nos hallamos abandonados, hallamos que se nos oponen y nos vemos insultados, incluso por muchos del pueblo de Dios, recordemos que Cristo, en Su senda perfecta, fue siempre fiel a Dios y anduvo haciendo bienes a los hombres; y sin embargo, debido a Su fidelidad, él siempre estuvo en afrenta. Por eso Él pudo decir, "por amor de ti he sufrido afrenta" (Salmo 69:7), y otra vez, "me devuelven mal por bien, y odio por mi amor." (Salmo 109:5 - VM).

         Si, en la senda del servicio, somos exhortados a soportar penalidades, procurando solamente agradarle a Él que nos ha escogido, recordemos que Cristo pudo decir, "yo hago siempre lo que le agrada." (Juan 8:29). Nada pudo mover al Señor de la senda de absoluta obediencia al Padre. Él trabajó, teniendo en vista los frutos de Su trabajo, pues Él pudo decir, "Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura." (Juan 9:4). Ahora Él ha terminado la obra que Dios le dio para hacer; las penalidades y el trabajo han finalizado y le vemos resucitado y coronado de gloria y de honra, para recibir allí en resurrección "el fruto del trabajo de su alma." (Isaías 53:11 - VM). Entonces, en nuestra senda con su medida de penalidades y trabajo, 'acordémonos de Jesucristo'.

 

         (V. 9). No solamente tenemos el modelo perfecto del Señor Jesús en Su senda de penalidades y trabajo, sino que tenemos el ejemplo del apóstol Pablo quien, en su consagración para dar a conocer el evangelio, participó en una medida no menor de las penalidades de la vida de Cristo. En lugar de estar en honra en este mundo, él padeció hasta prisiones a modo de malhechor. Así él siguió en las pisadas de Su Maestro quien fue acusado por el mundo religioso de Su día de ser "un hombre comilón y bebedor de vino" (Lucas 7:34), de tener "demonio" (Juan 8:48), y de ser un "pecador." (Juan 9:24). Sin embargo, ninguna persecución por parte del mundo puede impedir que la bendición alcance al escogido de Dios. El mundo puede poner en prisión al predicador: no puede encarcelar la Palabra de Dios. En realidad, la enemistad del mundo que encarceló a Pablo sólo se convirtió en una ocasión para llevar el evangelio ante los grandes de la tierra, y además para escribir las Epístolas de la prisión que revelan tan maravillosamente nuestra vocación.

 

         (V. 10). Puede ser que nosotros no estemos preparados para soportar mucha penalidad ni mucho insulto, pero el apóstol puede decir, "todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna." Alguien ha dicho, '¡Cuán pocos aventurarían decir estas palabras como siendo la experiencia de sus propias almas desde ese día hasta el día de hoy! No obstante, podemos desearlo fervientemente en nuestra medida; pero esto supone en el creyente no meramente una buena conciencia, y un corazón ardiendo en amor, sino a él juzgándose a sí mismo minuciosamente, y ¡Cristo morando en su corazón por la fe! (William Kelly).

         Los escogidos de Dios obtendrán sin duda la salvación y alcanzarán la gloria. Sin embargo, en el camino a la gloria todo el poder de Satanás, la enemistad del mundo, y las corrupciones de la Cristiandad, se habrán puesto en formación de batalla contra ellos. Así que será a través de prueba y penalidad que ellos alcanzarán la gloria. Para hacer pasar a los escogidos a través de tales circunstancias se necesitará toda "la gracia que es Cristo Jesús" ministrada, como a menudo lo es, a través de Sus siervos fieles.

 

(Vv. 11, 12a). Para animarnos a recordar a Jesucristo y seguir el ejemplo del apóstol de aceptar la senda de penalidad y trabajo, se nos recuerda la palabra fiel, "Si somos muertos con él, también viviremos con él." Si somos llamados a soportar "todo", incluso la muerte, no olvidemos que podemos dejar ir la vida a la luz de la gran verdad de que habiendo muerto con Cristo de cierto viviremos con Él. Y no sólo viviremos con Él, sino que, "si sufrimos, también reinaremos con él."

            (Vv. 12b, 13). Existe, sin embargo, la solemne advertencia, "Si le negáremos, él también nos negará. Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo." La negación aquí no es una caída aislada, por muy vergonzosa que ella sea, como en el caso del apóstol Pedro, sino la línea de conducta continuada de aquellos que, independientemente de la profesión que hacen, niegan la gloria y la obra del Hijo. Los tales serán negados, tal como se ha dicho verdaderamente que 'Dios dejaría de ser Dios, si Él consintiera la deshonra de Su Hijo.' Entre toda la infidelidad de la Cristiandad hacia Cristo, "él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo."

         De esta forma, los versículos de apertura de este gran pasaje demuestran claramente que, para discernir la parte de Dios en un día de ruina y, sobre todo, para andar fielmente este camino frente al abandono, la oposición y la maldad, no se necesita pedir poder divino para aplastar a nuestros enemigos, sino la gracia que es en Cristo Jesús que nos permitirá tomar nuestra parte en el sufrimiento - la gracia que busca con ojo sencillo agradar a Aquel que nos ha escogido; la gracia que nos conducirá a luchar legítimamente, rechazando todos los métodos carnales y mundanos; y la gracia que prepara para el trabajo paciente mientras se esperan los frutos de nuestro trabajo.

         Además, necesitaremos, no sólo gracia ministrada desde el Señor en gloria, sino en entendimiento espiritual que el Señor solo puede dar, y sobre todo tener al Señor mismo ante nosotros como nuestro único Objeto - un Hombre verdadero de la simiente de David, pero un Hombre vivo en la gloria más allá del poder de la muerte

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